Un viejo debate del siglo pasado
Las disputas ideológicas sobre Rusia y el socialismo hacen una enigmática aparición
En el último siglo solíamos tener dos grandes debates: uno sobre el socialismo y Rusia, el otro sobre el capitalismo y Estados Unidos. Eran las dos caras de una misma moneda. En este siglo, lo que nos queda es el debate sobre el capitalismo y Estados Unidos, además de otros nuevos. No obstante, de vez en cuando, las viejas disputas ideológicas sobre Rusia y el socialismo hacen una enigmática reaparición, y así ha ocurrido recientemente en las páginas de opinión de The Guardian. Algunos columnistas han sugerido que las elecciones de Ucrania y Bielorrusia anuncian un cambio de clima contra las nefastas "revoluciones de color" apoyadas por la CIA, el inhumano neoliberalismo de libre mercado, la propaganda estadounidense, la hipocresía occidental y otros males. Es imposible desentrañar en un solo artículo toda la confusión de ideas, las inexactitudes, las medias verdades y las contradicciones que acompañan a esas afirmaciones, pero mostraré tres ejemplos.
¿En qué medida quienes votaron por Lukashenko lo hicieron movidos por la satisfacción económica, el patriotismo o empujados por el miedo?
La izquierda debe criticar los dobles criterios de Occidente, pero eso no debe servir para justificar los restos autoritarios del socialismo soviético
Occidente no se equivoca al defender la democracia en Bielorrusia. Pero debería esforzarse más en impulsarla en Egipto y Arabia Saudí
En su columna del sábado 1 de abril, James Harkin afirmaba que muchos de los
comentaristas occidentales que se habían mostrado "curiosamente emocionados" ante la revolución naranja de Ucrania en 2004, "se han quedado sin habla" ahora que el partido del candidato prorruso, Víktor Yanukovich, "ha triunfado" en las últimas elecciones parlamentarias. Yo no, desde luego. ¿Por qué me voy a quedar sin habla yo, que me alegré con la gente en la plaza de la independencia de Kiev? La revolución naranja no pretendía dar el poder a ningún partido concreto. Quería utilizar "el poder del pueblo" para dar a la gente la oportunidad de elegir a su propio Gobierno en unas elecciones libres y limpias. Y eso es lo que acaba de hacer Ucrania. Un observador electoral británico del Parlamento Europeo ha explicado que los procedimientos electorales empleados por los ucranios en estas elecciones le parecieron superiores a los de Gran Bretaña.
Aproximadamente uno de cada tres votantes ucranios escogió a Yanukovich, sobre todo en la parte oriental del país, más prorrusa. Es un 10% menos de lo que seguramente obtuvo en las elecciones presidenciales amañadas de 2004, que desencadenaron la revolución naranja. El llamado voto naranja se dividió entre los líderes de la revolución, hoy peleados, Víktor Yuschenko y Julia Timoshenko, pero sus votos sumados superaron a los de Yanukovich. Los votantes, salvo en el extremo oeste del país, pro-occidental, castigaron a Yuschenko por las esperanzas frustradas, el caos económico, la corrupción generalizada que no cesa (si piensan que la política británica es sórdida, vayan a Ucrania), la manera de afrontar las presiones rusas sobre el gas a principios de este año y la disputa con Julia. En algunas cosas tienen razón, en otras no tanta. Pero lo fundamental sigue siendo que la gente pudo escoger en unas elecciones libres y limpias. Pueden devolver al poder a un viejo canalla, si lo desean; luego podrán volver a echarle. Es la democracia, estúpido.
Dobles criterios
Una segunda línea de comentarios se refiere a los dobles criterios de Occidente. "Incluso aunque pensemos lo peor de Lukashenko (y hasta sus rivales reconocen que cuenta con un apoyo mayoritario en Bielorrusia)", escribe Neil Clark, "los fallos democráticos de la antigua república soviética no son nada en comparación con los de otros Gobiernos a los que Occidente, en lugar de castigar, ha recompensado con generosidad". Egipto, por ejemplo. Es una afirmación importante, pero no en el sentido que cree Clark. Es verdad que Estados Unidos, como todas las grandes potencias de la historia, aplica dobles criterios de manera evidente. La lógica siniestra de "es posible que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta" está tan presente en la llamada guerra contra el terror como lo estaba en la guerra fría. Pero la conclusión que debemos sacar no es que Occidente se equivoque al defender los derechos humanos y la democracia en Bielorrusia. Es que Occidente debería esforzarse más en defender los derechos humanos y la democracia en Egipto y Arabia Saudí. Si alguien presencia dos asesinatos independientes y sólo persigue a uno de los asesinos, porque el otro es amigo suyo, no decimos que ha hecho mal en ir tras ese asesino, decimos que tenía que haber perseguido también al otro.
Una tercera línea es una variante de la vieja defensa del cuenco de hierro: puede que no tengan derechos humanos ni libertades civiles de tipo occidental, pero están mejor social y económicamente hablando. Según un artículo de Jonathan Steele, en Bielorrusia, bajo Lukashenko, los salarios reales han crecido un 24% en el último año, se ha reducido el IVA, se ha contenido la inflación, en los siete últimos años ha bajado a la mitad el número de personas que viven en la pobreza y se han evitado tensiones sociales gracias al reparto de rentas más justo de todos los países de la región. ¡Qué paraíso!
Hay que preguntarse hasta qué punto son fiables estas estadísticas, en qué medida quienes votaron por Lukashenko lo hicieron movidos por la satisfacción económica y social, el patriotismo, el amor a su dirigente, etcétera, y en qué medida lo hicieron empujados por el miedo. Dado que existen pocos medios independientes en Bielorrusia y ningún sondeo político rigurosamente independiente, y que no sabemos cuánta gente votó verdaderamente por Lukashenko, la pregunta es imposible de responder. Pero he hablado con varios corresponsales que estaban allí y que dicen que había un elemento de miedo importante, sobre todo en la generación intermedia.
Viejo conocido
El gran tema de debate -no sobre los hechos, sino sobre su interpretación- es si los logros económicos y sociales, sean los que sean, justifican o compensan las restricciones a las libertades civiles, la intimidación y las violaciones de derechos humanos que Jonathan Steele, un corresponsal muy serio y veterano, menciona más adelante en su artículo. Jonathan y yo
somos viejos conocidos. En 1977, Jonathan publicó un libro sobre la Alemania del Este comunista, titulado Socialism with a German face
[El socialismo de rostro alemán]. Su conclusión era que "el sistema social y económico de Alemania del Este es un modelo presentable de los Estados de bienestar autoritarios en los que se han convertido hoy las naciones del Este de Europa". Mi pregunta fue entonces y sigue siendo hoy: presentable, ¿para quién? ¿Presentable para el visitante del exterior, inmerso en su viaje periodístico e ideológico, pero libre de marcharse cuando lo desee? ¿O presentable para la gente que vive allí? Creo que los alemanes del Este dieron su respuesta en 1989. Y, a pesar de que muchos de ellos se sienten decepcionados por lo ocurrido desde entonces, no quieren que vuelva el muro.
Lo único que propongo hoy es que se dé a los bielorrusos la oportunidad de responder también por sí mismos a esa pregunta, sin miedo, en unas elecciones libres y limpias. Si entonces prefieren recuperar a un viejo canalla, como acaba de hacer uno de cada tres votantes en Ucrania, será una decisión suya, a la que tienen perfecto derecho. Pero si alguien cree que eso es lo mismo que acaba de pasar en Bielorrusia -donde, según la BBC, se ha encarcelado a más de 150 partidarios de la oposición-, necesita que le examinen la cabeza.
Está bien y es necesario que la gente de izquierdas critique los dobles criterios de Occidente, las consecuencias humanas de la terapia de choque neoliberal, la desigualdad social y la apolítica exterior actual de Estados Unidos, pero eso no debe llevar a nadie a buscar disculpas engañosas para justificar los restos autoritarios del socialismo soviético. Supongo que la mayor preocupación de la izquierda democrática, hoy, será la suerte de los manifestantes pacíficos encerrados en las cárceles de Lukashenko. Querer que la gente tenga la oportunidad de escoger su propio Gobierno no es de derechas. Es un derecho.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.