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Columna
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Paz, piedad, perdón

También fue en primavera, un 14 de abril. Lo recordaba en estas mismas páginas Almudena Grandes el paasdo fin de semana. El mes que viene se celebrará el 75º aniversario de la proclamación de la II República española. Una oportunidad que entre unos y otros (los hunos y los otros, que decía Unamuno) echaron a perder. La vieja especie de que la República labró su perdición es un embuste que, desdichadamente, se sigue reeditando con éxito no escaso de crítica y público. Entre los hunos y los otros estaban los demás, es decir, todos, es decir, la inmensa minoría republicana que venía elaborando en sus cabezas y en sus corazones, desde mediados del siglo XIX, un proyecto aseado de España. Durante cuarenta años, sin embargo, el franquismo nos hizo aprender que República y Guerra Civil eran la misma cosa, causa y efecto, términos sinónimos.

Todos -eso es verdad- terminaron vendiendo a la República. Lo recuerda Xuan Cándamo en un libro de aparición reciente, El pacto de Santoña. La rendición del nacionalismo vasco al fascismo. "Lo cierto", afirma Cándamo, "es que todos traicionaron a la República: vascos, catalanes, los partidos teóricamente leales con sus divisiones internas y enfrentamientos armados, y las democracias europeas con su inhibición". Entre todos la mataron y ella sola se murió, ésa es la historia triste (la más triste de todas las historias, escribió Gil de Biedma, porque termina mal) y a lo peor por eso nunca nos la contaron como fue o, sencillamente, nunca nos la contaron. Del Pacto de Santoña se ha hablado siempre poco, a media voz, como de las enfermedades venéreas, vergonzantes. Algo que los gudaris no podían tener o contraer. Pero todas las historias de la Historia, incluso las más tristes, al final son contadas. Alguien alguna vez, también, contará la batalla contra ETA o quizás la batalla de ETA, quién sabe.

Alguien alguna vez contará (cuéntame) la historia que estos días parece estar llegando a su final. El principio del fin en el que todos queremos creer. Antes del fin de la segunda y última (por ahora) República española, el 18 de julio de 1938, el presidente Azaña pedía a sus compatriotas, en una alocución emocionante, "paz, piedad y perdón". Se está hablando estos días de esas mismas palabras, pero las circunstancias son muy diferentes. La paz, entre nosotros, dependía exclusivamente de ETA, por más que algún bodoque interviniente en alguna tertulia haya hablado de un "alto el fuego unilateral", dando a entender, por tanto, que el Gobierno de Zapatero anda (y sigue) pegando tiros, poniendo bombas y chantajeando a la ciudadanía. La piedad y el perdón serán cosa de todos. El perdón, lo venimos sabiendo desde hace años, será un tema central en el proceso que, sin ninguna duda, empezará más tarde o más temprano.

Lo que no es esperable de momento, ni siquiera exigible si uno piensa con la cabeza fría y los pies en el suelo de su barrio, es que los terroristas pidan perdón por nada. Habrá que perdonarles por las buenas, me temo, y eso sí será duro, hará falta piedad; la que pedía Azaña en segundo lugar, tras la paz, porque el perdón requiere más abono y, sobre todo, más tiempo y hasta algún clavo milagro. Paz, piedad y perdón. Se habla sin tregua de reconciliación, pero, ¿quienes debemos reconciliarmos? Particularmente, yo no estoy enfadado con nadie y, mucho menos, en guerra con nadie. Y como yo millares y millares de vascos. ¿A quién hay que abrazar? Jesús Eguiguren reclamaba el domingo "un nuevo abrazo histórico entre vascos". No acabo de entenderlo. No he dejado de ver en todos estos años abrazos, apretones de manos y encuentros en mullidos restaurantes de compañeros de trabajo (políticos) de todos los partidos, nacionalistas y no nacionalistas. La mayoría de los vascos necesitamos, sí, reconciliarnos con nuestra propia historia lamentable de las últimas décadas. Pero algunos parecen empeñados en plantear la existencia de bandos, de dos bandos, cuando lo único que hemos sufrido en este país es la existencia de una (única) banda. En Euskadi, a diferencia de Irlanda, no hay activistas de distintos bandos (me niego a considerar un activista a un policía nacional o a un ertzaina). Paz, piedad y perdón. Y no falsear la historia. Ni la II República ni la actual democracia española trajeron, auspiciaron o alentaron guerra alguna.

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