"La ayuda me da para comer caliente"
Tras tres matrimonios, nueve hijos y muchos años de trabajo como aprendiz de joyero y vigilante jurado, Ángel, de 56 años, ha convertido desde hace cuatro la plaza de Ópera en su hogar. "Aquí", dice señalando las verjas del Teatro Real, "dormimos cuatro o cinco. Nos protegemos y ayudamos, y además ya nos conoce todo el barrio".
Ángel cobra la renta mínima, pero se queja de que le dura poco. "La cobramos a fin de mes y para el día 10 ya se ha esfumado. Paso el resto del mes comiendo bocadillos con lo que me dan a la salida de las iglesias o en los mercados".
Ángel dice que busca trabajo, pero que ya no le ofrecen nada. "¿Quién se lo va a dar a un hombre de mi edad? Yo trabajé 13 años de vigilante jurado en la central nuclear de Lemóniz (Vizcaya) y en media España, pero ya nadie piensa en contratar a una persona como yo", se lamenta.
El resto de la sociedad es algo que se ve lejano desde su refugio en Ópera. No acude a los cursos de formación e integración que, junto a la renta, ofrece el Gobierno regional -"¿Para qué? No sirven de nada. Son una pérdida de tiempo. Aquí se está mejor"-; tampoco a dormir a los albergues municipales -"Están siempre llenos, y además allí te roban hasta los zapatos"-: ni se relaciona casi con sus familiares -"Se lo han quedado todo, mis pisos en Bilbao y Palencia, los jueces siempre dan la razón a las mujeres, los hombres no tenemos derechos"-.
La renta mínima es para Ángel una "ayuda que permite comer algo caliente y sobrevivir unos días", pero se muestra "viejo y cansado" para aprender un oficio o hacer de ella una plataforma hacia su integración laboral. "Y conseguir un piso ni me lo planteo. ¿Cómo voy a pagar un alquiler con menos de 400 euros al mes?".
Ángel pasa las horas en los bancos a la sombra de Ópera, que sólo abandona de noche, para echarse junto a las verjas del Teatro Real. A las siete de la mañana los vigilantes les levantan y, tras un café con leche en algún bar cercano, regresan al banco. "Ahora es una buena época. Ya no hace tanto frío y los días son más largos. Lo peor es el invierno, cuando se hace de noche muy pronto y se te calan hasta los huesos. la calle es muy dura".
Si se aburre, Ángel se da un paseo hasta la calle de Toledo, en la que nació en 1950. "Mi padre era albañil y mi madre se dedicaba a sus labores. Allí todo sigue más o menos igual, pero yo ya he cambiado mucho".
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