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Columna
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Doble divorcio

Andrés Ortega

Israel está optando por el divorcio unilateral, por separarse de los palestinos definiendo por sí solo sus fronteras definitivas (que serán las del Muro y no las reconocidas internacionalmente, las de la resolución 242 a la que se aferra Hamás), lo que no llevará a una solución definitiva y estable. Y los palestinos han entrado en un proceso de divorcio interno que puede degenerar en guerra civil. Lejos de traer seguridad a la zona, estos divorcios no sólo inciden el uno sobre el otro y se refuerzan mutuamente, sino que pueden aportar más inseguridad para ambos campos y para la zona.

Independientemente de que Hamás haya ganado las elecciones palestinas (debido al fracaso del proceso de paz y de las intifadas, y a la ineptitud de la Autoridad Nacional bajo Arafat o ahora bajo Abbas), los resultados de los comicios en Israel, que llevan a un Gobierno menos estable de lo previsto encabezado por el poco carismático Ehud Olmert, han sido interpretados como un cierto mandato en la línea marcada por Sharon antes de entrar en coma: no un plan de paz, sino de separación unilateral, y -aunque los posibles socios laboristas objetan en este punto- sin diálogo con los palestinos. Para la UE, ha dicho Javier Solana, "es una posición insostenible, estando como estamos por la negociación". Ni siquiera la Liga Árabe, en proceso de implosión, es capaz de servir de puente.

Aunque crea que lo hace por su seguridad, Israel puede estar cometiendo un grave error. Cisjordania quedará dividida en tres trozos a los que se añade la franja de Gaza, en asfixia económica. Es una garantía de fracaso, Estado fallido cabría decir, si llegara a Estado. En todo caso, una entidad no viable, que caería fácilmente en manos de Irán o de Al Qaeda. ¿Acaso no se ve que el islamismo radical, que Arafat siempre intentó mantener a raya, ha crecido entre los palestinos?

Si Israel, como es su intención, retiene los dineros de los impuestos que, en nombre de la Autoridad, recauda en los territorios ocupados, y además se cierra gran parte del grifo de la ayuda internacional, los palestinos pueden caer en el caos y en una guerra civil que en parte ya ha empezado con la lucha por el control de los servicios de seguridad que quiere conservar Abbas, y arrebatar el nuevo Gobierno de Hamás. El castigo colectivo desde Israel, además de reforzar a Hamás, puede estar gestando una crisis humanitaria de enormes proporciones. Sin dinero, la Autoridad no podrá pagar a sus más de 150.000 empleados, de los que viven casi un millón de personas, ni tampoco habrá fondos para las escuelas y los hospitales. Israel no podría quedar inmune a este caos, aunque sólo sea, como recordaba en Haaretz Akiva Eldar, por el riesgo de extensión de la gripe aviar entre los 85.000 pollos en Gaza y lo que pueda derivarse de ello. La retirada unilateral de Gaza no ha sido ningún éxito, y no es un buen ejemplo a seguir para Cisjordania.

La Comisión Europea ha suspendido temporalmente la ayuda directa. La UE está dividida. Hoy tendrán los Veinticinco que tomar una decisión. Algunos querrían poder canalizar fondos al presidente Abbas. Pero éste carece de estructura y ya no es siquiera un interlocutor para Israel. A Hamás -que sigue sin cometer atentados terroristas desde hace más de un año, lo que no es garantía que no vuelva a las andadas- se le pide, como es lógico, que renuncie a la violencia y reconozca el Estado de Israel, algo a lo que se acercó por un momento su ministro de Asuntos Exteriores, Mahmud Zahar, la pasada semana. "Hamás no puede cambiar su pasado, pero sí puede y debe cambiar su futuro", según Solana, para el cual la UE "no desea, por principio, el fracaso del Gobierno de Hamás". Pero Washington y Londres quieren provocar ese fracaso. ¿Cambiará Hamás? No a cambio de nada, aunque sea dinero. ¿Habrá antes una guerra civil entre palestinos? La letra del texto está saliendo torcida, y el contexto (Líbano, Siria, Irak, Irán) no ayuda, sino todo lo contrario. aortega@elpais.es

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