_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La crecida de ZP

La noche del domingo 14 de marzo de 2004 ni los del PP estaban preparados para la derrota electoral ni los del PSOE para la victoria. Como sucede en los partidos de fútbol, cuyo resultado se descuenta por anticipado, los fotógrafos y las cámaras estaban en la portería donde se pensaba que el triunfador pronosticado iba a incrustar los goles mientras que la otra permanecía abandonada. En nuestro caso, el aparato mediático bloqueaba la calle de Génova sin que la de Ferraz registrara aglomeración alguna. En principio, el atentado del jueves anterior, día 11, hubiera debido alentar ese reflejo automático del miedo, seguro inductor de docilidades y entreguismos de los electores a favor de la autoridad competente. Pero los torpes consejos de Pedro Arriola y las actitudes arrogantes del presidente José María Aznar, del ministro del Interior Ángel Acebes, y del portavoz del Gobierno Eduardo Zaplana, conchabados los tres de consuno en la construcción de la mentira provechosa, resultaron del todo contraproducentes, multiplicaron el número de votantes airados y les indujeron a preferir la papeleta socialista.

Todavía los mencionados estuvieron al cargo de las investigaciones sobre el atentado del 11-M de los detenidos, de las mochilas, de los suicidas de Leganés y de todo lo demás, de lo que andan pidiendo cuentas cuando es a ellos a quienes corresponde presentarlas. A partir de entonces, José Luis Rodríguez Zapatero hubo de encarar el triunfo. Aquella misma noche compareció ante quienes le aclamaban para decirles que no iba a fallarles y que el poder no iba a cambiarle, que era tanto como pretender la derogación de la Ley de la Gravitación Universal en el recinto de La Moncloa. La victoria limitada obligaba a buscar alianzas para la investidura de ZP como presidente. Pero además la composición del Gobierno necesitaba reflejar las diferentes sensibilidades del Partido Socialista, marcado por los vaivenes de un liderazgo cambiante. Por eso, obtuvieron sus carteras gentes enviadas por el PSC como José Montilla o las remitidas por Manuel Chaves o Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Por eso, se incorporó a José Bono, que había sido el contrincante en el Congreso partidario del 2000 ganado por los pelos. Además, por el prestigio de Europa y por el respeto debido a la economía de mercado, se sumó a Pedro Solbes. Y con Rubalcaba se sostuvo una última conexión con los orígenes del nuevo socialismo, que lleva la marca de Felipe González.

Han pasado casi dos años de propuestas, de aproximaciones, de Ánsar "ladrando su rencor por las esquinas", de cumplimientos, de estatutos más o menos reconducidos, de bronca encendida de la oposición del PP, de obispos manifestantes, de siembra de odios en la COPE, de Perpiñán, de corona de espinas, de incremento del empleo y de alto el fuego permanente declarado por la banda etarra. Llega así el ecuador de la legislatura con las mejores puntuaciones en las encuestas de un ZP crecido y se precipita la primera remodelación del Gobierno en un mano a mano sobre los tiempos y las significaciones, disputado entre el presidente y su ministro de Defensa, José Bono. Todo ello servido en un espectáculo público a la manera de torneo floral de elogios y lealtades sin cuento. Pronto sabremos qué más ha impulsado esa retirada o si se trata de quedar en la reserva activa. Mientras, los periodistas se rinden seducidos por el control y la sorpresa, deseosos de comprobar si estos parámetros se cumplen cuando llegue la segunda parte de los cambios tras el referéndum catalán con la convocatoria municipal y autonómica a la vista.

Sépase que la estrategia de ZP abomina del enfrentamiento decisivo propugnado por Clausewitz y prefiere inspirarse en la aproximación indirecta definida por Lidell Hart. En todo caso, por lo que se refiere al ámbito del Gobierno pareciera que entramos en una nueva fase, donde se eclipsarán los condicionamientos de la multipolaridad inicial a favor de un único campo magnético orientado en exclusiva por ZP. De forma que el poder de cada uno de los ministros dejará de medirse conforme a las etiquetas de su denominación de origen o sus aportaciones y se computará sólo en términos de cercanía al propio presidente, al que querrán convertir en taumaturgo, principio y fin de todas las cosas. Veremos si acierta a defenderse del acoso de los adictos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_