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Tribuna:DEBATE PARLAMENTARIO
Tribuna
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María Teresa, yo también me planto

Hace algunos días daba la prensa la noticia del plante de la vicepresidenta primera del Gobierno de la nación, María Teresa Fernández de la Vega, indignada por uno de los furibundos ataques que Zaplana lanzó, siguiendo su costumbre, al presidente Zapatero. Es tan forzado el desparpajo del entrañable amigo de Julio Iglesias que resulta sorprendente que no se sonroje por convertirse en el garante de la moral social y del orden político y que olvide, junto con otros imperdonables olvidos, que, siendo presidente de nuestra comunidad, nadie le trató con los malos modos que él emplea con el presidente Zapatero.

Eran ciertamente otros tiempos, pero también se trataba de otra forma de oponerse. Con la que emplea el PP para acosar al Gobierno actual, a éste le queda poco margen para reposar, ocupado como debe estar en sacarse las chinas que día a día le van metiendo en el zapato los que parecen decididos a convertirse en políticos vitalicios de la oposición.

El ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, acaba de pedir en televisión tiempo para trabajar, que es lo mismo que pedir a los zaplanistas al uso que dejen de estar pendientes de lo que diga el ministro, para oponerse. Algunos ciudadanos -de izquierdas, por señalar- se preguntan si el gobierno no debería hacer algo más que defenderse puntualmente, abriendo aún más la línea de ojo por ojo y diente por diente, otros pensamos que quizás fuera bueno que el partido del Gobierno hiciese un mayor esfuerzo por dedicar a su gente más experta a producir debates con los que desmontar tantas acusaciones que carecen de base y hasta llevar a los tribunales los casos más sangrantes de falta de respeto a las personas e instituciones.

Posiblemente la gente de la calle esté tranquila y las tramposas algaradas de algunos políticos no afecten a los sentimientos de tantas personas que se conforman con vivir. Pero también es posible que el alboroto y el escándalo continuados acaben produciendo más miradas aviesas y una mayor intransigencia en nuestras relaciones con los demás. Ayer, sin ir más lejos, me abordó una joven pidiéndome que firmará contra el Estatuto de Cataluña. "¿Contra?", le pregunté, y me respondió que "sí, sí", que "contra". "¿Por qué no dejáis de armar bulla?", le repliqué, mientras seguía mi camino, por aquella entrañable calle madrileña, tan alejada del barrio de Salamanca, donde parece que vive el mayor número de nacionalistas españoles por metro cuadro.

La gente se molesta ante estos procedimientos, pero también se lo toma con cierto humor. Los hay quienes firman el manifiesto mentado por Internet con nombres realmente castizos, conmovedoramente nacionales, como Rita la Canta Ora, por una intención tan sagrada en esta tesitura, como es la de molestar.

El humor no basta, sin embargo, para salir del paso, cuando se está intentando crear con plena consciencia una imagen de dos Españas enfrentadas entre sí, repartida entre los españoles que votan a los suyos, pase lo que pase ya sean de derechas o de izquierdas y hagan lo que hagan. Se trata de una imagen creada intencionadamente por los que, en política y fuera de ella, han decidido llevar las cosas al límite, tanto en el nivel internacional apoyando guerras, en lugar de buscar cómo apagarlas, como en un ámbito meramente nacional, donde son otras las guerras con las que se está jugando.

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Ha sido Alejandra Mussolini quien recientemente anda buscado encender la última mecha de la discordia. Con Berlusconi a su lado ha dicho que una coalición como la suya, de derecha autoritaria, es la más conveniente contra el peligro del gobierno Zapatero.

Esto y los e mails en que se explica la definición de "zapatero" y los cientos de burdas consejas que se difunden en algunos periódicos y radios, son parte de las tácticas concebidas para una mera y simple desestabilización. ¿Cómo limpiar el horizonte de la convivencia diaria de los pacíficos ciudadanos de estas inmorales políticas, cuya mera existencia le llena a uno de vergüenza, sin perecer en el intento?

Me viene a la mente, en mi desconcierto, la magnífica película de Georges Clooney: Buenas noches y buena suerte, en la que se cuenta la difícil, pero airosa oposición, que un periodista de la televisión americana, Edward R. Murrow, sostuvo, en su día, frente al senador McCarthy y su caza de brujas contra los comunistas. El filme muestra el talante del periodista que está convencido de que el verdadero peligro para la democracia no son los radicales de izquierda sino la política de McCarthy, que pretende dejar fuera de juego a los que previamente ha definido como peligrosos. Su estrategia, reveladora de su profunda convicción liberal, consistiría en denunciar los métodos tan tramposos del senador McCarthy, con la única arma que puede esgrimirse en la contienda política: el debate que busca esclarecer la verdad.

McCarthy, que no es capaz de resistirse a la verdad con argumentos sólidos, optará por cebarse con su contrincante, amparándose en los fueros de un poder mal utilizado: el de la brutalidad. La barbarie es, sin embargo, un camino sin ninguna salida. Murrow y su equipo, aunque heridos de ala (algunos perderían su puesto de trabajo), conservarán su prestigio y su credibilidad, mientras McCarthy termina perdiendo el favor de los que le apoyaban y cae. La historia ha terminado dando la razón a quienes en algunos momentos fueron los vencidos y dejados de lado de esa misma historia.

Georges Clooney, director, guionista y actor de esta película -y de otras de género muy distinto- ha declarado la intención política que le llevaría a hacer esta película, su preocupación por la escasa reacción social ante la política de la administración Bush que él considera sumamente peligrosa para el bienestar y la paz social.

Como la banda musical formada por Zaplana, Acebes y Rajoy, según aparece en los guiñoles de la Cuatro, parece haber perdido la partitura de sus conciertos, cada vez más alejados de los verdaderos problemas de los ciudadanos, y decidida a contribuir al desprestigio de la política, no sería mala cosa hacer política, como sugiere Clooney.

María Teresa Fernández de la Vega nos ha enseñado que la apariencia de un ajustado traje, a menudo, no hay más que humo.

Isabel Morant es profesora de la Universitat de València

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