Gritos de socorro
La anorexia y la bulimia son gritos de socorro. Quien se mata de hambre tortura su cuerpo para olvidar el dolor y la angustia que torturan su alma. Quien se atraca de comida empuja hacia la caverna oscura del estómago el ansia y la rabia que tiene clavada en la garganta, y luego la vomita.
Pero el dolor, la angustia y la rabia siguen ahí, a pesar del ayuno, del atracón y del vómito. Crecen inexorablemente hasta engullir la vida entera. A su paso quedan ruinas humeantes, familias deshechas y muertos, cada vez más muertos. Y, sin embargo, el final puede ser distinto. Los trastornos de la alimentación se curan, aunque el camino es duro y amargo. A los enfermos y a nuestras familias nos falta un auténtico apoyo de la sociedad y los poderes públicos. Hasta ahora, sólo asociaciones como Adaner y su portavoz, Mari Carmen González, luchan con y por nosotros contra el poderoso mundo de la moda y sus tallajes tipo Auschwitz, contra la indiferencia, contra los prejuicios. Luchan por hacer comprender a la ciudadanía que estas enfermedades tienen un fuerte condicionamiento social y son una grave amenaza, a menudo invisible. Pero si usted, lector, mira a su alrededor, quizá encuentre a uno de nosotros sentado junto a usted en el metro.
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