Los inmigrantes de Suecia

De regreso de su viaje a Suecia, una amiga me comentó que los inmigrantes viven allá dignamente apartados del resto de la sociedad. Ésta es la conclusión a la que he llegado también yo después de leer el magnífico reportaje que su diario publicó el lunes 10 de abril, titulado La última frontera de Europa.

Pienso sobre todo en los hijos de aquellas personas que decidieron salir de sus países para darles a éstos un futuro mejor. Estos hijos (buena parte de ellos nacidos en Suecia) no pueden (y creo que no deben) conformarse con políticas de beneficencia. (Cito un parágrafo del reportaje: "Como en otros suburbios similares, más de tres cuartas partes de la población de Rinkeby son inmigrantes, y casi la totalidad cobran algún tipo de subsidio del Estado").

A mi modo de ver, no hay otro camino con ellos que el fomentar que participen del magnífico Estado de derecho en el que viven. Hay que fomentar siempre que estos hijos sientan el país que acogió a sus padres como el suyo.

Para que esto suceda, el país tiene que corresponder brindándoles las mismas oportunidades que al resto de sus ciudadanos.

Las políticas de beneficencia vienen a ser algo así como pagarles unas cuotas a cambio de su silencio. Un silencio que se está haciendo tenso y que produce ruidos muy sonoros de vez en cuando.