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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El Marruecos de un periodista

Los periodistas de alguna entidad son muy dados a escribir libros, lo que nos llevaría, quizá, un tanto equivocadamente a pensar que abundan los libros periodísticos. Pero la realidad es muy diferente. La mayoría de los libros escritos por periodistas en España quieren ser otra cosa: libros de historia, altísima ensayística política, documentos para la posteridad y demás. El libro de Ignacio Cembrero, corresponsal y enviado de este periódico en diversos destinos del mundo árabe, entre ellos Marruecos, es, en cambio, ese raro producto: un libro periodístico. Un gran libro. ¿Y qué significa, entonces, eso de libro periodístico?

Cembrero, como si fuera un explorador, un cartógrafo, un hombre entregado a la mayor pesquisa, coloca ante sí un mapa de las relaciones seculares entre los dos grandes vecinos del Mediterráneo occidental, y hace parcelas que hay que ir amortizando con todo un levantamiento del terreno para mejor servicio e inteligencia del lector. Perejil, el islote; el Sáhara, que siempre da la temperatura a la sombra de la relación entre ambos países; Ceuta y Melilla, que sirve para lo mismo, pero al sol; la presunta luna de miel del jefe del Gobierno español, el socialista Zapatero, con la monarquía alauí; el terrorismo islamista; la miseria de las inversiones españolas en tierras de Rabat; el caldero hirviente de la inmigración que llega; y algunas áreas más, como la que tuvo que sufrir en propia carne el autor, tachado de espía por quienes en realidad era a él a quien estaban espiando. Y Cembrero se lanza sobre todas esas áreas dispuesto a devorarlas.

VECINOS ALEJADOS. Los secretos de la crisis entre España y Marruecos

Ignacio Cembrero.

Galaxia Gutenberg/C. de Lectores

Madrid, 2006

280 páginas. 17,50 euros

Cembrero construye, así, su

Marruecos, el Marruecos para el lector, casilla a casilla hasta componer un rompecabezas al que le extrae todo el jugo imaginable y más. Y aunque, inevitablemente, hay mucha hemeroteca, mucho rastreo de fuentes y de ediciones, quién dijo qué y cuándo, hay muchísima más agenda propia relevante, que ayuda a entender mucho mejor las relaciones, siempre bailando sobre un cierto punto de precariedad, hispano-marroquíes. Así el autor, que le da a uno la sensación de que ha entrevistado a todo el mundo y que ha escuchado hasta los soliloquios en sueños de muchos de los protagonistas, nos cuenta lo que el ex jefe del Gobierno español, Aznar, pensaba y dijo en un momento dado, procacidad incluida; lo que se cuentan a espaldas de sus interlocutores españoles muchos responsables marroquíes; las más serias hipótesis sobre cómo se fraguó la doble extravagancia de Perejil; y, sobre todo, la justificada lamentación por las oportunidades perdidas, dada la facilidad de penetración de España y de lo español en Marruecos, a poco que se tomara en serio la necesidad de proyectar una verdadera influencia sobre nuestro vecino del Sur. Todas esas historias constituyen recorridos dignos del mejor periódico, tan inéditos como el día en que se produjeron los hechos, y tan cuidadosamente contextualizados como para no caer nunca en el anacronismo.

¿Y qué se le puede reprochar al periodista, que parece que hace toda una estética de no interponer su persona entre la narración y el lector? No, el que no se interponga contándonos sus hazañas, desde luego, aunque, quizá, algo sí el que renuncie un tanto a situar un punto de vista propio o general español en esa vasta investigación. La interpretación es muy válida cuando al lector se le facilita el conocimiento del proceso que ha llevado a esas valoraciones. Y Cembrero acostumbrado, como gran reportero, a hacer de médium más que de medio, a no existir más que en las exterioridades de lo que cuenta, resulta tan pudoroso que en eso es en lo único en lo que no parece un periodista.

Protesta de islamistas marroquíes en Casablanca.
Protesta de islamistas marroquíes en Casablanca.AP

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