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Reportaje:POLÍTICA Y SALUD

Una crispación de infarto

Las batallas de esta legislatura han causado problemas cardiacos a algunos políticos

La habitación del hotel Meliá Princesa de Madrid donde el presidente de la Junta de Extremadura sufrió un infarto agudo de miocardio el pasado 6 de noviembre olía, probablemente, a tabaco. La dieta de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, de 58 años, incluía hasta esa fecha dos cajetillas diarias de ducados, que ha sustituido ahora por palillos de canela. El día que le ingresaron de urgencia en el hospital Clínico recibió el alta médica su compañero de partido Joaquín Leguina, ex presidente de la Comunidad de Madrid, de 64 años, tras superar otro infarto.

Ni Ibarra ni Leguina eran las primeras víctimas de una legislatura que empezó fuerte, con las secuelas del atentado del 11-M, el más terrible que ha sufrido España, y el descalabro electoral del PP, que daba por hecho el triunfo. En octubre de ese año, el senador socialista Juan José Laborda, de 59 años, caía fulminado por un ictus que le dejó paralizado el lado derecho del cuerpo durante una larga etapa. Parcialmente recuperado ya, Laborda cree que lo que le ocurrió fue culpa del estrés de su intensa vida política.

El PP recriminó a Bonet por decir: "Algunos recordamos que Pavía entró a caballo en el Congreso; Tejero, con una pistola, y el señor Zapatero, con un tren de cercanías"
El portavoz de Justicia del PP en el Senado, Agustín Conde, acusó al fiscal general del Estado de "ponerse del lado de los terroristas"
Si Carod Rovira se siente víctima de la crispación española, muchos le consideran a él uno de los verdugos de la buena convivencia

Estrés y agotamiento tuvieron mucho que ver en la angina de pecho que mantuvo hospitalizado al presidente de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Josep Lluís Carod Rovira, de 53 años, durante 48 horas a finales de marzo. Ya está otra vez en activo.

Los políticos, se sabe, llevan vidas irregulares: mucho viaje, muchas visitas, muchas comidas de trabajo y nada de ejercicio. "Rodríguez Ibarra comenta siempre en broma que correr es de cobardes", dice una fuente próxima al presidente extremeño. Aun así, cuatro casos -uno muy grave y dos de cierta seriedad- permiten aventurar alguna hipótesis sobre las causas de tanto estrés. ¿Está siendo demasiado intenso, crispado y absorbente el debate político? ¿Se está superando el listón de lo visto hasta hoy?

"Lo que ocurre es que hay profesionales en ambos partidos que nunca han tenido ideas y cuya única salida es atacar al adversario", dice Leguina. Se refiere naturalmente, al PSOE y al PP, los dos partidos que monopolizan el debate. Pero en esta legislatura habría que incluir también al Partido Socialista de Cataluña (PSC) y a los independentistas catalanes para tener el cuadro completo de reproches y recriminaciones a que ha dado pie la cuestión clave hasta el momento, el Estatuto catalán.

Leguina y Rodríguez Ibarra han sido, precisamente, dos de los más serios adversarios de este texto dentro del PSOE. El presidente extremeño mantuvo un duro debate con su homólogo catalán, Pasqual Maragall, y el día que un dolor agudo en el pecho le obligó a llamar al 112 fue acusado por Carod Rovira de ser "el ejemplo habitual de aquellos que viven de la demagogia electoral", tal y como hacía Franco, con quien le comparó. Una descalificación no de mayor calibre que las que se escuchan con cierta frecuencia en los foros. Hace apenas unas semanas, el portavoz de Justicia del PP en el Senado, Agustín Conde, acusó al fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, de "ponerse del lado de los terroristas". Unos días antes, en el pleno del Congreso sobre el Estatuto, el portavoz de ERC, Joan Puigcercós, declaró que el texto aprobado era "bueno para una región de España, pero no para una nación como Cataluña". En ese mismo pleno, el líder del PP, Mariano Rajoy, anunció que el Estatuto supone "el principio del fin del Estado".

Frases que no invitan a tomarse la vida a la ligera y que, aparte de causar un efecto demoledor en la audiencia, deben de pesar como losas en la mente de quien las pronuncia. "Los políticos son profesionales, y para ellos subirse al estrado y decir cosas fuertes no tiene el mismo coste que para una persona ajena a este mundo", dice Pedro Górgolas, médico del Congreso.

Seguramente es cierto. Pero también lo es que el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha abierto en esta legislatura debates trascendentales para el futuro español. Leguina lo cree así. "Estamos ante una segunda transición, y eso se ha juntado con el tema de la disolución de ETA". Lo malo de esta nueva transición, a su juicio, "es que el Estado no pide nada. Habría que cambiar la ley electoral y, desde luego, el título VIII de la Constitución

[que aborda el modelo territorial]". Él cree que el 90% de los militantes socialistas comparte su idea. Y eso les está afectando psicológicamente. Lo que no significa que les lleve a coincidir con la oposición. "Hay una sobreactuación del PP, que ha desfigurado ante la opinión pública sus argumentos", dice el diputado recordando algunas intervenciones clamorosas, aunque ninguna comparable a la del senador popular por Melilla, Carlos Bonet. "Algunos recordamos que Pavía entró a caballo en el Congreso, Tejero con una pistola y el señor Zapatero con un tren de cercanías". La dirección del PP recriminó a Bonet, quien se retractó de inmediato.

El 'látigo' Martínez-Pujalte

Uno de los látigos del PP, el portavoz adjunto en el Congreso, Vicente Martínez-Pujalte, rechaza que haya más acritud ahora. "Todavía recuerdo, entre el 1979 y 1982, las pancartas del PSOE criticando el desempleo y llamándolo 'terrorismo de UCD'. En la legislatura de 1993-1996 hubo momentos peores, y también al final de la de 2000-2004". La diferencia hoy, cree, está en que hay mucha tensión. Y justificada. "Nos parece que la voluntad de Zapatero es realizar una nueva transición, pero con una mayoría distinta de la que hizo la primera. Ahora se apoya en socialistas y nacionalistas. Dejar al margen al PP es como dejar fuera a 10 millones de españoles".

Carod Rovira tiene claro que la política ha pesado, y mucho, en el susto que le dio su corazón. A los cinco días de sufrir la angina de pecho, publicó un artículo en el diario Avui en el que detallaba lo ocurrido y culpaba de su crisis al "linchamiento personal", "atroz" y "diario", del que dice haber sido víctima a partir de su entrevista con miembros de ETA, en enero de 2004. En el mismo artículo agradecía las llamadas interesándose por su estado -"llegadas de todo el país", y hasta de "España"- y se apuntaba como un éxito personal el alto el fuego decretado por la organización terrorista. Un hecho que lo hizo pisar el acelerador mediático, porque concedió una veintena de entrevistas en dos días.

Pero si Carod se siente víctima de la crispación española, muchos le consideran a él uno de los verdugos de la buena convivencia. Y no le perdonan su discutida entrevista con dirigentes de ETA para pedir un alto el fuego "para Cataluña", ni su invitación a boicotear la candidatura olímpica de Madrid.

Nada dice Carod de la relación que pudo tener su "síndrome coronario agudo" con el escándalo del cobro de cuotas a trabajadores de la Generalitat para mantenerlos en sus puestos, que salpicó a ERC esos días. "Era una historia antigua, no tiene nada que ver", rechaza una fuente próxima a Carod que no ve tampoco en la controversia política el detonante de los problemas de salud de su jefe. Sobre todo porque "él siempre ha dicho lo que pensaba y lo que sentía, y lo va a seguir haciendo". Es cierto que, como a Rodríguez Ibarra, los médicos le aconsejaron, mientras estuvo ingresado, que no siguiera la actualidad política, pero no le han hecho después recomendaciones en ese sentido. "Sólo que descargue un poco la agenda diaria". Claro que lo de Carod ha sido un aviso suave. En el caso del presidente extremeño hay quien se pregunta si después de su infarto tirará la toalla. Sus colaboradores no lo creen. Aunque pueda ser letal, necesita la política para ser feliz.

Ibarra se despide, en noviembre de 2005, de los médicos que le atendieron. A la derecha, Carod Rovira abandona el hospital de Tarragona en marzo pasado.
Ibarra se despide, en noviembre de 2005, de los médicos que le atendieron. A la derecha, Carod Rovira abandona el hospital de Tarragona en marzo pasado.EFE / SELLART

En el Congreso, afonías y lipotimias

PEDRO GÓRGOLAS, médico del Congreso de los Diputados desde 1996, cuenta que en todo este tiempo sólo se ha enfrentado a dos infartos de miocardio, "y los dos en policías". Internista que ganó su plaza en el Parlamento tras superar un concurso de méritos, Górgolas recuerda la tranquilidad de los primeros años, "cuando aquí no había más de 500 personas". Ahora atiende a unas 2.000. Desde el personal de limpieza, de seguridad, ujieres, empleados de la cafetería, administrativos hasta visitantes. "Pero las patologías entre los diputados son las mismas que entonces. Tienen un perfil de riesgo similar al de los ejecutivos. Dormir y comer fuera de casa es algo que gravita negativamente sobre su salud".

En este tiempo, Górgolas ha sido testigo de una verdadera transformación en el hemiciclo que va en beneficio de la salud del Congreso. "La media de edad de los diputados es muy inferior ahora", dice. Pero hay también factores en contra. "Tenemos muchas más parlamentarias, y las mujeres soportan con más frecuencia las cargas familiares".

El servicio médico de la Cámara baja consta actualmente de dos médicos y dos enfermeras. Muy justo si se tiene en cuenta que además de atender las frecuentes afonías de los señores diputados tienen que vérselas con los visitantes. "Hay bastantes casos de lipotimias", comenta Górgolas. "Son estudiantes, por ejemplo, que vienen en autocar desde cualquier parte de España y sufren los cambios de temperatura; también la emoción de pisar el hemiciclo provoca algún desmayo".

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