_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El reino de los efectos secundarios

Primero llega el placer y después la oscura penitencia. En esta ecuación se sintetiza el nuevo sentido de la cultura contemporánea. Obrar apropiadamente, actuar con eficacia y moralidad durante la fase del capitalismo burgués implicaba sacrificarse primero y disfrutar más tarde, ahorrar ahora y acceder a la propiedad ulteriormente, reprimirse en el presente para complacerse en el porvenir. La victoria de la cultura de consumo sobre la cultura del ahorro ha colocado, sin embargo, cabeza abajo esta regla del esfuerzo y la espera.

Que la droga haya pasado en medio siglo de ser un fenómeno marginal a un consumo popularizado -adulto o juvenil, interclasista, internacional, múltiple, global- prueba hasta qué punto se concentra en ella el significado de la época. La droga proporciona satisfacción al instante, y el sacrificio, en forma de efectos secundarios, llegará acaso e indefinidamente después. Incluso la LOE, como no podía ser de otro modo, sigue esta pauta del psicótropo. Con la LOE puede disfrutarse el beneficio de pasar el curso sin haber invertido el tiempo y el trabajo necesarios para aprobarlo en su integridad. El nivel superior llega como un premio sin necesidad de haber entregado el rendimiento completo.

Los sacrificios, los dolores en general, cuentan ahora menos socialmente y, cuando aparecen, se toman a menudo como efectos secundarios, ya sean figuradamente en la incompetencia profesional o en cualquiera de las deficiencias sin fecha. Lo importante es el nuevo orden que sitúa al placer en primer lugar y el quehacer después: primero el deleite, después el pago.

Lo decisivo no es tanto el sudor previo con vistas a una anhelada redención como la capacidad de resistencia posterior. Los pisos, los electrodomésticos, los automóviles se poseen de inmediato. El precio se entregará después. La cultura del consumo ha introducido así en cincuenta años el absoluto reverso de la figura tradicional del intercambio y hasta la guerra preventiva o la medicina preventiva se contagian de su inspiración. La guerra de Irak realizó anticipadamente la guerra y las causas se retuercen a continuación. La medicina preventiva trata de sanar antes de que la enfermedad nos invada y la enfermedad llega después mediante sutiles efectos de iatrogenia, efectos secundarios, efectos especiales. El deseo de hoy no acepta, de hecho, ninguna etapa anterior indeseable, por instrumental que fuera.

Todo gran medicamento proporciona la curación incondicional para generar después, como las hipotecas, un secreto e indefinido periodo de extraños efectos secundarios. El bien se confunde con el bien neto y patente, mientras que el incómodo se toma acaso por un residuo. El valor no hunde sus raíces en el mérito del escrúpulo laboral, en la acumulación de la espera y de las renuncias. El consumo ha puesto delante el placer del gasto y el gusto del gasto mientras ha empujado el sacrificio hacia atrás, como una escoria, efecto de segunda fila y efecto secundario.

El denuedo que antes brillaba como patrimonio cierto para ganar el cielo, el silencioso fulgor que desprendían los sangrantes padecimientos de los mártires, el tesoro sexual reunido gracias a la hermética represión de las vírgenes han dejado de imperar con su indiscutible rango.

El dolor ha perdido su potencia en cuanto valor de cambio y ahora se resiente de su baja categoría moral. Valen los resultados absolutos, la ganancia en sí, el logro sin la ponderación de su historia penosa. Cuenta, en suma, el éxito exento y sin la detenida enumeración del coste.

La cultura de consumo se distingue por su carácter desnudo y veloz, incompatible con la morosidad del ahorro y las vestiduras de cualquier elaboración espesa. La cultura de consumo aplicada a la educación, a la política, a la sexualidad, al amor, se manifiesta afín a la compulsión y al universo de la orgía. ¿Orgía perpetua? Claro que no, pero todo cuanto sobrevenga después en el inevitable desarrollo de los días se vivirá como consecuencias oscuras, impertinentes efectos secundarios.

Un escaparate de rebajas en Madrid.
Un escaparate de rebajas en Madrid.BERNARDO PÉREZ

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_