_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Comunicación de masas y 'botellón'

Casi con la única excepción de los estrategas del Partido Popular que creen que salieron dañados con el experimento, todos recordamos como un hecho positivo, como una definición de las nuevas comunicaciones de masa, las manifestaciones colectivas en los cortos días que transcurrieron entre el 11-M y las elecciones generales. Lo más significativo fue la eficacia del "pásalo" en la generalización del e-mail, la telefonía móvil y los diversos sistemas de comunicación que permiten que el autor del mensaje se incluya en la masa del receptor. Un hecho que promete un nuevo sistema de creación de opiniones menos dirigidas jerárquicamente y más controladas por la realidad de lo colectivo, es decir, de la misma masa receptora.

Hace pocos días ha acontecido algo similar con la convocatoria de no sé cuántos botellones simultáneos en diversas ciudades españolas. Una convocatoria que parece provocada por la propia masa receptora, utilizando los mismos instrumentos espontáneos de los días posteriores al 11-M, si es que realmente no ha habido una subterránea pero decisiva presión de los intereses económicos de la producción y distribución del alcohol con la ayuda de una sospechosa red de venta ambulante clandestina. Esta convocatoria, no obstante, ha dejado muy claro que unos buenos instrumentos de comunicación no comportan siempre la bondad o la legitimidad de unos contenidos. Esta vez los contenidos eran tan malos que se ha podido plantear incluso la torpeza de esos medios de comunicación espontáneos porque las pretendidas neutralidad y reciprocidad se convierten, a menudo, en una indiferencia moral, es decir, en una inmoralidad.

Es difícil imaginar el proceso mental de esos jóvenes empeñados en convocar la gran noche del botellón con el mismo entusiasmo y el mismo esfuerzo con que antes se convocaban las manifestaciones contra la guerra y el terrorismo, o a favor de la enseñanza laica, la amnistía o el estatuto de autonomía. Porque, desengañémonos, esas reuniones etílicas -extensiones discotequeras degradadas en plena vía pública- son una simple vulgaridad incívica que, además de la inconveniencia moral del propio programa, comportan agresiones sociales como el descontrol de la venta, la destrucción de la convivencia, la degradación urbana y, al final, el desastre callejero, la destrucción ambiental, a la manera de una estupenda diversión, amparada en una mitificación progresista de la borrachera. Salir a la calle enarbolando las banderas de los conservadores y de los conformistas del statu quo siempre me ha parecido un desaguisado ridículo. La calle es para convivir la revolución, alguna revolución que reclame justicia y bienestar popular. Pero salir a la calle violentamente para una liturgia etílica me parece peor, me parece simplemente un delito. Porque no hay que dudar de las reales intenciones y de la actitud de esos jóvenes. No nos engañan con el disfraz de una actitud libertaria que se anuncia hipócritamente dispuesta a desactivar y desarticular el sistema. Al contrario, se trata de un acto vandálico perpetrado desde el bienestar burgués y sub-burgués que encuentra así un teatro fácil para la fogosidad de una juventud seguramente frustrada que se ha olvidado de los que tendrían que ser objetivos de sus protestas contra las injusticias del sistema, siguiendo, al menos, el modelo de sus compañeros franceses, que en vez de alcohol, reclaman estabilidad laboral y enseñanza pública de calidad.

Hay que reconocer que, desgraciadamente, en este tema no se vislumbra en Cataluña ningún hecho diferencial que apoye nuestra depauperada autoestima. Si somos tan mal educados como los españoles, no sé si vale la pena reclamar demasiadas competencias en el Estatut. No es excusa ni el hecho de reservar para esos acontecimientos una denominación extraída de la jerga madrileña, con lo que conserva su identidad. Hay sólo una pequeña diferencia, quizá, en la oportunidad de la represión: el Ayuntamiento de Barcelona ha sido algo más eficaz en cortar el alboroto y no ha caído en la horterada de algunos municipios andaluces que han ofrecido carpas y paraguas. Pero es una diferencia que no satisface: el freno policial es indispensable para proteger al resto de los ciudadanos, pero no es la solución de fondo. Todo el mundo lo dice y lo repito, aunque a veces sin recordar que no depende sólo de los ayuntamientos, ni siquiera de los inmediatos estamentos políticos superiores. La educación, la responsabilidad y una cierta jerarquía de valores, una moral colectiva menos débil, son cuestiones que requieren una refundación social de mayor alcance. Una refundación global. Pero, de momento, ya sería localmente positivo evitar las plañideras progresistas que intentan maquillar a los botelloneros -como hacen con la inmundicia de los grafitos y en general con la mala educación urbana- atribuyéndoles supremos propósitos de cambiar el mundo montando el simulacro de una revolución lúdica. El botellón es, sólo, una fuga sin ideología o con ideología conservadora.

Oriol Bohigas es arquitecto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_