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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los 'paletas'

Jordi Soler

Estaba comenzando a escribir esta crónica cuando llamaron a la puerta, cuatro toques rudos y urgentes que no admitían demora, así que abandoné el escritorio, "¿quién es?", pregunté, "los paletas", respondieron del otro lado, y hasta entonces no caí en la cuenta de que esa mañana, la misma en que yo trataba de empezar esta crónica, había quedado con los paletas para que arreglaran ciertos desperfectos: tapar y pintar los agujeros que había dejado una sucesión de clavos en las paredes y poner un par de repisas, dos tareas simples que puede hacer cualquiera, pero no tan bien como un paleta que tiene experiencia y a eso se dedica. Me pareció que el planteamiento más civilizado era que cada quién se dedicara a lo suyo, así que les dije que regresaría a lo mío mientras ellos trabajaban, una propuesta temeraria aquella porque los hoyos que había que tapar y las repisas que había que poner estaban en el mismo espacio que ocupa mi escritorio, pero pensé que haciéndome un poco de lado para que ellos pudieran moverse con libertad resolvería el problema de la convivencia. "No silbe, por favor", le dije a uno de los paletas porque la melodía que intentaba redondear adelgazaba mi concentración. "Déjeme su escalera", dijo el otro señalando hacia la cocina. "Claro", dije, "¿pero no se supone que un paleta sale a trabajar bien preparado con todos sus utensilios?". "Depende de qué paleta estemos hablando", replicó él, desafiante, y yo preferí ignorar el desafío y ponerme a escribir mi crónica, donde pensaba hablar del blog que hace unos días publicó la versión electrónica del periódico The Guardian, donde los lectores daban tips sobre Barcelona, toda clase de tips como dónde dormir, qué comer, por qué rumbos pasearse y qué cosas no hacer. Casi brinqué de mi silla cuando el paleta, encaramado en la cumbre de mi escalera, accionó el taladro para hacer los agujeros donde, por medio de unos tacos de madera, fijaría las repisas. El del taladro estaba ubicado al noreste de la pantalla de mi ordenador, mientras el otro, ubicado al suroeste, tapaba los agujeros con una masilla. Pensé que era absurdo pagarle a un paleta para que hiciera hoyos en la pared y, al mismo tiempo, pagarle a otro para que los tapara, pero decidí no darle vuelo a ese pensamiento y concentrarme en los detalles de la crónica que, a pesar de los taladrazos y de la masilla, estaba empeñado en escribir. En el blog aquel del periódico inglés, escribía una persona de apodo Daytripper, que daba la siguiente recomendación: "La zona alta es un barrio al norte de la ciudad que combina sitios familiares (Parc Güell) y nuevas experiencias (calle Verde)". El pobre de Giuseppe Verdi llegó a este blog convertido en un músico verde, pero lo realmente interesante venía debajo, en el panorama que Daytripper ofrece de la calle Verde: "Hombro con hombro con estudiantes, disidentes y actores callejeros que beben mientras la gente los mira". Una opinión parecida nos ofrece Jimijimi en este mismo blog cuando recomienda una estancia nocturna en la plaza de George Orwell, mejor conocida, según dice él mismo, como la plaza Trippy: "Ve ahí con una botella de Xibeca para compartirla con los nómadas del siglo XXI". Total, que con los disidentes de la calle Verde y los nómadas de la George Orwell, ya no se sabe bien en qué ciudad estuvieron Daytripper y el Jimijimi. El paleta del noreste acabó con el taladro y se puso a meter a golpes de martillo los tacos de madera mientras el del suroeste aplicaba cuidadosamente la masilla, aunque justamente en cuanto escribí esta línea volteé a su punto cardinal para comprobar que lo hacía con cuidado y descubrí que mi libro Poemas franceses de Rilke tenía masilla encima y que lo mismo pasaba con el tomo de Poesía selecta de Paul Celan. "Tenga cuidado con los libros", le dije y él, por toda respuesta, se agachó sobre ellos y mandó a volar la masilla con un soplido de lobo feroz; dejó limpios a Celan y a Rilke, pero mandó las dos masillas a la Correspondencia de Balthus, y una fracción de aquéllar a un sillón. Me levanté y disimuladamente, para no herir la sensibilidad del paleta feroz, quité la masilla para que no me estropeara el cojín.

Ahora el paleta del noreste atornillaba las bases de la repisa, había empezado el esfuerzo con unos silbidos, pero enseguida había recordado el capítulo anterior y los había suspendido de golpe. En aquel blog había un consejo, y seguramente sigue ahí, que se titulaba "Try to speak catalan" ('Trata de hablar catalán'), y estaba firmado por Lally: "Recuerda que la mayoría de la gente en Barcelona no se siente española. Así que no te pongas una camiseta de torro, mejor cómprate una con el burro catalán y harás muchos amigos". El paleta de la masilla terminó y se trasladó al noreste para echarle una mano a su colega con las repisas, pero antes me dejó la espátula lodosa puesta entre Expiación de Ian McEwan y Koba el temible de Martin Amis. Cinco minutos de resoplidos más tarde los paletas habían terminado con su trabajo. Pagué por sus invaluables servicios, los acompañé hasta la puerta y les dije "adiós y gracias, sois fuertes como un torro", y fue entonces cuando pude concentrarme para empezar, de una buena vez, esta crónica.

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