Los que se fueron, sin planes de volver
Los exiliados mantienen su escepticismo: "Hay una esperanza, pero ni a mí ni a mi marido nos pilla ya", comenta uno de ellos
Carlos, María y María Jesús tienen, al menos, tres cosas en común. Una de ellas es que nacieron en el País Vasco; otra, que después de vivir amenazados de muerte, un día se hartaron y dejaron atrás media vida para instalarse fuera de Euskadi; la tercera, y la más triste, es que el anuncio del alto el fuego de ETA de esta semana no les afectará demasiado. Carlos, María y María Jesús no se sienten con fuerzas para regresar a su tierra. Ésta es su historia y sus razones.
Carlos Fernández de Casadevante, de 50 años, abandonó su casa, su plaza de catedrático de Derecho Internacional Público de la Universidad del País Vasco y media vida en 1998. Ese año, a su despacho llegó una caja con un artilugio con los cables revueltos y desconectados. Entendió el mensaje, que era el último de una cadena de muchos (pintadas, insultos, anónimos...), se sintió harto y decidió irse. Hoy todavía sigue visitando a su familia en Euskadi los fines de semana y trabajando en la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid. El miércoles, a las doce y media, a la hora en que todas las radios de España daban la misma noticia, Fernández de Casadevante trabajaba en silencio su despacho, sin enterarse de nada. Un amigo le llamó. "La noticia no me afectó mucho. Lo digo como lo siento", asegura.
"La noticia no me afectó mucho, lo digo como lo siento", dice un profesor
Fernández de Casadevante, en primer lugar, se muestra muy escéptico: "Esto es un alto el fuego, no la desaparición de ETA. No se dice nada de las extorsiones a los empresarios, de las amenazas a la gente. ¿Van a terminar también?", se pregunta.
Cuando salió de Euskadi, Fernández de Casadevante dejó atrás toda su familia. Ahora, uno de sus hijos estudia en Europa y otro se ha mudado también a Madrid. El resto sigue en el País Vasco, con la madre. Eso, la parte de familia que aún reside allí, es lo "único" que ata a este profesor de Derecho con su tierra, de la que se siente un completo extranjero y a la que se refiere siempre con cierta amargura: "Aunque ETA deje de matar la atmósfera nacionalista seguirá siempre. Y yo no estoy dispuesto a que mi vida gire enteramente sobre si el concepto de nación o de si no nación. Ya no se trata de miedo, sino de hastío y de cansancio. Madrid me ha dado el oxígeno que necesitaba y que necesito. Hace un año dije que jamás volvería a vivir allí y sigo pensando lo mismo".
Nadie sabe la cantidad de vascos, que, como Fernández de Casadevante, abandonaron en las últimas décadas Euskadi para no resignarse a andar siempre con un escolta a medio metro de su espalda. La cifra es imposible de calcular porque muchos se fueron sin denunciarlo, sin confesarlo y sin figurar en ninguna parte ni en ninguna estadística. Mikel Buesa, catedrático de Economía Aplicada en la Complutense y vicepresidente del Foro de Ermua, calculó hace un año en "decenas de miles de personas" esta sangría. Francisco Llera, profesor de la Universidad del País Vaso y director del Euskobarómetro, consideraba también que el número excedía "las 10.000 personas".
María es una de esas personas que se fueron sin decir nada. Su marido y sus tres hijos son otras. El jueves, casi 24 horas después del comunicado de ETA, María se negaba todavía a dar su nombre verdadero. Hace más de un año, un teléfono móvil de su marido, cuyo número conocían muy pocas personas, sonó. Al otro lado de la línea una voz le amenazó de muerte. María explica que les asustó tanto la amenaza como la certeza de que habían conseguido ese número reservado. Ese mismo día desmantelaron sus dos trabajos, su existencia entera y la de sus hijos en Bilbao y salieron rumbo a un pueblo de Burgos. Allí siguen. Allí escuchó la noticia María. Y allí experimentó una sensación agridulce que le colocó al borde de las lágrimas.
"Hay una cosa, y es el dolor que sentiste, que ya no se va, por mucho tiempo que pase o por muchas cosas que pasen. Cuando vuelvo de visita a Bilbao lo siento, y cuando vuelva otra vez, de visita, lo volveré a sentir, a pesar del anuncio de ETA", explica María, también a punto de llorar.
María Jesús Lejarreta vive en Madrid. En 1980, en aquellos años en que ETA mataba a una persona cada tres días, salió, junto a toda su familia, del País Vasco. Su padre, ex alcalde de Vitoria, ex presidente de la Diputación, se había convertido en un blanco de ETA. Desde entonces, María Jesús no ha olvidado ni un solo día la razón por la que fue expulsada de su casa. Ni las personas que la expulsaron. Por eso, el día en que escuchó la noticia por la radio, lo primero que pensó fue: "No hay que fiarse. Son delincuentes, y ya han prometido muchas treguas antes, siguen siendo los mismos de siempre, esto no es más que un cambio de táctica y no una tregua, porque no allí no hay una guerra sino una banda que asesina".
Esta mujer añade que su vida "no va a cambiar absolutamente nada por el anuncio del alto el fuego; si me ofrecieran un trabajo en San Sebastián o en Vitoria, no lo aceptaría, mi vida ya está aquí". Admite que lo ve "todo negro", aunque, al final, asegura: "Ojalá fuera cierto lo que dicen".
A cientos de kilómetros al norte de Madrid, en el pueblecito de Burgos que le ha servido de refugio, María, al referirse al País Vasco, también habla, como Lejarreta y Casadevante, de "atmósfera envenenada", de "sociedad enferma".
Pero luego se concede un respiro: "Hay una esperanza. Puede que en el futuro nadie sufra lo mismo que hemos sufrido nosotros. Hay una esperanza, sí, puede que sea verdad. Pero ni a mí ni a mi marido nos pilla ya".
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