Palmas, últimas tendencias
Domingo de Ramos. Barcelona tiene un lugar muy propio donde celebrarlo: en la plaza de la Sagrada Família, frente al templo expiatorio. La industria de la palma ha evolucionado relativamente poco desde que acaparara las portadas de los periódicos en blanco y negro, mucho tiempo antes de que los chiíes del Raval celebraran la festividad de la Ashura. La de la palma sigue siendo, ojo al dato, una industria marcadamente sexista: palmón lanciforme para los niños, palma más o menos abarrocada para las niñas. En el terreno de los adornos, perduran los rosarios y las frutillas de azúcar de antes, y también los pollitos de felpa recién salidos del huevo y los ostentosos lazos de confitería. Curiosamente, la televisión no ha irrumpido en el sector (sólo por eso la fiesta de la palma merecería ser proclamada reserva natural de la humanidad); sí ha penetrado, en cambio, el variado y multicolor género de las chuches de última generación: finibooms, nubes, palotes, etcétera. Y el Barça, no podía ser de otro modo: muchas cintas son de un inconfundible azul y grana que parece querer adelantarse a las próximas celebraciones oficiales. Abundan en manos de adultos los ramos de laurel. Hay pocos ramos de olivo. Unas mujeres venden por un euro palmas de solapa, con cinta azul, rosa o cuatribarrada.
Mosén Lluís Bonet, rector del templo, da la bienvenida, con acento esmerado, en catalán, castellano, francés, italiano, inglés y alemán, para que luego hablen de imposiciones lingüísticas. Luego lee la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (San Marcos 11, 1-10), bendice las palmas, que se agitan olorosas al aire tibio de la primavera, y armado con una gran rama verde de palmera datilera deambula entre los fieles, tocando las frentes de los niños, mientras los demás nos sumamos a la escolanía que, acompañada por un casio en funciones de órgano, entona una sencilla melodía de osana en fa mayor, previamente repartida en ciclostil.
Luego viene la misa, con lectura a varias voces del largo fragmento del Evangelio de San Marcos (14-15) que narra la peripecia de la Última Cena, la agonía en Getsemaní y el encarcelamiento y juicio de Jesús, seguidos por la flagelación, la crucifixión y la muerte. Las traiciones de la narración siguen siendo las canónicas: la triple de Pedro, antes de que el gallo cante por segunda vez, y la de Judas, que besa al Señor para indicar a los guardianes del sumo pontífice a quién deben llevar preso. A nadie parece inquietarle la versión que de estos mismos hechos ha dado el llamado Evangelio de Judas, recién publicado por National Geographic y según el cual el malo oficial estaba en realidad conchabado con el protagonista.
El sermón de mosén Lluís consiste en explicar de forma amena a la concurrencia la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia, una suerte de exégesis del texto del evangelista en la versión escultórica de Josep Maria Subirachs. Mosén Lluís pasa por las varias estaciones del via crucis hasta que llega al cuadro central y culminante de la Crucifixión. "A la izquierda de la cruz, arrodillado, el artista ha colocado al arquitecto Gaudí, ahora en proceso de beatificación y que será santo si se puede acreditar algún milagro suyo", informa a los presentes. También desvela la clave del sodoku en bajorrelieve que se halla a la izquierda del pórtico: todas las filas suman 33, la edad de Cristo cuando murió.
El momento de la comunión demanda refuerzos especiales: no es tarea fácil suministrar el sacramento en una función masiva y al aire libre como ésta. Varios voluntarios se aprestan a ayudar al mosén: entre ellos, su hermano, Jordi Bonet, arquitecto responsable de las obras del templo, quien hace unos días manifestó su "preocupación y disconformidad" por el trazado del AVE, finalmente aprobado, que pasará según él a apenas cuatro metros de los fundamentos del templo. Muchas pancartas colgadas de los balcones cercanos reclaman que la línea pase por el litoral. Y entonces uno recuerda que antes de que sirvieran para colgar senyeres, sábanas antibelicistas o reclamaciones como ésta para que otros pechen con lo que a uno no le gusta, los balcones del Eixample acogían piadosos en sus retorcidas barandillas modernistas los palmones bendecidos el Domingo de Ramos, ya desprovistos de lazos, rosarios y frutillas azucaradas y condenados a permanecer allí el resto del año, ennegreciéndose por la contaminación de una Barcelona gris, triste y kitsch que todavía olía a Congreso Eucarístico.
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