Duelo a la italiana
Los italianos acuden hoy a las urnas. Frente a frente, Berlusconi, líder de la derecha, siempre perseguido por la sombra de la corrupción, y Prodi, banderín del centro-izquierda, con una imagen impecable, pero que suscita un escaso entusiasmo. Ésta es la Italia que aspiran a dirigir.
Italia soporta la mayor deuda pública de Europa. Sus trenes y autopistas están anticuados. Su jefe de Gobierno en los últimos cinco años es el hombre más rico del país y ha sufrido varios procesamientos por corrupción, uno de ellos aún pendiente. Aunque es propietario de tres de las cuatro televisiones privadas, dice que la información y los tribunales están en manos de los comunistas. El hombre que lidera el centro-izquierda y aspira a sustituirle procede de la derecha, de la antigua Democracia Cristiana. La economía no crece y abundan los fraudes. Las mafias constituyen la primera empresa nacional por facturación y causan cada año centenares de muertes. La producción cultural roza mínimos históricos. Parece evidente que los italianos tienen motivos para la irritación. Y sin embargo, mantienen el buen humor y dominan como nadie el arte de vivir. Se declaran escépticos y desalentados, pero no tristes.
"Mientras en España se han hecho reformas, nosotros llevamos 20 años sin cambiar nada"
La división en Italia se da entre el norte rico y el sur pobre, unas diferencias que se mantienen
Nadie es capaz de diagnosticar la parálisis italiana, pero la potencia industrial continúa ahí
En una década nada ha cambiado. Berlusconi, monopolio televisivo... Italia parece congelada
"En Italia hay en este momento desconcierto, desorientación, incertidumbre y escepticismo"
"Aquí se habla de 'deriva zapaterista' como si fuera un desastre, y eso es un complejo de inferioridad
Basta arañar la corteza de una campaña electoral crispada y desabrida, y romper la cáscara de una vieja clase política que no consigue renovarse, para que emerja la Italia real, la Italia que sabe reírse de sí misma y que mantiene, pese a una crisis que parece eterna, uno de los mayores niveles de riqueza del planeta.
"Los italianos son tolerantes y creativos, generosos y solidarios; siento admiración por ellos", dice el jesuita Ignacio Arregui, vicedirector de programación de Radio Vaticana y responsable de los servicios informativos. Arregui conoció los tiempos de la hegemonía de la Democracia Cristiana, asistió al colapso del antiguo régimen partitocrático a principios de los años noventa y ha vivido las luces y las sombras del fenómeno berlusconiano. "Hay desconcierto, desorientación, incertidumbre, escepticismo", admite. Como muchos otros, culpa a la clase política de no estar a la altura de las circunstancias.
Luca Ricolfi, profesor de sociología en la Universidad de Turín, director del Observatorio del Noroeste y fundador de Polena, una revista de análisis electorales, admite que Italia está gobernada por una "gerontocracia masculina", y que ambas coaliciones, la del centro-derecha y la del centro-izquierda, son fundamentalmente "reaccionarias". El problema no radica tan sólo en que ambos candidatos, Silvio Berlusconi y Romano Prodi, sean setentones y protagonicen una reedición de las elecciones de hace 10 años. Más grave aún, señala, es el hecho de que ni uno ni otro gusten a sus propios electores: "Hemos hecho numerosos sondeos y experimentos que indican que la gente de centro-derecha se sentiría mucho mejor si su candidato fuera Pierferdinando Casini, democristiano y hasta ahora presidente de la Cámara de Diputados, y que el centro-izquierda habría preferido verse representado por Walter Veltroni, dirigente de los Demócratas de Izquierda [antiguo Partido Comunista] y alcalde de Roma". Según Ricolfi, tanto Berlusconi como Prodi suscitan rechazo.
El profesor turinés votará, como otras veces, al centro-izquierda. Sin hacerse ilusiones. El año pasado publicó un libro titulado ¿Por qué somos antipáticos?, en el que sometía a crítica el sentimiento de "superioridad moral" que domina en la izquierda. "Utiliza un lenguaje incomprensible, produce una cultura artificiosamente difícil y oscura, y desprecia al adversario y a sus votantes". "Creo que la derecha", agrega, "tiende a ser más tolerante y a tomarse las cosas con un poco más de humor".
El cineasta Nanni Moretti, que durante años agitó a la izquierda radical y convirtió en lema multitudinario su grito "¡Di algo de izquierdas!", dirigido a Massimo d'Alema, presidente de los Demócratas de Izquierda y uno de los jefes de Gobierno en el quinquenio progresista (1996-2001), ha estrenado una película en plena campaña. Se trata, como era de esperar, de una obra antiberlusconiana. Pero El caimán, el largometraje en cuestión, encierra también una reflexión triste sobre la evolución de la sociedad italiana en estos últimos años. "Los italianos sólo habláis de televisión y de Berlusconi", le hace decir a un personaje de nacionalidad polaca. Ésa es una afirmación bastante cierta, especialmente en el caso de la izquierda. Silvio Berlusconi y sus televisiones han hipnotizado a sus enemigos.
Hubo un momento, el pasado 27 de octubre, en el que convergieron muchas de las obsesiones, problemas y virtudes de Italia. Fue, por supuesto, un momento televisivo. Ocurrió en el programa Rockpolitik, el fenómeno de la temporada: Adriano Celentano, con medio siglo de carrera a sus espaldas, católico y antiguo votante democristiano, volvía a la pequeña pantalla, y su retorno fue acogido casi como un fenómeno revolucionario. Ese día tenía como invitado a Roberto Benigni, el irresistible bufón nacional. Con una audiencia sensacional, que rozaba el 60%, Celentano y Benigni reprodujeron un viejo sketch de una película de Totó para redactar una carta a Silvio Berlusconi en la que se proponían pedirle perdón por burlarse de él. Celentano escribía, Benigni dictaba. El texto, corregido una y otra vez, se hacía más y más satírico.
Benigni no contó esa vez uno de sus chistes clásicos sobre Il Cavaliere: "Berlusconi es un tipo de carácter, hay que admitirlo. Sabe afrontar los problemas. Ahora se enfrenta a un proceso por corrupción que espantaría a cualquiera. Pero no a él. Ha dicho en los periódicos que está sereno y que por las noches duerme como un niño. ¡Claro! ¡Se despierta cada tres horas y llora!". El chiste aún vale, pero es de la campaña electoral de 1996. En una década, casi nada ha cambiado. Berlusconi, monopolio televisivo, jueces Italia parece congelada.
Luca Cordero di Montezemolo, el hombre que en 1991 llegó a una Ferrari en caída libre (los coches invendidos se dejaban fuera de la factoría, bajo la nieve) y reconstruyó el mito del cavallino rampante, hoy presidente de Fiat y de la gran patronal Confindustria, habla también de estancamiento. "En estos últimos cinco años hemos progresado muy lentamente, y cuando el mundo se mueve tan rápido como ahora, ser lentos equivale a rezagarse", afirma en una entrevista realizada en su despacho de Via Veneto. "Mientras el Reino Unido, España o más recientemente Alemania han acometido reformas valientes, nosotros llevamos 20 años sin cambiar nada. Hace falta un gran proyecto político, hacen falta políticos valientes que tomen decisiones, hacen falta reformas estructurales y recortes del gasto público, hace falta invertir en investigación y en infraestructuras ".
¿No ha hecho nada Berlusconi en es- tos cinco años? Il Cavaliere, que en 2001 firmó ante las cámaras de televisión (¿cómo no?) un contrato con los italianos en el que se comprometía a reducir los impuestos, a crear un millón de puestos de trabajo, a subir las pensiones y a iniciar importantes obras públicas, proclama que ha cumplido. "Berlusconi ha realizado bastantes de sus promesas, sin duda la mayoría de ellas", comenta el sociólogo Ricolfi. Paradójicamente, el Gobierno conservador de Silvio Berlusconi ha desarrollado una política casi de izquierdas. "No ha reducido la presión fiscal, como había prometido", explica Ricolfi. "Pero sí ha logrado que disminuyeran la precariedad en el trabajo y los accidentes laborales -que habían subido con el centro-izquierda-, ha mantenido el Estado social y ha realizado una reforma del sistema de pensiones equitativa, que ha favorecido a los jubilados con menor poder adquisitivo".
También ha creado un millón de puestos de trabajo, gracias en gran parte a una masiva regularización de inmigrantes que en una semana convirtió en regulares más de 700.000 empleos clandestinos. Y ha puesto en marcha o acelerado varios grandes proyectos de infraestructura, como el tren de alta velocidad entre Turín y Lyón, las compuertas del sistema Mose para cerrar la laguna de Venecia e impedir que las mareas sigan erosionando la ciudad, y el puente entre Messina y Sicilia. El centro-izquierda tiene dudas sobre todos esos proyectos. Según los ecologistas y el grueso de la militancia de izquierda, el tren de alta velocidad en el Piamonte obliga a horadar una montaña llena de asbestos cancerígenos, el Mose veneciano resulta demasiado caro y quizá no funcione, el puente de Messina carece de utilidad si antes no se mejoran las vetustas carreteras y líneas férreas que confluyen en el estrecho. En principio, los tres proyectos deberían detenerse temporalmente (aunque Prodi ha asegurado que la línea de alta velocidad en el valle de Susa "se hará") para ser sometidos a revisión por parte de comisiones especializadas.
Los italianos, individualistas hasta la médula y socialmente grupales, se han acostumbrado a pedir grandes obras públicas, pero no en su pueblo. Y a exigir reformas, pero que afecten sólo a los demás. "El 70% de los italianos exige que se mantengan sus privilegios, aunque sean pocos, aunque sean casi nada. ¿Sabe usted que el 40% de las pensiones de invalidez son percibidas por gente sana?". El profesor Ricolfi considera gravísimos el conservadurismo vital y la falta de movilidad social, reflejada incluso en la resistencia a cambiar de domicilio o localidad de residencia.
El 80% de los italianos son propietarios de su casa. Para Silvio Berlusconi, ésa es una señal indiscutible de riqueza. Pero es también un anclaje: la gente no va adonde está el trabajo, espera a que se lo traigan cerca. Y se ha acostumbrado a jubilarse con menos de 60 años. Hasta la reforma efectuada por Berlusconi, bastaban 35 años de cotización para jubilarse a los 57 con la pensión completa. A partir del año 2008, los hombres tendrán que esperar hasta los 60 años. Para las mujeres se mantendrá el sistema antiguo.
Una de las instituciones más discuti-das es la Universidad. Los profesores tienen el puesto asegurado de por vida, y el nepotismo florece de forma espectacular. Para ilustrar este último aspecto suele citarse el caso de la Universidad de Bari, en cuyo profesorado imperan el clan Tatarano (padre y dos hijos), el clan Massari (nueve en total) y los Girone (el padre, rector, y su esposa, el hijo, la hija y el marido de la hija). Por supuesto, no es nada ilegal. Todos los profesores alcanzan su plaza a través de un concurso en el que los jueces, eso sí, son familiares o amigos. La estructura de clanes es común a todos los centros universitarios.
Quizá más preocupante, y sin duda más representativa de la Italia berlusconiana, es la elección de carrera por parte de los alumnos. En el curso 2004-2005 había poco más de 4.000 inscritos en ciencias físicas y matemáticas; en ciencias químicas había 2.628; en ciencias de la comunicación, 54.000. Roberto Napoletano, subdirector del diario económico Il Sole-24 Ore, resalta en su libro Fardos de Italia que la juventud, crecida bajo el sol de la televisión omnipresente, aspira de forma masiva a encontrar un empleo de comunicador. Es decir, de personaje televisivo. Se trata de un sector en alza, pero no ofrece más de mil plazas al año. Así que, de los 54.000 estudiantes, 53.000 están condenados a la frustración y el subempleo.
El dato más revelador sobre el desprestigio de las universidades italianas aparece en las estadísticas de estudiantes extranjeros. En Estados Unidos, un 25% de los posgraduados que estudian para el doctorado procede de fuera del país; en el Reino Unido son casi el 33%; en España son el 11%; en Portugal, el 6%, y en Italia, el 2%. Roberto Napoletano subraya otro fenómeno negativo: 72 de cada 1.000 licenciados italianos emigran hacia otros países europeos o hacia Estados Unidos. Un caso concreto de la hemorragia de técnicos: Andrea Alunno, treintañero, especialista en programación para redes de telefonía móvil, está dejando Roma para instalarse en Madrid, donde desempeñará el mismo trabajo, "pero con mejor sueldo y mayores posibilidades de promoción". "Ostentamos la primacía en materia de fuga de cerebros", comenta con sarcasmo Napoletano.
Nadie es capaz de diagnosticar con exactitud las causas de la parálisis italiana. La potencia industrial sigue ahí. Beretta fabrica armas que equipan a los ejércitos y las policías de medio mundo, incluida la estadounidense. El nuevo Fiat Punto es el coche más vendido de Europa. No hay multimillonario que no disponga de uno de los superyates del Grupo Ferretti, con marcas celebérrimas como Pershing y Riva. Ferrari es más Ferrari que nunca. El presidente George Bush viaja en un helicóptero producido por el consorcio ítalo-británico Agusta Westland. Por no hablar de Pirelli, que ha saltado de los neumáticos a la fibra óptica. O de ciclomotores. O de alta moda.
Giulio Tremonti, vicepresidente económico en funciones, piensa que la industria italiana se había hecho "adicta al viejo sistema de la lira, que fomentaba la exportación a base de devaluaciones competitivas y financiaba un crecimiento artificial con cargo al endeudamiento público, o sea, a las generaciones futuras". Las generaciones futuras han llegado ya, y se encuentran con una moneda cara, el euro, y con una deuda elefantiásica. Añádanse un sector bancario protegido y poco competitivo, unas redes de distribución anticuadas y una mala época de Alemania y Francia, clientes tradicionales del made in Italy, para dibujar el cuadro de las dificultades.
Hay quien echa parte de la culpa a la Iglesia católica. Científicos de máximo nivel como Rita Levi Montalcini, premio Nobel de Medicina, señalan que un sector tan puntero como las biotecnologías queda vedado a los investigadores y a las empresas italianas porque las leyes que regulan la experimentación figuran entre las más restrictivas de Europa. El Vaticano y los obispos hicieron sentir su peso en el reciente referéndum sobre la reproducción asistida, en el que venció la abstención y, por tanto, el statu quo. El periodista y jesuita Ignacio Aguirre considera que los resultados de ese referéndum no fueron debidos a la presión católica, que abogaba por la abstención, sino a la extraordinaria dificultad y heterogeneidad de las preguntas. Sí admite que la sociedad italiana "es mayoritariamente católica, aunque sin coherencia religiosa". Se trata, explica, de un fenómeno histórico: "La identidad italiana se forjó en torno al catolicismo y a la autoridad pontificia, y eso sigue pesando en casi todos los aspectos de la vida, mucho más, por ejemplo, que en España".
El catolicismo pesa de forma evidente en la resistencia a regular formas de convivencia alternativas. No existen, para la legislación italiana, las parejas de hecho. Y los matrimonios homosexuales son tabú, para Berlusconi y para Prodi. Uno de los fenómenos de los últimos meses ha sido la irrupción en la vida pública (es decir, en la televisión) de Vladimiro Guadagno, más conocido como Vladimir Luxuria, un transgender (prefiere esa denominación) que aspira a un escaño en el Parlamento por las listas de Refundación Comunista. Luxuria podría parecer una repetición del fenómeno Cicciolina, pero no lo es. Su debate televisivo con la fascista Alessandra Mussolini -en la que ésta, con la frase "más vale ser fascista que maricón", provocó un escalofrío a millones de ciudadanos moderados- demostró una extraordinaria habilidad dialéctica forjada durante años de teatro y cabaré.
Vladimir Luxuria es uno de los pocos candidatos de la izquierda que apuesta por el humor. "¿Cómo puedo atacar a Berlusconi?", pregunta. "¿Cómo puedo criticar a uno de los míos, con todo su maquillaje y sus taconazos altos?". También protagonizó un momento impresionante, aunque no trascendental (no fue transmitido por televisión), cuando intervino ante una asamblea de estibadores del sur. El líder de los estibadores portuarios, gente de la vieja escuela machista, tomó el micrófono y proclamó: "¡Compañeros, hoy somos todos maricas!". El aplauso fue atronador.
"Aquí se habla de la 'deriva zapaterista' como si fuera un desastre, y a mí me parece que eso refleja un cierto complejo de inferioridad, o envidia", comenta en su apartamento, situado en un suburbio popular del sur de Roma. "En este momento, Italia se obstina en ir a contracorriente. Los políticos están pendientes del papa Ratzinger y de Camillo Ruini, el presidente de la Conferencia Episcopal. La fe, la religión, no deberían confundirse con las leyes del Estado. Sólo queremos que nos dejen pecar tranquilamente, como pecan ya quienes se divorcian o quienes abortan".
Vladimir Luxuria admite que, para un comunista, Prodi no constituye el jefe de filas más entusiasmante. Pero apuesta por el posibilismo: "Romano Prodi venció en las elecciones primarias y es nuestro candidato, no le fallaremos. Queremos acabar con un presidente como Berlusconi, que trata a los italianos como si fueran sus empleados, y llevar al Gobierno a un católico abierto que se ha comprometido a cambiar las cosas". Rechaza que la historia pueda repetirse y que vaya a ocurrir como en el año 1998, cuando Refundación Comunista abandonó la coalición y provocó la caída de Prodi. "Habrá discusiones, habrá que ver cómo se regulan las parejas de hecho, pero nuestro apoyo será leal y durará toda la legislatura".
El sistema político italiano podría definirse como un "bipartidismo multipartidista". Existen dos coaliciones: la Casa de la Libertad de Silvio Berlusconi, que abarca desde el centro a la extremísima derecha, y la Unión de Romano Prodi, que parte del centro y concluye en la extrema izquierda. La omnipresencia de Silvio Berlusconi acentúa la sensación de país dividido por la mitad: unos están con él; otros, contra él. Pero bajo las dos banderas, la de Berlusconi y la de Prodi, aspiran a entrar en la Cámara de Diputados 27 partidos, y para el Senado son 20. Las posibilidades de fragmentación, reordenación, cambio de camisa (en la legislatura 1996-2001 hubo un diputado que pasó por siete grupos distintos) y trapicheo aparecen muy numerosas. En Italia, nada es trágico ni es definitivo. En la política italiana, aún menos.
Si existe una gran división, resulta ajena a las ideologías. Es la división entre el norte rico y el sur pobre, con unas diferencias que se mantienen y en algunos aspectos se agravan año tras año. A efectos de estadísticas macroeconómicas, el Veneto podría estar en Austria, Lombardía encajaría en Alemania o Suiza, y Campania no desentonaría en Marruecos.
Pueden citarse muchas razones por las que el sur no despega. Todas pueden resumirse en una palabra: mafia. "El silencio sobre las mafias es escandaloso", afirma Ignacio Arregui. La televisión sólo se refiere al crimen organizado cuando arrecian las matanzas (en 2005 hubo más de 150 cadáveres en un solo barrio de Nápoles) o cuando se registran detenciones. A finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando el movimiento regeneracionista La Rete, de Leoluca Orlando, se hizo con la alcaldía de Palermo, los jueces Falcone y Borsellino fueron asesinados, cayó el gran jefe Totó Riina y se celebró el macroproceso contra la Mafia en un búnker palermitano, parecía que algo estaba cambiando. No fue así. El sucesor de Riina como patrón de la Cosa Nostra, Bernardo Provenzano, es el hombre más buscado del país desde el año 1963; se sabe que vive en Palermo, se sabe que se operó en Marsella con cargo a la Seguridad Social, se sabe la ropa que usa y los restaurantes que frecuenta, pero sigue libre.
Mientras la Cosa Nostra sicialiana ha optado por mantener un perfil bajo e invertir la recaudación del pizzo (el impuesto mafioso) en negocios legales, la Camorra napolitana y la 'Ndrangheta calabresa han adquirido un desmoralizante protagonismo social gracias a su práctico monopolio sobre el mercado de la droga.
En el mes de abril del año pasado, la 'Ndrangheta se permitió asesinar a un político calabrés, Francesco Fortugno, dentro de un colegio electoral. Fortugno, vicepresidente del gobierno regional, se había negado a entregar la gestión de un hospital a una empresa mafiosa.
Hace unas semanas fueron detenidos los presuntos culpables, miembros del clan Cordi. Explicaron con tranquilidad que no habían buscado ningún simbolismo al acribillar a un político ante una urna: ocurrió que la víctima era un poco impuntual, y les fue más fácil encontrarle en el momento de votar que a la puerta de su casa.
Además de la Cosa Nostra, la Camorra y la 'Ndrangheta prospera también la Sacra Corona Unida de Puglia, muy conectada con las organizaciones mafiosas albanesas. El Ministerio del Interior estima que las mafias italianas facturan anualmente, en conjunto, unos 20.000 millones de euros.
Los jóvenes del sur han protagonizado en los últimos meses numerosas manifestaciones para exigir el fin de la coacción y la violencia mafiosa. Quieren vivir en paz, y quieren, sobre todo, que se acaben las viejas complicidades entre políticos y capos. Como en casi todo, hay un antiguo chiste de Roberto Benigni que mantiene su vigencia: "Muchos conflictos se arreglan con un partido de fútbol. ¿Por qué no se organiza un encuentro de políticos contra mafiosos? Sería un partido amistoso, naturalmente".
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