Todo gracias a Sharon
El primer ministro en funciones, Ehud Olmert, debe su triunfo al liderazgo del viejo general, hoy en estado de coma
Siempre tuvo la ambición de ocupar algún día la jefatura del Gobierno. Pero en noviembre del año pasado sólo pensaba que podría alcanzar su meta una vez que Ariel Sharon concluyera un mandato que debía haber ganado el martes en las urnas. Ehud Olmert preparaba su camino para acceder a la Oficina del Primer Ministro en 2010.
Antes de comparecer en la madrugada del miércoles, tras confirmarse el triunfo electoral, en unos estudios de cine a las afueras de Jerusalén, los candidatos y dirigentes de Kadima -un partido sin militantes ni raíces- vieron un vídeo. Narraba hazañas militares, avatares políticos y una existencia vertiginosa. La de Sharon. Él, Olmert, saludaba mientras en medio de aplausos y rodeado de guardaespaldas. Pronunció su discurso de la victoria ante dos enormes fotografías del gobernante postrado hoy en coma en un hospital cercano. Le debe el triunfo.
Olmert, nacido hace 60 años en Binyamina, en el norte de Israel, se convirtió en 1973 en el diputado más joven del Parlamento. Era entonces un radical sin pelos en la lengua. Antes, apenas cumplidos los 20, llegó a pedir de viva voz en una asamblea la dimisión de Menahem Begin como líder de Herut, el partido precursor del Likud, que fracasaba una y otra vez en sus intentos por defenestrar a los laboristas. Begin, que luego firmó los Acuerdos de Camp David con Egipto, agradeció la sinceridad. Olmert se opuso visceralmente a ese pacto. Hoy dice buscar la negociación con la Autoridad Palestina, aunque esgrime su plan para abandonar parte de Cisjordania y fijar las fronteras del Estado judío sin diálogo alguno.
Nunca fue buen conocedor de la realidad de los territorios ocupados. Pero sí que pensó un día que para preservar la identidad judía del Estado era imprescindible separarse de los palestinos. La presión demográfica de los árabes es muy superior a la de los judíos. Se impone, a su juicio, la entrega de una porción de lo que considera su "amada tierra de Israel".
Aunque laico, como alcalde de Jerusalén, entre 1993 y 2003, forjó buenas relaciones con los ultraortodoxos. Siempre atento a los gestos, en el acto de la noche electoral se colocó una kipá unos instantes, como hacía Sharon de vez en cuando.
Su radicalismo de la juventud se ha moderado. Y no debe ser ajeno a esa evolución el hecho de que su esposa, la escultora y pintora Aliza, simpatiza con la izquierda. Una de sus hijas vigila a menudo los controles militares israelíes para que a los soldados no se les vaya la mano con los palestinos. Sus rivales le recuerdan que dos de sus hijos prefieren vivir en el extranjero. Y a Olmert le han preguntado durante la campaña: "¿Dónde estaba en la guerra de 1967?". Cumplía en filas trabajando para el periódico del Ejército.
El ardor guerrero nunca fue su fuerte. Siempre prefirió la dedicación a la política, a su despacho de abogados y al fútbol. El miércoles de madrugada se presentó en los estudios después de acudir al Muro de las Lamentaciones y de ver los partidos de la Champions League. La cosecha de 28 escaños que ha logrado Kadima se alejó de las benévolas predicciones de las encuestas. Como aseguraba ayer en el diario Maariv el columnista Ben Caspit, "los escaños que ganó Olmert no le convierten en un líder nacional determinante".
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