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Columna
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Solo un juego

Es solo un juego, claro, el que alguien ha colgado en la página web de EITB. Y en Euskadi ahora mismo hay asuntos más graves, juegos más importantes, partidas que requieren estrategia, vista y oído y tacto y, sobre todo, arte de marear. En el juego de la televisión pública vasca (un juego, en su conjunto, colosalmente caro que todos pagamos) se trata simplemente de pasar un buen rato corneando mozos en la calle Estafeta de Pamplona.

Lo primero, por tanto, es armarse de cuernos y convertirse en un Cebada Gago, pongamos por ejemplo. Luego la cosa estriba en ir sumando puntos a medida que despanzurras corredores de diferentes tipos: rubios, gordos, normales, insensatos (como el que ideó este juego) o mediopensionistas. Cuando los atropellan, los mozos lanzan unos alaridos que tiembla el misterio y sangran como auténticos gorrinos. Lo que no debe hacerse es derribar a corredores vascos, so pena de ser penalizado con 100 puntos que "no son suficiente castigo". Hay que ser un morlaco revirado y de muy mala entraña, desde luego, para llevarse por delante a un corredor con boina (porque así, por la boina, se distingue a los nuestros de los otros). Esa ha sido la causa del escándalo que ha llevado la cosa, el juego, esta burraquería electrónica, al Parlamento vasco. Los socialistas vascos consideran que el juego de EITB atenta contra los principios de igualdad, defensa de los valores cívicos y protección de la juventud y la infancia. Los socialistas vascos, en fin, no le han visto la gracia a este juego sanferminero y cutre.

Por supuesto que es solamente un juego. Una vulgar (y bien vulgar) anécdota. Nada del otro mundo comparado con los miles de juegos brutales que inundan el mercado y que tampoco dejan de ser juegos. Admitamos también, aunque nos cueste hacerlo, que cualquier adolescente se partiría el culo despanzurrando guiris y españoles en la calle Estafeta (y añadamos que muchos también se partirían la caja atropellando vascos y escuchando sus gritos autóctonos). La adolescencia, tampoco lo olvidemos, en los últimos tiempos se alarga más allá, bastante más allá, de sus normales límites biológicos. Hay quien no logra nunca salir de ella y habita en un perenne botellón o enganchado de por vida a los mandos de una videoconsola. Lo que no es admisible es que un servicio público como lo es en teoría EITB nos regale esta clase de juegos. No es un asunto grave, pero tiene su punto eso de cornear mozos maketos como entretenimiento. Toda la corrección política de nuestros gobernantes/gobernantas, obsesiva y ridícula, todo su afán por no incurrir en términos de supuesto sexismo o racismo, cae derribada sobre el pavimento de la calle Estafeta en este videojuego desdichado.

Casualmente, leo estos días un ensayo de Seve Calleja que se titula Desdichados monstruos y que habla de estas cosas, es decir, de ese deseo celado o descarado de convertir en monstruos a los otros, a los desemejantes o extranjeros. Puedes despanzurrar a un sevillano, a un belga, a un inglés o a un zulú, porque sencillamente no son seres humanos. El texto de Calleja arranca con una esclarecedora cita de Wiktor Stoczkowski extraída de su libro Para entender a los extraterrestres. "El Otro puede vivir en las antípodas, pero también puede ser el vecino del rellano: basta con que no sea como yo. El Otro lleva su diferencia marcada a fuego: poco tardaremos en encontrarla escandalosa. Esa diferencia sorprende, incomoda, agrede. Resulta natural, de puro espontáneo, juzgar al Otro según nuestra propia escala, la cual condena al limbo del absurdo todo aquello que se aparta de lo conocido, de lo común".

El Otro es un obstáculo, dice Seve Calleja, al que hay que eludir, apartar, destruir, "sobre todo para que no lo vean nuestros más próximos y cándidos allegados". Desde Homero a los freaks de Tod Browning, rastrear el legado de los monstruos es como hacernos una radiografía moral. La historia de los monstruos es nuestra propia historia inconfesable. Para un cristiano viejo, los judíos conversos eran marranos que tenían rabo. Los maketos, en cambio, tenían huesos negros y orejas cortas -hezur beltzak, belarri motzak- en el país de los vascos, ese hermoso lugar, a decir de Miguel Sánzhez-Ostiz, entre Bambi y Rebelión en la granja. En fin, los juegos, que los carga el diablo.

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