La emocionante belleza del toro bravo
El segundo toro de la tarde protagonizó uno de los momentos más bellos que puedan contemplarse en esta fiesta: el espectáculo de la bravura, la nobleza y la casta, cualidades contenidas en un animal majestuoso, capaz de producir las más encendidas emociones.
A Encendido, que ése era su nombre, le dieron la vuelta al ruedo entre el respeto y la admiración de una Maestranza puesta en pie, rendida ante la codicia incansable del toro.
Encendido murió en el centro del ruedo tras una larga agonía junto a las tablas. Hasta la boca de riego llegó renqueante, pero con la altanería de los toros bravos.
Bien presentado, acudió presto al capote de Castella, cumplió sobradamente en varas -entró tres veces al caballo-, fue largo y alegre en banderillas a la llamada de Curro Molina, que clavó dos excelentes pares por los que tuvo que saludar al respetable; y llegó a la muleta retador, con honda acometividad y encastada nobleza.
Jandilla/ Rincón, Castella, Manzanares (hijo)
Cuatro toros de Jandilla (dos fueron rechazados en el reconocimiento), el cuarto se mató de salida al estrellarse con un burladero, correctos de presentación, sosos y deslucidos; el sobrero de La Dehesilla, descastado. Segundo y sexto de Zalduendo: al primero, bravo y noble, se le dio la vuelta al ruedo; el otro, mal presentado, noble. César Rincón: estocada atravesada y dos descabellos (silencio); estocada (silencio). Sebastián Castella: estocada caída -aviso- (dos orejas); bajonazo (ovación). José María Manzanares (hijo): pinchazo y bajonazo (silencio); estocada muy baja (oreja). Plaza de la Maestranza. 22 de abril. 7ª corrida de feria. Lleno.
Obedeció siempre al primer toque del torero y hacía el avión en cada embestida. Un verdadero espectáculo, una auténtica inyección de moral para esta fiesta alicaída. El presidente tardó en sacar el pañuelo -como casi siempre, es el último en enterarse-, y ya estaba el toro en el desolladero cuando ordenó la vuelta al ruedo. Pero salió el triunfador de nuevo al anillo para recoger el agradecimiento de una afición sobrecogida.
A este toro le cortó Castella las dos orejas, que le entreabrieron la Puerta del Príncipe, que cerró, definitivamente, la mala clase del quinto. Castella es un valiente, de una entrega y firmeza total, con un estilo emocionado y cálido que llega con facilidad a los tendidos. Tras lucirse en un ajustado quite por tafalleras, comenzó la faena en el centro del ruedo con un ceñido pase cambiado por la espalda, otro más, una perfecta trincherilla y un ligado pase de pecho que hicieron romper a la banda de música mientras el delirio se apoderaba de los tendidos.
Se sucedieron varias tandas de derechazos y naturales de bella factura, aunque siempre sobresalió la calidad del toro. O es que, quizá, tras la conmoción protagonizada el día anterior por Enrique Ponce, el toreo de Castella parecía de menos quilates. Faltó profundidad y enjundia, y aunque no se le niegan los méritos al torero, las dos orejas se antojan exageradas porque la estocada cayó baja. Lo intentó con toda su alma en el quinto, pero era un manso acobardado que no le permitió más que estar valiente.
Otro triunfador de la tarde fue Manzanares, voluntarioso ante el soso tercero, y se lució cumplidamente con el sexto, feo y mal presentado, que destacó por su nobleza, cualidad muy bien aprovechada por el torero para demostrar que tiene una concepción taurina fina y elegante, que rubricó con la ligazón en tandas largas por ambas manos.
No tuvo su tarde César Rincón. Su lote no fue lucido, pero él tampoco dio excesivas muestras del poderío y la técnica que lo han convertido en figura. El público se enfadó con él, especialmente en el cuarto, un animal muy descastado, como el primero, que desarrolló sentido y lo miraba con aviesas intenciones.
La tarde fue de Encendido...
Babelia
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