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Columna
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Euskadi: la espera

Antonio Elorza

Hace ya varias semanas que el presidente Zapatero anunció "el principio del fin" de ETA y, desde entonces, las bombas y las extorsiones parecen invalidar semejante demostración de optimismo. En sentido contrario, la fallida huelga general de apoyo a ETA es un síntoma de esa debilidad que tantos diagnostican, sobre la cual se asienta la confianza de La Moncloa. Las cosas decididamente no son ya las que eran y en la sociedad vasca impera el deseo de pasar página a la era del terror y de la violencia. En este contexto, Zapatero acierta al pensar que ha llegado el momento de entablar contactos para que una atmósfera propicia el entendimiento haga posible ese "principio del fin" declarado por ETA, en el cual la aplicación de medidas favorables dentro de la ley para los presos, sin olvidar la consulta a las víctimas, sentara las bases para un proceso de reconciliación. No tenemos delante a las Brigadas Rojas o a los GRAPO, para los cuales bastó la destrucción vía policial. Frente a un terrorismo en declive, pero con amplio apoyo social, hay que aplicar la receta de los exorcismos: buscar una puerta de salida al diablo.

Sólo que en cuestiones tan complejas y graves, en las que intervienen actores políticos concurrentes y la opinión pública, el riesgo para el optimista reside en exhibir demasiado pronto su optimismo. Zapatero lleva demasiado tiempo imitando al jugador que deja entrever la posesión de una baza ganadora en la partida vasca, sin proporcionar dato alguno sobre los fundamentos de su pronóstico, ni indicios acerca de lo que piensa hacer sobre el futuro vasco en caso de renuncia de ETA al terror. El resultado ha sido un progresivo desconcierto en la opinión, sostenida únicamente por la ausencia de muertes en los atentados, y lo que es peor, la percepción en el mundo de ETA, con Batasuna en primer plano, de que el Gobierno necesita también, y por encima de todo, ese acuerdo de "pacificación y normalización" del que todos hablan. Y como sucede siempre en un mercado como éste, del tipo bazar magrebí, el vendedor tiende a dilatar el trato y a subir el precio al darse cuenta de que el comprador desea a toda costa adquirir la mercancía. Tras el éxito pírrico del Estatut, conseguido únicamente ante buen número de españoles por la acumulación de torpezas del PP, no puede permitirse que las expectativas acerca del fin de ETA queden defraudadas.

Hay además una pluralidad de factores que limitan la capacidad de juego socialista, tanto para fijar el alcance de las concesiones como para la ulterior tarea de modificar el presente Estatuto sin caer en el plan Ibarretxe o en las reivindicaciones clásicas de ETA-Batasuna, que con palabras más suaves siguen hablando de toda Euskal Herria -eso sí, por fin plural- y de autodeterminación. Ante todo, el desacuerdo con el PP constituye una barrera infranqueable para que en una eventual mesa donde se discutan las reformas, los defensores de la Constitución alcancen a compensar la presión de la alianza entonces inevitable de los nacionalistas de todo tipo. Frente a esa exigencia, el PP se encuentra inmovilizado, en un ejercicio de dontancredismo político contra toda reforma o concesión, olvidando que la conversación fallida de 1999 con ETA en Suiza ofrece un óptimo antecedente para que los dos partidos rehagan la entente que tan fructífera resultó en la lucha contra el terror. Pero tal constatación no debe servir de coartada al PSE para intentar un remake radicalizado del proceso catalán, ni para soñar con una futura alianza entre los socialistas vascos y Batasuna que se impusiera al PNV dentro de un nuevo "marco de decisión política".

Conviene recordar que la desaparición del terrorismo asesino está siendo compatible con una reorganización de ETA, estimada por el consejero Balza en siete nuevos comandos, con el paulatino regreso de la lucha callejera y con la multiplicación de las extorsiones contra empresarios. No es la primera vez en su historia que ETA se burla de quienes extienden demasiado pronto su certificado de defunción, y de nada serviría cerrar los ojos ante esta realidad preocupante con tal de seguir ofreciendo una imagen risueña de la coyuntura vasca. Es más, el efecto de bajar la guardia desde el Gobierno -ya se ve que el juez Grande-Marlaska no sigue esa vía- podría ser el clásico del mal puntillero: levantar a una fiera a punto de morir.

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