Berlusconi queda en manos de los votantes
Los italianos acuden sin pasión a las urnas para elegir entre dos candidatos completamente opuestos
Los italianos acuden hoy a las urnas hastiados por una campaña electoral violenta en las formas y vacía en el fondo, escépticos sobre las virtudes de las dos coaliciones en liza y obsesionados con Silvio Berlusconi. En el día crucial, las cosas están como Berlusconi quería que estuvieran: las elecciones generales se han convertido en la práctica en un referéndum sobre Il Cavaliere, el hombre más rico de Italia y el único desde la caída de Mussolini que ha conseguido gobernarla durante cinco años consecutivos.
Las elecciones de los días 9 y 10 de abril de 2006 serán recordadas quizá por la palabra coglioni (gilipollas), sobre todo si, contra pronóstico, Berlusconi arranca de las urnas un segundo mandato. Para la gente, la que conversa en los cafés y los mercados, se trata de una cuestión dramática y a la vez prosaica: hay que elegir al meno peggio, al menos malo.
os italianos optan entre dos líderes de 67 años que comparecen al frente de dos coaliciones llenas de contradicciones internas y dotadas de programas escasamente verosímiles.
El programa del centro-derecha puede resumirse en dos palabras: Silvio Berlusconi. Las promesas de suprimir impuestos como los de la propiedad inmobiliaria o la recogida de basuras han surgido en la última semana de campaña, de forma improvisada, y no constan sobre el papel. El programa del centro-izquierda es aún más resumible: "No". No a Berlusconi. Mejor no adentrarse más allá, porque sus 281 páginas, fruto de una compleja negociación entre democristianos, socialdemócratas, ex comunistas, comunistas y ecologistas, superan la comprensión del ciudadano común: abunda en términos como "perecuación", "interoperabilidad", "interinstitucional", "elementos altométricos" y otros que, por no existir siquiera en italiano, carecen de traducción.
En la elaboración del cóctel programático de La Unión, el flanco más izquierdista se ha impuesto en el terreno económico, mientras los conservadores han redactado la parte social. El centro-izquierda promete derogar la ley de pensiones de 2004, volver a situar la edad de jubilación en los 57 años y acabar con la ley de trabajo temporal; al mismo tiempo, se escabulle cuando se habla de regularizar la situación de las parejas de hecho o de abrir nuevas vías a la experimentación biogenética.
Romano Prodi sabe muy bien que ya no es posible recurrir a la devaluación de la lira y al endeudamiento nacional para financiar jubilaciones a los 57 años, pero algunos de sus aliados, como Fausto Bertinotti, de Refundación Comunista, no dejarán de exigírselo. También sabe que muchos de sus votantes no creen que la familia cristiana tradicional sea el único modelo posible, y que tampoco dejarán de exigirle reformas en ese sentido.
La única promesa que Prodi ha hecho de forma personal, ante las cámaras y ante el público, ha consistido en rebajar las cargas fiscales sobre el trabajo en un 5%. La fórmula podría funcionar, porque haría más competitivos los productos italianos y elevaría un poco las nóminas de los trabajadores, favoreciendo el consumo. Pero antes de recortar un impuesto hay que encontrar ingresos alternativos, sobre todo en un país con la tercera deuda más alta del mundo, con un déficit presupuestario cercano al 4% del producto interior bruto (PIB) y sin crecimiento.
Las contradicciones del centro-derecha no están en el programa. No hace falta, porque han sido muy visibles durante los pasados cinco años. Al liberalismo populista de Berlusconi, quien se horroriza cuando alguien plantea que los impuestos puedan servir para redistribuir la renta ("¿queremos que el hijo del profesional y el hijo del obrero sean iguales?", se preguntó el otro día con un mohín escandalizado), se oponen el burocratismo social de los democristianos, el tradicionalismo social de los posfascistas y la xenofobia social de la Liga Norte. Esos componentes sociales han bloqueado o diluido las reformas liberales propuestas por Berlusconi.
La campaña ha sido desabrida además de superficial. Berlusconi ha llamado de todo a sus rivales y encima les ha acusado de insultarle a él. La Casa de las Libertades ha exagerado con tenacidad las amenazas fiscales del programa del centro-izquierda, denominado siempre "el partido de los impuestos", pero la táctica puede haber dado algún fruto porque La Unión ha acusado esos golpes. Prodi y los suyos han tratado de revestir con un mensaje de optimismo una coalición poco compacta, que amenaza con resquebrajarse en cuanto desaparezca el elemento aglutinador: la voluntad de apartar del poder a Berlusconi.
Las casas de apuestas dan como probable vencedor a Romano Prodi. Los últimos sondeos, los que no han podido publicarse, parecen apuntar en la misma dirección, pero con menos claridad. En medios de La Unión se percibía ayer una vaga inquietud ante la posibilidad de que Il Cavaliere, gracias a la ley electoral, conservara el control del Senado.
La elección del meno peggio entre Berlusconi y Prodi se realiza ante un precipicio económico. Sólo el euro salva a Italia de caer en una espiral de argentinización. Vencerá la honestidad sensata de Il Professore o el populismo espectacular de Il Cavaliere; los problemas, la semana próxima, serán los mismos para uno o para otro.
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