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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Contra Rumsfeld

George W. Bush ha tenido que salir a apuntalar a su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, blanco de ataques desde todos los flancos, acusado de errores masivos en su política de ocupación de Irak. Bush dejó ayer claro que no tiene intención de relevar a Rumsfeld. El tiempo dirá si el presidente y el Partido Republicano pueden aguantar numantinamente un cuestionamiento masivo de la capacidad, la actitud y el criterio del jefe del Pentágono en una guerra que, en tres años, ya ha costado la vida a casi 2.400 soldados americanos y ahora es atacada no sólo por unos medios de comunicación desde hace tiempo muy críticos con Rumsfeld, sino por el estamento militar, ni más ni menos. Militares de alta graduación ya retirados se han unido para criticar al secretario de Defensa y pedir nada menos que su dimisión con argumentos de peso.

La arrogancia con la que Rumsfeld trató a los profesionales del Pentágono, en su iluminada preparación de una ocupación que parecía considerar poco menos que una parada militar, ha tenido trágicas consecuencias para las fuerzas ocupantes y la población ocupada, y dejó además muchas heridas abiertas en Washington. La heterodoxia militar propugnada por el ministro para la ocupación, minimizando el despliegue de tropas propias y confiando en la cooperación masiva de la sociedad iraquí, ha resultado desastrosa. Pero los militares, que no lucharon entonces por imponer su mejor criterio, no son probablemente los más autorizados a impugnar ahora a una autoridad civil en el Gobierno de Estados Unidos. El Ejército más poderoso del mundo no puede dar la impresión de estar enjuiciando la política de Washington ni siquiera por medio de generales jubilados. Mucho más pertinente habría sido una exigencia contundente de mandar a Rumsfeld a la jubilación por su innegable responsabilidad en los escándalos de las cárceles de Abu Ghraib y Guantánamo, dos obscenas afrentas a los derechos humanos de los que la Constitución americana es baluarte.

En noviembre hay elecciones legislativas en Estados Unidos. Los índices de popularidad demuestran que el presidente se ha convertido en una losa para los republicanos. El jefe del Pentágono puede ser un lastre diabólico en la defensa de una política cuyo balance es triste para el mayor optimista y desastroso para la mayoría de los americanos. Debería irse por su propio pie.

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