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Reportaje:La explotación sexual de mujeres inmigrantes

"Sentí pánico cuando quisieron venderme"

Liliana, una testigo protegida, denuncia a la red que la mantuvo secuestrada y la obligó a prostituirse

En julio de 2003, Liliana estaba en apuros económicos. La casa de su abuela, en donde vivía con su hijo, había sido destruida por un incendio y ella había tenido que trasladarse a vivir con su hermana a la ciudad de R. En un bar conoció a dos compatriotas que le propusieron una solución rápida para sus problemas: desplazarse a España para trabajar en la recogida de la fresa. Ellos se encargarían del viaje y de alojarla -viviría sola, en casa del hermano de uno de ellos- a cambio de 280 euros que, lógicamente, debería reintegrarles con lo que ganara en España. "Volverás con dinero suficiente para comprarte una casa", le aseguraron.

Partió de Rumania el 22 de agosto, en furgoneta. El viaje a través de Europa duró cuatro días. En ese tiempo alcanzó cierta confianza con el conductor, quien le confió que conocía bien a sus dos amigos y que eran peligrosos. "Ten cuidado con ellos", le advirtió. La furgoneta la dejó el día 25 en las afueras de Valencia, a la puerta un chalecito: supuestamente, la casa del hermano de su benefactor.

"Yo recibí una paliza tan grande que tuve que pasar cuatro días en la cama"
Un proxeneta le dijo: "Si no trabajas, te ato al coche y te arrastro hasta matarte"
B. y C. le advirtieron: "Cuando no trabajamos nos hacen bailar sobre la mesa y nos violan"
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El sueño de Liliana terminó en cuanto entró en la vivienda. Allí no vivía el hermano de su amigo. La casa estaba habitada por una familia de gitanos rumanos: el padre (un cuarentón corpulento con los brazos y el pecho cubiertos de tatuajes, al que en adelante llamaremos Padre), su esposa (una mujer llamativa de 36 años y melena teñida de rojo, a la que llamaremos Madre) y su hijo (un muchacho musculoso de 18 años y 1,85 de estatura, a quien llamaremos Hijo). Con ellos vivían un cuñado de Madre (individuo obeso de entre 30 y 40 años, a quien llamaremos Gordo) y otro gitano de 50 años y pelo blanco (a quien llamaremos Cano). Además, había tres mujeres, también rumanas: las llamaremos A., B. y C. A era una gitana morena y "guapa" de 22 años. B. tenía sólo 18 años, y C. tenía 20 años y apenas hablaba.

Estaban todos presentes. Padre fue directo al grano: arrebató a Liliana el pasaporte y le comunicó que no trabajaría en la recogida de la fruta, sino como prostituta en un club, y que no podía abandonar la vivienda. "Tengo que recuperar los mil euros que pagué por ti a tus amigos de Rumania", le dijo. Liliana le respondió que no estaba dispuesta a trabajar en un club. Padre respondió que, en tal caso, recuperaría su dinero vendiéndola a unos amigos marroquíes. Sacó su teléfono móvil y comenzó a hacer llamadas para venderla. "Sentí pánico, cuando me quiso vender", declararía más tarde la muchacha a la policía. Al día siguiente, Gordo la llevó al club Osiris (nombre supuesto) en una furgoneta. Con ellos iban A. B. y C. Para entonces ya estaba claro que las tres mujeres también trabajaban para Padre. Gordo las dejó en la puerta y se fue. Entonces A. se hizo cargo de su aleccionamiento y de su vigilancia: "Me explicó cómo funcionaban las cosas en el club. Me ordenó que subiera a las habitaciones con los clientes para mantener relaciones sexuales. Debía cobrar 40 euros por media hora y 60 euros por una hora. La copa se cobraba a 24 euros y el horario era de once de la noche a seis de la madrugada, todos los días de la semana, sin libranzas. También me dijo que de lo ganado con las copas me correspondería el 50% y de los pases a las habitaciones 15 euros por media hora y 25 por una hora. El resto se lo quedaba la casa. Los dueños del club eran dos españoles: un hombre y una mujer. Cuando hacían caja, le entregaban a cada mujer lo que había ganado. En ese momento, A. les quitaba el dinero", contó Liliana a los agentes.

El primer día, Liliana se negó a trabajar. Cuando volvió a ser trasladada a la casa, Padre e Hijo le propinaron la primera paliza: "Me pegaron puñetazos en la cabeza y me la estrellaron contra la pared. Al día siguiente tenía brechas y moratones. No me llevaron a ningún sitio para que me curaran. Padre, Mujer e Hijo me daban pastillas y ungüentos".

En esos primeros días, Liliana obtuvo algunas confidencias de las otras chicas. B. le contó que llevaba un año y medio trabajando para Padre, y que durante ese tiempo no había recibido un euro. C. llevaba dos años en la misma situación. En una ocasión, ambas habían intentado huir, pero las encontraron, les dieron una paliza y las violaron. Desde entonces no lo habían intentado. "Cuando no trabajamos, nos hacen bailar encima de la mesa y nos violan", le contaron.

Todos los días, Gordo seguía llevando a Liliana al club Osiris, pero ella no cedía en su negativa a prostituirse. Dos semanas después de su llegada, Padre le mostró una catana y le dijo que le cortaría la mano derecha y la mandaría a mendigar por las calles si seguía negándose. Invariablemente, Hijo la despertaba a patadas y puñetazos a las diez de la mañana, tres horas después de que se hubiera acostado, y la ponía a fregar la casa. Pero lo que venció su resistencia fue que Padre e Hijo comenzaron a acudir cada dos días al club, en donde permanecían tres o cuatro horas. "Tuve miedo y empecé a subir con los clientes".

En una ocasión se quedó con cuatro euros para poder llamar a su casa, pero A. se percató y se lo dijo a Padre. Entonces Padre e Hijo decidieron darle otra paliza: "Me pegaron patadas en el estómago y latigazos con el cable de la antena de la televisión. Me desmayé. Las otras chicas me despertaron echándome agua en la cara".

Tras aquel episodio, Padre la encerró siete días en una habitación. En ese período, Padre, Hijo y Cano la violaron tres veces cada uno. "Como me resistía, dos de ellos me sujetaban y me tapaban la boca con una toalla, mientras el tercero consumaba la violación", declararía Liliana más tarde.

Liliana accedió entonces a trabajar de nuevo. La semana siguiente se escapó del club con la ayuda de los dueños, de las mujeres rumanas que trabajaban allí por libre y de B. "Crucé una vía férrea y me escondí en un huerto de naranjos. Pero por la tarde me descubrieron Padre, Hijo y Cano". La llevaron a la casa, le dieron una paliza y volvieron a violarla. "Querían que les hiciera felaciones, pero me negué. Entonces volvieron a pegarme. Recibí tal paliza que tuve que estar cuatro días en la cama. Durante ese tiempo sólo me dieron agua y no me dejaron dormir. Madre me despertaba a cualquier hora del día o de la noche para decirme que debía levantarme para limpiar la casa, aunque sabía bien que yo no podía moverme".

Liliana intentó suicidarse bebiendo lejía, pero Cano la sorprendió en el cuarto de baño y le arrebató la botella. Padre la amenazó con ir a Rumanía, secuestrar a su hijo y hacerlo desaparecer para siempre si volvía a escaparse o le denunciaba a la Guardia Civil.

Cuando se recuperó un poco, Gordo volvió a llevarla al club. Estuvo yendo durante dos semanas, pero apenas trabajó. Esa fue la causa de que A. la metiera un día en el cuarto de baño y le pegara. Conmovida ante su estado, Olga, una de las chicas rumanas que trabajan por libre, la metió en un taxi, que pagó ella misma, y le dijo que se fuera todo lo lejos que pudiera. "Me marché a Alicante. El taxista me dejó en un parque".

Ya de noche, se encontró con un gitano rumano llamado Preso (nombre supuesto) a quien conocía por haberlo visto en casa de Padre. Le pidió que la ayudara a ir a la policía. "Pero me dijo que no fuera, que me llevaría a casa de su cuñada y me ayudaría".

La Cuñada de Preso trabaja cuidando a un anciano, como interna. Cuñada le dijo que Liliana era su prima, y el señor accedió a que se alojara en la casa. "Estuve un mes en una habitación de aquella casa, vigilada por Cuñada, quien no me dejaba ni mirar por la ventana con la excusa de que podía encontrarme Padre. La puerta estaba siempre cerrada con llave, que guardaban Cuñada y el dueño de la casa".

Al cabo de una semana, Preso y Cuñada le insinuaron que debía ganar dinero, pues estaba viviendo a costa de ellos. Finalmente, Preso le dijo que si se negaba a prostituirse llamaría a Padre y volvería a vendérsela. A partir de entonces y durante tres semanas, Preso fue todas las noches a recogerla para trasladarla a una habitación que tenía alquilada. Cada noche le llevaba una media de tres clientes rumanos, a los que les cobraba entre 25 y 30 euros. "Los clientes me entregaban el dinero, pero yo debía dárselo a Cuñada, quien decía que era para comprarme ropa. Nunca me compró nada".

Un mes después, Preso le dijo que él podía recuperar su pasaporte, en poder de Padre, pero que para eso debía pagarle 2.000 euros, que debía obtener trabajando en un club. El 1 de diciembre de 2003, Preso, Cuñada -quien había dejado el trabajo con el anciano- y otra rumana que trabajaba para Preso en un club de Alicante, la llevaron al local Venus (nombre supuesto), en Zamora. Ambas mujeres estaban en contacto telefónico con Preso y le contaban si trabajaba o no. Éste la amenazaba por teléfono: "Si no trabajas, te voy a atar al coche y te voy a arrastrar hasta matarte". Liliana le contó su situación al encargado del club, un español llamado Pepe (nombre supuesto), quien le dijo que él lo único que podía hacer era adelantarle el dinero que pidiera Preso por dejarla en paz. Pero ella tendría que trabajar para devolvérselo.

En esa negociación estaban cuando la policía irrumpió en el club. Los nervios impidieron a Liliana contar su historia a los agentes hasta una semana después. Habían pasado sólo cinco meses desde su llegada a España.

Traslado de 30 mujeres extranjeras que ejercían la prostitución en un burdel de Las Rozas (Madrid).
Traslado de 30 mujeres extranjeras que ejercían la prostitución en un burdel de Las Rozas (Madrid).CLAUDIO ÁLVAREZ

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