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Reportaje:

"Prefiero que mi hijo esté con Alá antes que preso del FBI"

Fatiha Tahir, viuda del jefe de Al Qaeda en Arabia Saudí, narra la muerte de su marido y de su hijo de 11 años en un choque armado

En el televisor colocado en medio del salón, un DVD hace desfilar imágenes de los "mártires" de la yihad en Oriente Próximo, mientras unas voces viriles ensalzan con cánticos a los que han muerto en defensa del islam. Con la misma música de fondo aparece la batalla de Faluya (Irak), en abril de 2004, y soldados norteamericanos en apuros. De sopetón, es un crío el que entona una canción y en la pantalla se proyecta la imagen fija de un niño muerto y desfigurado: Adam Mejatti, de 11 años.

Pese a que ha visto su rostro destrozado cientos de veces, Ilyas, de 13 años, su hermano, se queda extasiado ante la pantalla. Fatiha Tahir Husni, de 45 años, la madre de Adam e Ilyas, solloza con discreción.

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En su primera entrevista con un periodista no árabe, Fatiha se muestra recelosa. Le quita el móvil y desconecta la batería "porque puede ser utilizado para fines no deseados", señala en alusión al vehículo de la Dirección de Supervisión del Territorio (DST), la policía secreta marroquí, estacionado ante su domicilio.

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La viuda viste el nikab, la versión saudí del chador iraní, que sólo deja sus ojos al descubierto, aunque unas gafas gruesas tampoco permiten verlos. "No crea que es mala educación, pero no le voy a mirar porque una buena musulmana debe fijar la vista en el suelo", explica, de entrada, al visitante en un francés impecable. Interrumpe la conversación para rezar el Asr (una de las cinco oraciones diarias) detrás de una cortinilla.

"Le puede parecer chocante, pero prefiero que mi hijo esté en el paraíso de Alá y no en las garras del príncipe Nayef [ministro saudí de Interior] o, lo que es lo mismo, en manos de la CIA y del FBI", afirma Fatiha.

Adam Mejatti murió hace un año -el comunicado oficial saudí tiene fecha del 6 de abril de 2005-, minutos después de su padre, Karim Mejatti, de 37 años, en la ciudad de Al Rass (centro de Arabia Saudí), donde las fuerzas de seguridad cercaron a 19 islamistas armados hasta los dientes.

Concluía así el periplo de este franco-marroquí de buena familia, del que Rabat sospecha que reclutó a los kamikazes que perpetraron los atentados de Casablanca -causaron 45 muertos en mayo de 2003-, y que a la postre se convirtió en uno de los jefes de Al Qaeda en Arabia Saudí. Riad le acusa de haber secuestrado, con la participación de Adam, a un residente extranjero, y del ataque a una patrulla policial en Al Ghat.

Fatiha no confirma ni desmiente las imputaciones saudíes y reconoce que "Karim era miembro de Al Qaeda". Niega, en cambio, rotundamente la participación de su marido en la matanza de Casablanca y en el 11-M. Algunos periódicos le vincularon con la tragedia de Madrid, aunque ninguna autoridad le acusa. Pero, por otros motivos, hasta cinco países (EE UU, España, Francia, Arabia Saudí y Marruecos) emitieron contra él órdenes de búsqueda y captura.

Tras haber dado muerte a su padre, la policía saudí conminó por megafonía a Adam a que se rindiese, "pero el chaval no obedeció y le dispararon a matar", narra su madre, orgullosa. "Es mejor eso que la suerte que ha corrido Ilyas", su otro hijo.

Fatiha e Ilyas fueron "secuestrados", según su expresión, por la seguridad saudí el 23 de marzo de 2003, a la salida del oftalmólogo en Riad, donde vivía la familia bajo una falsa identidad. "Entonces supimos lo que es el infierno", prosigue, aunque reconoce que no les torturaron físicamente ni tampoco padecieron abusos sexuales.

"Interrogatorios día y noche, privación de sueño, celdas sofocantes de calor iluminadas las 24 horas con 16 grandes luces de neón", fueron los métodos empleados para que Fatiha confesase nombres y direcciones de terroristas. "No, no", rectifica al periodista, "de musulmanes piadosos que empuñan las armas en legítima defensa".

"Como no cedía [sólo conocía los apodos], impusieron a Ilyas, con el que compartía calabozo, el mismo tratamiento", asegura la viuda. "Apenas se dormía le despertaban, so pretexto de hacerle preguntas, tomarle por enésima vez las huellas digitales, fotografiarle, etcétera".

Después de tres meses de reclusión en Riad, madre e hijo fueron trasladados en un pequeño avión a Marruecos, donde permanecieron otros nueve meses sometidos al mismo régimen en la sede de la DST en Temara, al lado de Rabat. "Les rogué que mi hijo saliera y viviera con familiares marroquíes, pero se negaron", se lamenta.

Ambos fueron puestos en libertad hace dos años y cuenta que de su paso por las mazmorras Ilyas conserva graves secuelas que saltan a la vista. Pesa 110 kilos, a causa del agravamiento de sus problemas hormonales, tiene dificultades de expresión, duerme en exceso y le cuesta concentrarse. No va al colegio. "Pasa largos ratos viendo dibujos animados", comenta su madre, cuando no pone el DVD con el cuerpo de su hermano fotografiado a escondidas en el depósito de cadáveres de Al Rass. Por si aún cupiera alguna duda sobre los trastornos que padece, Fatiha exhibe informes de psicopedagogos.

Arabia Saudí fue la última etapa de un periplo que llevó a la familia Mejatti por los Balcanes y buena parte de Asia Central. Nada predisponía, sin embargo, al matrimonio a convertirse en unos Bonnie and Clyde, "pero en versión talibán", según la expresión del semanario marroquí Le Journal.

Hija de un carpintero, Fatiha se licenció en Derecho por la Universidad Hassan II de Casablanca en 1985, y fue incluso la primera de su promoción, motivo por el cual el rey la recibió en audiencia. Empezó después un doctorado en París, pero regresó antes de lo previsto para trabajar como ayudante de dirección en el Instituto Marroquí de Gestión de Empresas.

"Mi admiración por Occidente se desmoronó cuando vi bombardear Bagdad [en 1991, durante la primera guerra del Golfo] y morir a los civiles en el refugio de Amiriya", recuerda. Cambió la minifalda por la chilaba y el hiyab, después optaría por el nikab, y Karim Mejatti, estudiante del centro, fue uno de los que más se interesó por esta transformación radical que le hizo perder el empleo.

"Le regalé un ejemplar del Corán, pero traducido al francés porque no era capaz de pronunciar una frase en árabe sin equivocarse", rememora Fatiha. Karim Mejatti, hijo de un padre marroquí adinerado y de una francesa, se solidarizó primero con la despedida. Más tarde, en septiembre de 1991, se enamoró y se casaron.

Mejatti viajó tres veces a Afganistán para entrenarse y puso sus conocimientos en práctica en Bosnia. En julio de 2001, la familia pasó dos semanas entre Ceuta y Madrid camino del país de los talibanes, donde había decidido instalarse. "En Kabul y Kandahar pasé los días más felices de mi vida", asegura, "porque para los musulmanes era el país más libre". Dejó de serlo, según ella, con la intervención militar de EE UU, contra los que el pater familias luchó.

Huyeron a Pakistán y Bangladesh antes de emigrar con falsas identidades a Arabia Saudí, donde Karim y Adam murieron acribillados. "Me consuela saber que fallecieron en la tierra sagrada del islam". "Mi única reivindicación ahora es poder enterrarles".

Fatiha, viuda de Karim Mejatti, con su hijo Ilyas a su lado, exhibe las fotos de Adam vivo y muerto.
Fatiha, viuda de Karim Mejatti, con su hijo Ilyas a su lado, exhibe las fotos de Adam vivo y muerto.I. C.

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