Guerra después de la guerra
En la Antigüedad, los soldados griegos que regresaban de la guerra debían pasar por un proceso de purificación antes de reincorporarse a la sociedad que habían salido a defender. La purificación consistía, rituales aparte, en un exilio temporal de la polis. En Abril rojo, la última novela de Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), un comandante del ejército peruano tiene una visión más pesimista: "La gente que mata demasiado ya no se arregla". No hay purificación que valga. Y tampoco importa si uno es guerrero o no; la población civil comparte sangre con los asesinos y los muertos, salpica y se ve salpicada, e intenta arreglarse como buenamente puede.
Este conflicto, el de un trauma colectivo aparentemente superado, negado una y otra vez por las ansias de olvidar pero que, como lo reprimido, regresa con una violencia enloquecida e imparable, es la principal materia poética de Abril rojo. Para armar esta magnífica crónica del miedo y del horror, Roncagliolo ha echado mano de la novela negra, con elementos del thriller y el trasfondo de la intriga política. La novela se integra perfectamente en las crónicas que relatan cómo le salpicó la sangre a un individuo durante la guerra entre el ejército peruano y los terroristas de Sendero Luminoso (y digo guerra porque así insisten en llamarla los personajes), una guerra que es a los escritores peruanos lo que la Guerra Civil a los españoles: fuente inagotable de fábulas.
ABRIL ROJO
SANTIAGO RONCAGLIOLO
ALFAGUARA.
MADRID 2006
331 PÁGINAS. 19
50 EUROS
La novela narra la investi
gación judicial del fiscal Félix Chacaltana Saldívar tras la aparición de un cadáver medio calcinado. Chacaltana, que sólo lleva un año destinado en Ayacucho, se encuentra al principio con obstáculos y estrategias disuasorias de los militares, la policía y otras fuerzas vivas. Contra viento y marea, el fiscal insiste en realizar las pesquisas correspondientes. Este celo profesional, el del funcionario empeñado en que se cumplan a rajatabla los procedimientos jurídicos y en que las leyes se apliquen con rigor absoluto, paradójicamente irá alimentando su investigación con nuevos cadáveres.
Chacaltana, como consecuencia de ello, experimenta una transformación radical. Al principio podría parecer un personaje ingenuo y ridículo, casi un soldado Schwejk o un Don Quijote, obstinado en suplir su ignorancia del mundo con la proyección de lo que ha leído (en este caso códigos legales). Poco a poco, a medida que toma conciencia de que sus actuaciones en nombre de la ley no sólo no han servido para aclarar el crimen inicial, sino que han propiciado más asesinatos, se va convirtiendo en uno más de los tarados por la guerra. Al final, y no sucede únicamente con Chacaltana, no hay quien lo reconozca. La novela se desarrolla durante la Cuaresma y la Semana Santa de 2000, un tiempo que Roncagliolo ha aprovechado para ir desvelando, con la precisión de un metrónomo, los traumas que cada personaje creía propios e íntimos, y que resultan colectivos y públicos.
Pero aparte de mostrar la esencia traumática común a todos, este relato logra un efecto añadido bastante más turbador. Conforme se alumbran los rincones más mugrientos de la guerra entre el Gobierno y los terroristas, se confunden también los discursos y las acciones supuestamente característicos del primero y los segundos. La guerra ensucia a todos por igual. Abril rojo dibuja un friso con representaciones de todos los estamentos y las banderías; todos con deformidades parecidas; todos ilegales y legítimos al mismo tiempo y en distintos estratos. Y todos, en esta novela de diálogos magistrales y ritmo arrebatado, con unas ganas tremendas de dar con un ritual común para la purificación o, como decía el comandante de la novela, para arreglarse.
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