_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El rastro de la derrota

Arno Schmidt (1914-1979) es una isla dentro de la literatura alemana de la segunda mitad del pasado siglo. Una isla misteriosa y una isla maravillosa a la vez. Admirado por sus contemporáneos, retirado del mundo en su casa de Lüneburg, dedicado de manera obsesiva a la Literatura, Arno Schmidt escribió novelas y ensayos, hizo traducciones y publicó una biografía de De la Motte-Fouqué. Su primera obra de importancia es una trilogía titulada Nobodaddy's Kinder (literalmente, "los hijos de Papanadie"), a la que pertenece el libro que comentamos.

Aún hoy, a principios del siglo XXI, su obra sigue exigiendo un verdadero esfuerzo de concentración. No es una lectura acomodaticia, desde luego, sino todo lo contrario. El libro está dividido en tres partes y transcurre en al año siguiente a la derrota alemana: 1946. Un personaje, trasunto de Schmidt, llega a un pueblo tras ser liberado de un campo de prisioneros. No posee más que lo que lleva puesto. Su primera ocupación es proveerse de cosas tan elementales como una cuchara o una taza y encontrar cobijo en cualquier rincón; entra en contacto con el sacerdote, con dos muchachas que le hacen sitio en un cobertizo, con alguna otra gente y, en definitiva, se dedica a sobrevivir en medio de la miseria de los vencidos. Es la misma Alemania devastada que podríamos reconocer, por ejemplo, en la Germania, anno zero de Rossellini con una diferencia muy importante: que el relato no posee el orden que tiene la película.

EL BREZAL DE BRAND

Arno Schmidt

Traducción de Fernando Aramburu

Laetoli. Pamplona, 2006

144 páginas. 13 euros

Esa Alemania desgarrada,

destrozada, paupérrima, superviviente tiene su correlato en la prosa de Schmidt. No es la historia que se narra sino la escritura con que se expresa lo que nos muestra la profunda desarticulación física y moral del país. El libro de Schmidt está dividido en tres partes y las tres están escritas del mismo modo: una entrada en cursiva da paso a un párrafo más o menos largo; aparentemente el orden de los párrafos no existe, son textos más o menos breves descoyuntados, que parecen producto de una mente desvariante que, sin embargo, como ocurre con los locos, posee un orden y, sobre todo, una lógica. Esa lógica es la que el lector debe encontrar; no es la lógica de una mente enferma sino la de alguien que lo ha perdido todo y carece de esperanza y de futuro, pero a quien le queda algo: ante todo, la lucidez y la capacidad de observación y, estrechamente unido a ello, la ironía, una ironía que, como no podía ser menos se corresponde con el humor más cruel, el humor de quien elige reírse cruelmente de todo lo que le rodea, empezando por sí mismo, como único medio de soportarse, al menos mientras decida seguir viviendo.

Puesto que el esfuerzo y el pensamiento están volcados en la escritura, lo primero que hay que señalar es su prodigiosa capacidad de crear imágenes y asociaciones de palabras, incluidas las inventadas para la ocasión. Su lenguaje es, además, abierto, desvergonzado y heterodoxo (recordaría en su brutal desvergüenza al propio Céline, aunque son dos escrituras diferentes) y sacude constantemente al lector, no le deja arrellanarse. En su discurso -hay un narrador dominante que es él mismo- se intercalan constantes referencias culturales, muchas de ellas eruditas, lo que hace pensar también en otro texto conmocionado por una catástrofe, la Tierra baldía de Eliot, donde también la apelación a la tradición cultural en forma de citas era una especie de cabo de salvación en medio de la desesperanza. Y, por último, utiliza los signos de puntuación como le viene en gana, según la necesidad del discurso, empleando el guión como uno más de manera constante. El resultado es una prosa desconcertante, de apariencia caótica, que conduce un discurso roto y pegado a las necesidades materiales más elementales de unos personajes derrotados. Pero de una fuerza abrasiva.

La primera impresión del lector no habituado será de desconcierto, como sucede siempre con los grandes innovadores (Musil, Beckett...) y de estar leyendo algo donde no pasa casi nada, pero que simbólicamente lo contiene todo. Ese paso que convierte lo irrelevante en verdad simbólica es clave. Quien se interna en esa tremenda escritura no tardará en rechazarla o en sentirse muy atraído por ella; en el segundo caso la instantaneidad, la ruptura continua, el formidable artificio literario lo atraparán sin remedio, con toda su dificultad e incluso sus lagunas de lectura. En cierto modo Schmidt es un iluminado de la literatura que escribe desde el centro de la misma. Y no hay que dejar de alabar y con gratitud el esfuerzo extraordinario de Fernando Aramburu en su meritorísima traducción del libro.

Arno Schmidt es autor de obras como 'La escuela de los ateos'.
Arno Schmidt es autor de obras como 'La escuela de los ateos'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_