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Reportaje:Elecciones en Italia

El camaleón insaciable

Berlusconi cambia constantemente el lenguaje y la puesta en escena. Con él nunca se sabe dónde acaba el teatro y comienza la realidad

Enric González

El jueves, Silvio Berlusconi convocó a la prensa en palacio Chigi, sede de la presidencia del Gobierno, para lanzar gravísimas acusaciones contra los jueces, la prensa, la banca y las grandes empresas. Tenso, con el rostro abotargado, llegó a pedir la presencia de observadores de la ONU en las elecciones italianas para impedir que "los comunistas" manipularan las urnas. La imagen amenazante de Berlusconi dio la vuelta al mundo. En cuanto las cámaras se apagaron, Il Cavaliere volvió a ser un tipo chistoso, sonriente y seguro de sí mismo, feliz por lo bien que había desempeñado, durante media hora, su papel de Orlando furioso. Con Berlusconi ocurren esas cosas. Nunca se sabe dónde acaba el teatro y comienza la realidad.

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Sólo una cosa es segura: Silvio Berlusconi, nacido en Milán el 29 de septiembre de 1936, hijo de empleado bancario y ama de casa, millonario desde los 30 años, casado por dos veces y padre de cinco hijos, necesita gustar de forma compulsiva. Se considera un ser excepcional, un "ungido por Dios" (la expresión es suya), pero necesita que los demás se lo recuerden.

Querría seducir incluso a sus enemigos. El otro día, tras ver la película El caimán, su esposa Veronica comentó que el perfil berlusconiano trazado por Nanni Moretti no se ajustaba a la realidad. "La que retrata a Berlusconi", dijo, "ya existe; la firma Woody Allen y se llama Zelig". Berlusconi, en efecto, tiene mucho de Zelig, el personaje camaleónico que se transforma en su interlocutor. A Il Cavaliere no debió entusiasmarle la sinceridad de su esposa, porque al día siguiente la corrigió: "Veronica no quería compararme al personaje de Woody Allen; sólo quería decir que me entiendo con la gente".

Su capacidad para comunicar resulta evidente. Y para vender. Milán rebosaba de promotores inmobiliarios en los setenta y todos, o casi todos, se hicieron ricos. Uno, Berlusconi, se convirtió en un magnate de fabulosa fortuna, porque mientras los demás vendían pisos de uno en uno, él vendía a miles. Su urbanización Milano 2 (financiada con fondos procedentes de un misterioso holding suizo) contaba con 4.000 viviendas y costó lo suyo encontrar compradores. A Berlusconi se le ocurrió crear un canal de televisión privado para los residentes en la urbanización, y con el tiempo, y la ayuda del todopoderoso presidente del Gobierno Bettino Craxi, ese canal de circuito interno acabó convirtiéndose en Canale 5, la principal emisora de televisión italiana. Ésas son otras dos características de Berlusconi: buen olfato para adivinar las tendencias y ganarse el favor de las personas que le son necesarias.

La amistad con Craxi le costó un dineral, ya que durante años fue el principal financiador del Partido Socialista, epicentro de la corrupción que a principios de los noventa desbordó sobre la opinión pública y arrasó el viejo sistema partitocrático de la Primera República. Berlusconi, por supuesto, salió con bien de la masiva redada conocida como Manos Limpias. Ése es otro rasgo berlusconiano: sobrevive siempre a todo. Ha sido juzgado 12 veces por corrupción, fraude fiscal, falsificación de balances y cooperación con la mafia, y todas las sentencias le han declarado inocente o, con más frecuencia, han considerado prescritos los delitos.

Quien le admira, lo hace porque Il Cavaliere ha roto los códigos tradicionales de la política italiana y ha introducido un lenguaje, llano, vulgar a veces, pero siempre comprensible. También se le puede admirar por haber creado a pulso un sistema bipartidista, por haber salvado de sí misma a la derecha, por haber obligado a la izquierda a desplazarse hacia el centro, por haber hecho soñar a millones de personas con una Italia moderna, rica, americana. Quien le odia, lo hace porque Berlusconi es un mentiroso compulsivo, un gigantesco factor de manipulación (desde que llegó al poder controla, entre cadenas propias y cadenas públicas, el 87% de las emisiones televisivas), un estadista que se hace leyes a medida para escapar a la justicia, un patrón para el que los ciudadanos son clientes.

Se le odia o se le admira. Berlusconi no deja indiferente a nadie.

SCIAMMARELLA

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