El voto y la cruz
Los candidatos saben que es imposible ganar unos comicios en Italia sin el plácet eclesiástico
El 40% de los italianos es católico más o menos practicante. Muchos otros se sienten vinculados al cristianismo, aunque vayan poco a misa. El grueso del electorado se identifica con la cruz y, por tanto, resulta imposible ganar unas elecciones sin el plácet eclesiástico. Mientras los candidatos de derecha e izquierda se declaran creyentes a la mínima oportunidad, el Vaticano y la Conferencia Episcopal intervienen abiertamente en el debate.
Silvio Berlusconi dice ser "amigo de la Iglesia". Romano Prodi, "católico adulto" y, por tanto, con derecho a discrepar un poco. Piero Fassino, secretario general de los Demócratas de Izquierda (antiguo Partido Comunista), se dice "creyente". Hasta Fausto Bertinotti, líder de la ortodoxa Refundación Comunista, declara un "gran interés por los asuntos espirituales".
Pierferdinando Casini, líder de la Unión Democristiana de Centro (UDC) y presidente de la Cámara en la legislatura recién concluida, cree que el desplome de la vieja Democracia Cristiana ha favorecido el protagonismo de la Iglesia. "Antes existía un gran partido que ejercía, hasta cierto punto, como correa de transmisión del pensamiento católico; ahora, el Papa y los obispos tienen que hablar directamente a la opinión pública", explica.
El protagonismo siempre ha estado ahí. Hasta 1870, Roma y los Estados Pontificios eran una teocracia dirigida por un Papa-rey. Durante siglos, la Italia fragmentada en pequeños reinos y manoseada por las potencias extranjeras se habituó a ver en el Papa y en el catolicismo un rasgo fundamental de la identidad común. Rosi Bindi, parlamentaria de La Margarita (centro-izquierda) y católica con voto de castidad, no tiene dudas: "La sensibilidad del país es católica".
Ésa es la razón de que el apellido Zapatero se haya convertido en un grito de la izquierda radical italiana. El presidente del Gobierno español se ha enfrentado a la Iglesia y se ha ganado con ello la fama de extremista. Hace unas semanas, cuando Romano Prodi, el candidato del centro-izquierda, viajó a Madrid, evitó hacerse una foto con José Luis Rodríguez Zapatero: habría sido una publicidad negativa. "El zapaterismo es imposible en Italia", declaró Prodi a su vuelta.
Sea lo que sea el zapaterismo, las mayores tensiones internas en la coalición de Prodi no son causadas por Refundación Comunista ni por los antiglobalización, sino por una minúscula alianza entre los radicales de Emma Bonino y los socialistas europeos de Enrico Boselli, que dudó hasta última hora entre alinearse con Prodi o con Silvio Berlusconi. Bonino y Boselli son centristas, pero también "laicistas", el adjetivo con el que el Vaticano estigmatiza a los políticos. Tanto Rosi Bindi como Livia Turco (Demócratas de Izquierda, antiguo Partido Comunista) se quejan de que Bonino y sus diatribas contra la omnipresencia eclesial "hacen que Prodi pierda votos católicos".
Benedicto XVI siente un poco más de interés por la política italiana que Juan Pablo II, quien la ignoraba por completo. El paladín del Vaticano sigue siendo, en cualquier caso, el cardenal Camillo Ruini, vicario papal como obispo de Roma y presidente de la Conferencia Episcopal. Ruini fue el gran triunfador en el referéndum que, el año pasado, descartó ampliar la ley italiana sobre la fecundación asistida. También se percibió su influencia en el fracaso de un proyecto de ley para abreviar los trámites de divorcio y, ahora, en el rechazo de ambas coaliciones (muy llamativo en el caso del centro-izquierda) a conceder plenos derechos a las parejas no casadas o a regularizar la convivencia de personas del mismo sexo.
Camillo Ruini, por pura casualidad, fue el sacerdote que en 1969 celebró el matrimonio de Romano Prodi, autodefinido, desde que dejó la Democracia Cristiana y se erigió en líder del centro-izquierda, como "católico adulto". En la pasada legislatura, Ruini no sólo ha opinado sobre el derecho a la vida y el respeto a la familia (es decir, aborto, divorcio y parejas de hecho); también ha expresado la opinión episcopal sobre la última ley de presupuestos ("insuficiente recorte del gasto") y sobre un sinfín de otras cuestiones.
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