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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Los fieles lectores

Enrique Vila-Matas

1Escucho a veces: "Es muy buen libro, lo he leído de un tirón". Otro iletrado, pienso. Quienes así hablan tienen generalmente el clásico perfil plasta de los invitados al programa de Mónica Terribas y son gente convencida de que los buenos libros -reciente tópico instalado entre nosotros- son aquellos que se leen de un tirón. Me hacen reír, me remiten a aquello de Woody Allen: "Leí Guerra y paz en 20 minutos. Habla de Rusia".

A veces parece que no puedan ni llegar a imaginar que hay libros que se leen para pensar, para detenerse en cada párrafo, para dedicarse a la misma actividad imaginativa del escritor, para sentirlos en la sien (como la pared siente la punta del clavo que van a introducir en ella): libros que pueden llegar a acompañarnos toda una vida.

Tengo la impresión de que hay, como mínimo, dos clases de lectores: los que leen y los que leen de un tirón; unos leen a Joyce y Pavese, por ejemplo, y los otros a Dan Brown. Esto, en parte, explicaría esa distinción entre novelas artísticas y best-sellers: ambas pueden convivir perfectamente en las librerías, pero conviene que se sepa distinguir entre unas y otras, del mismo modo que no son lo mismo librerías literarias e independientes que grandes espacios comerciales con novelas de usar y tirar tras leerlas de un tirón.

En realidad, aun moviéndonos sólo en el ámbito de las novelas artísticas, hay ahí ya, como mínimo, cuatro clases de lectores. Hannah Arendt, hablando de Kafka, fue clarividente con respecto a esta subdivisión de los lectores artísticos. Según ella, habría, en primer lugar, un lector meramente pasivo, un lector educado y moldeado por la tradición novelística hegemónica, cuya única tarea consiste en identificarse con uno de los personajes del relato. Hay, en segundo lugar, un lector curioso que, huyendo de la decepción de su propia existencia, busca un mundo sustitutivo en el que sucedan cosas que jamás acontecerían en su vida. Hay un tercer lector que, guiado por sus sinceras ansias de saber, espera hallar en el libro ciertas enseñanzas. Y finalmente existe un tipo de lector que se inventó Kafka cuando en sus libros, por primera vez en la historia de la literatura, pasó a exigir de sus lectores el ejercicio de la misma actividad en la que se basaba su obra, y que no era otra que ese tipo de imaginación que (como decía Kant) es capaz de crear una especie de otra naturaleza a partir de la materia que le confiere su naturaleza verdadera.

Kafka exigía en todo momento de sus lectores ese esfuerzo de imaginación real. Creo que este activo e imaginativo tipo de lector moderno forma parte del público que se acerca a las librerías independientes de hoy, también llamadas librerías literarias. Es un lector que, más que dispuesto a leer de un tirón, se propone leer para pensar y para, en realidad, desarrollar la misma actividad que la del escritor. Es un lector que actúa mentalmente como si estuviera escribiendo los libros que lee. Vi a algunos de estos lectores, el otro día, en la fiesta del décimo aniversario de la librería La Central. Son los mismos que uno puede ver en Laie, Taifa, Robafaves, Jaimes, Documenta, El Cau Ple de Lletres, Negra y Criminal, la 22, Adserá, Áncora, Racó del Llibre y tantas otras heroicas librerías independientes que forman el precario tejido cultural del mundo libre del libro de nuestro no menos precario país.

2

En cualquier lugar del mundo, siempre que me cruzo con algún reconocido escritorzuelo estúpido, me acuerdo de san Jerónimo: "Por imbécil que sea el autor, siempre encuentra un lector que se le parece".

3

Hasta ayer, si alguien me salía con eso de "tus fieles lectores" lograba que acabara poniéndome furioso. Hay que huir siempre de los tópicos. Pero ayer lo que me encolerizó fue el colega que me habló de sus fieles lectores. No pude más, llegué a pensar en comérmelo vivo o arrancarle la corbata. "Mis fieles lectores", repetía. Finalmente, le reté a convocar en el Camp Nou, a las siete de la mañana, a todos sus fieles lectores y verificar cuántos le son realmente fieles.

4

A medio camino entre su admirado Pavese y los geniales retratos del James Joyce de Dublineses, Juan Antonio Masoliver Ródenas ha escrito La noche de la conspiración de la pólvora, su más poético libro de prosas: recordatorio de los personajes de una infancia sórdida en el Maresme y de un regreso, muchos años después, a una Barcelona de ramblas fantasmales (sobre todo la egregia Rambla de Catalunya) y de persianas cerradas, bien cerradas por los mismos usurpadores de las casas de los indianos del lejano y al mismo tiempo cercano pueblo de El Masnou. Y en medio, en el centro ausente de esa autobiografía inventada de Masoliver, muchos años de lluvia secreta en Londres, es decir, el mismo aguacero con el que termina el relato que da título al libro y la misma lluvia de aquel poema ya antiguo del autor: "Donde estoy hay sólo una lluvia viscosa y preguntas...". Preguntas y preguntas. Ventanas altas de Londres, ventanas de casas de indianos de El Masnou. Sus años jóvenes de fiel lector. Preguntas y preguntas. Palmeras y lluvia. ¿Por qué hay palmeras en este mundo? ¿Y quién es Pere Gimferrer? ¿Por qué llueve tanto en los libros de Masoliver? Hay un verso de Dante que dice: "Llovió después en la alta fantasía". Y yo ahora recuerdo que una conferencia de Ítalo Calvino partió de esta constatación: la fantasía es un lugar en el que llueve.

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