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Columna
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Euskadi, 'guerra y paz'

Antonio Elorza

El lector me permitirá que inicie este artículo con una autocita del publicado el 18 de febrero: "El estilo Zapatero hace temer que sean aceptados sucedáneos tales como una tregua permanente, esto es, duradera, esto es, nueva trampa". Acerté sin duda en el pronóstico de cuanto había de suceder a corto plazo, pero la carga de pesimismo resultaba excesiva. Hubiera sido mucho mejor escribir: "... que puede convertirse en una nueva trampa". Y no se trata sólo de ceder ante la oleada de optimismo imperante. La experiencia de la tregua de 1998 no debe ser olvidada. También entonces el vocabulario de ETA parecía sugerir un fin definitivo de la violencia, al ser la tregua "indefinida", incluso alguna vez "indefinida y total". Y pasó lo que pasó. ETA rehízo sus comandos, intensificó extorsiones y terrorismo de baja intensidad, y por fin rompió la tregua cuando le vino bien. Al ser "alto el fuego" menos que tregua, e insistir en los objetivos "democráticos" tradicionales, la trampa resulta posible. ETA no ha pasado de ser una organización criminal a una agrupación de patriotas bienintencionados. Sin embargo, hay un elemento que favorece el optimismo. Las circunstancias son hoy mucho más desfavorables para ETA que en 1999, y no precisamente por cuestiones de diálogo o de talante del interlocutor, sino por el enorme desgaste provocado por la colaboración policial con Francia y la Ley de Partidos, tanto en cuanto a recursos como a la vinculación con una sociedad harta de violencia.

Así que optimismo y prudencia. Las primeras palabras pronunciadas por la vicepresidenta del Gobierno mantienen todo su valor. Es hora de cambiar los modos de actuación política, pero no de alterar los juicios ni de deslizarse hacia el interior del campo semántico propio del mundo abertzale. En Euskadi no ha habido una guerra, ni el "ambiente de guerra civil" de que hablaba hace poco Javier Pradera, por la sencilla razón de que nunca hubo dos contendientes. Euskadi nunca fue el Ulster: insistamos en ello una y otra vez. Unos agredían, conjugando terrorismo e intimidación, y otros lo soportaban o abandonaban el país. Sin olvidar que entre tanto muchos miraban, lamentando por razones humanitarias la suerte de las víctimas y compartiendo la visión política de los agresores. Por eso resulta doblemente siniestro hablar de "ni vencedores ni vencidos", expresión al tiempo errónea y afrenta para las víctimas. Lo que en Euskadi puede y debe haber ahora es una normalización de la vida democrática al desaparecer el terror. Hay una sola victoria, de todos y por el bien de todos, parafraseando a José Martí.

Es hora de la política, y para centrar los temas conviene alejarse una vez más del patrón Ulster en los contenidos. Tal vez la negociación sea difícil, pero prolongarla según ese modelo resultaría suicida. En Euskadi las habas están contadas. Tenemos el tema de los etarras encarcelados (los presos), el regreso de Batasuna a la legalidad y la negociación sobre el futuro político de Euskadi. Los tres con opciones de fondo acotadas y con márgenes estrechos para el juego de los actores. Para mal del Gobierno, tiene ya trazado el camino de las concesiones que de momento otorgan ventaja al movimiento realizado por ETA. Es previsible que acerque presos, conceda a Batasuna una vida legal de hecho, cosa que estaba en el aire ya antes del "alto el fuego" y, diga lo que quiera, disminuya la presión policial. Todo ello gratis e inevitable, si se desea crear un clima favorable al entendimiento. El problema es que a partir de ahí no queda mucho por ofrecer.

Hay concesiones ulteriores, pero muy duras. La más previsible consistiría en poner en marcha un proceso de "reinserción", léase de excarcelación de etarras, por agregación de indultos individuales a cambio de declaraciones también personales de abandono de "la violencia". Tocaría a Conde-Pumpido ablandar en ese caso a los jueces. Y, por fin, está el cambio político, con su Mesa que sin duda rebasaría los límites del Estatut. Aquí rozamos el objetivo común nacionalista de la autodeterminación, cuyo ejercicio respaldan la mayoría de ciudadanos vascos y a cuya legalidad nuestro Gobierno ha abierto una puerta suscribiendo el acuerdo de la UE que respalda y tutela el próximo referéndum por la independencia en Montenegro. Sin llegar a tanto, precio político habrá.

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