_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El 'Apocalypse Now' fiscal

Mientras el apoyo al presidente George W. Bush caía en Estados Unidos durante el año pasado, el elemento más sorprendente quizá fuera la revuelta de los economistas y de los observadores de la política económica. La semana pasada, Peggy Noonan, redactora de discursos de Reagan y del primer presidente Bush, declaraba en The Wall Street Journal que, de haber sabido cuál sería la política presupuestaria de Bush, habría votado a Al Gore. Bush "se presentó como un conservador... y el conservadurismo es hostil por razones que varían desde lo abstracto y lo filosófico hasta lo concreto y lo práctico...".

Lo que afirma Noonan no es del todo correcto. George W. Bush no se presentó como un conservador normal, sino como algo que denominó un "conservador compasivo". Algunos se centraron en el "conservador": esperaban que la política fiscal del Gobierno de Bush mantuviera fuertemente controlado el gasto y eliminara muchos programas, para así financiar significativos recortes tributarios. Otros se fijaron en el "compasivo": esperaban que la política fiscal de Bush evadiera en gran medida los recortes tributarios y adoptara prioridades de gasto en buena parte demócratas, incluyendo la ampliación de la ayuda federal a la educación y las prestaciones para recetas médicas, demostrando así que los republicanos podían dirigir una versión más rentable del Estado de bienestar. Y otros interpretaron el "conservadurismo compasivo", como dice el comentarista Andrew Sullivan, como una "pantalla de humo... necesaria para conseguir reducir remotamente el poder de la Administración pública en un Estado de derechos insaciable". Esperaban que los recortes de impuestos fueran seguidos por un ataque directo contra el gasto social en cuanto los déficit reaparecieran.

Bush realizó grandes recortes presupuestarios, pero mal diseñados, y las prioridades de gasto interno demócratas, pero mal aplicadas

A consecuencia de ello, en 2000 y 2001 nadie estaba realmente seguro del rumbo político que tomaría el Gobierno de Bush. ¿Era un conservadurismo fiscal tradicional? ¿Iba a hacer lo mismo que los demócratas, pero mejor? ¿Iba a "hacer pasar hambre a la bestia", aumentando la deuda de la Administración pública hasta el punto de que hubiera que recortar los programas sociales? Las dos primeras prioridades, si se diseñan y se aplican bien, son ciertamente objetivos honorables. La tercera es menos honorable, y es probable que fracase: se basa en la premisa peligrosamente débil de que los adversarios políticos del partido en el poder tendrán más en mente a los ciudadanos y serán menos despiadados cuando vuelvan al Gobierno. Conservadores y republicanos podían esperar que sus prioridades políticas favoritas fueran la estrategia preferida del Gobierno. O podían contentarse con cualquiera de las tres estrategias que esperaban ver, aceptando que, en cualquier caso, la política fiscal siempre sería mejor que con un gobierno demócrata.

Entonces sucedió algo extraño: el Gobierno de Bush no siguió ninguna de las tres opciones. Hizo algo completamente distinto: grandes recortes tributarios, sí, pero mal diseñados desde la perspectiva de la oferta destinada a fomentar el crecimiento, y las prioridades de gasto interno demócratas, pero muy mal aplicadas. El Gobierno de Bush combinó sus políticas con una extraordinaria renuencia a vetar nada que saliera del Congreso y una incapacidad absoluta para refrenar al Congreso.

Lo que surgió no fue ni conservadurismo fiscal tradicional, ni políticas democráticas sin demócratas, ni populismo de "matar de hambre a la bestia", sino algo sin nombre. Una conversación entre dos personajes de la película Apocalypse Now capta también la antiética que caracteriza las políticas del Gobierno de Bush:

Willard: "Me dijeron que se había vuelto usted completamente loco, y que sus métodos eran insensatos".

Kurtz: "¿Son mis métodos insensatos?".

Willard: "Yo no veo ningún método, señor".

Lo que ha llevado a su (tardía) revuelta contra la política fiscal a los republicanos y los conservadores no es el pensar que el Gobierno de Bush ha adoptado el método incorrecto, sino el no ver método alguno. Y por eso tantos desearían haber tenido un candidato distinto en el año 2000.

J. Bradford DeLong es catedrático de Economía en la Universidad de California en Berkeley y fue subsecretario del Tesoro durante el Gobierno de Clinton.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_