A Euskadi por Montenegro
No es sólo que ETA se ha rearmado, ha reaparecido la kale borroka, se ha recrudecido el enfrentamiento entre el Gobierno y oposición y el virus de la división se ha apoderado de la voz de las víctimas. Las declaraciones del lehendakari Ibarretxe señalando su aspiración a poder ser como Montenegro se suman a este carnaval de déja vus con la vuelta de las comparaciones odiosas.
Si Montenegro puede celebrar un referéndum, ¿por qué no los vascos?, se pregunta Ibarretxe. Pues porque quizás no nos convenga nada parecernos a Montenegro. Simplemente. Porque quizás estamos mucho mejor como estamos. Porque también en Irak y en Egipto y en Zimbabwe se celebran referendos sin que nadie proponga imitarlos (por ahora). Porque un referéndum no es un talismán que todo lo resuelve.
La comparación del caso vasco con la situación palestina o kurda era ya odiosa
Matar al periodista es eliminar al cronista, borrar el rastro, manipular la historia
La necesidad de homologar el caso vasco al estatus de pueblo oprimido ha conducido históricamente a algunos políticos nacionalistas a comparar la situación de los vascos con la de palestinos, chechenos, kurdos y (un favorito) Albania. La comparación con este misterioso país resultaba especialmente inquietante. Durante años, la palabra Albania sugería territorio impenetrable, brumoso y estalinista del que sólo se sabía una cosa: capital, Tirana. Una visita al país en 1999 me hizo comprender que sí, que tenían montes como nosotros, sólo que en ellos crecen 700.000 búnkeres en forma de champiñón plantados por el dictador Enver Hoxa en el cenit de su paranoia en vez de nuestros reforestados pinos (y algún roble o haya).
La comparación del caso vasco, definido por un terrorismo del bienestar, un sólido tejido económico, amplia autonomía política y financiera y el cómodo paraguas de la Europa occidental con la situación palestina, chechena y kurda era odiosa. Odiosa para quienes no dudarían un segundo en intercambiar banderines, aunque sólo fuera por unas horas, para alejarse temporalmente de una vida de violencia, dificultades y opresión.
Y ahora Montenegro. Un país igualmente montañoso, que usa el euro y no el dinar serbio. Pero veamos. Según el nuevo informe sobre ataques a la libertad de prensa del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), con base en Nueva York, el 27 de mayo del año pasado, centenares de periodistas y miembros de la oposición se concentraban en la capital montenegrina, Podgorica. Conmemoraban el primer aniversario del asesinato de uno de los suyos, Dusko Jovanovic, dueño y director del periódico opositor Dan. Jovanovic fue tiroteado en la puerta del diario.
No es fácil hacer periodismo libre en Serbia y Montenegro. Y mucho menos desde la oposición. A primeros de junio del año pasado, el periódico Danas, de Belgrado, publicaba un artículo en el que se aseguraba que el Gobierno serbio había identificado la ciudad en la que se escondía uno de los criminales de guerra serbios más buscados, Ratko Mladic. Según el CPJ, el 11 de junio, su director, Grujica Spasovic, recibió la siguiente llamada de un miembro de la "seguridad personal" de Mladic: "Desde hoy, es hombre muerto. Le mataremos, cortaremos su cabeza, sus piernas y sus brazos por lo que escribió y publicó sobre el general Mladic".
En países conflictivos los periodistas son, muchas veces sin quererlo ni saberlo, cronistas de sí mismos. Sus artículos son al mismo tiempo narración de la historia. Y si la historia está aún viva, y la sangre caliente, siempre hay pistolas dispuestas a acabar con la pluma. Matar al periodista es eliminar al cronista, borrar el rastro, manipular la historia. En Euskadi, a pesar de la violencia y la persecución de ETA, los quioscos no han dejado nunca de vender historia. Las redacciones no se han parado por el ruido de los disparos, ni siquiera cuando era uno de los suyos quien caía. Euskadi no es Montenegro, ni falta que nos hace.
La reciente película Capote, y la historia del autor norteamericano escribiendo la primera novela periodística del siglo, A Sangre Fría, muestra (entre muchas otras cosas) los riesgos que asume el periodista-escritor al mezclarse con su propia historia, al escribir de sí mismo. La gran mayoría de los periodistas vascos lo ha hecho renunciando a la tentación autobiográfica, interponiendo la profesionalidad y el oficio entre su trabajo y la realidad. Hacen la crónica de su sociedad y punto, aunque a veces la sociedad esté apuntando con un rifle de mira telescópica.
No es éste el caso en todas partes. Un ejemplo. En el norte de México, sobre el río Bravo, frente al Estado de Texas, los periodistas de Nuevo Laredo han renunciado a ser cronistas de sí mismos. La violencia, los asesinatos, los cárteles de la droga y la corrupción policial les han dejado indefensos.
El 6 de febrero, hombres armados y encapuchados atacaron la redacción del diario local El Mañana con rifles de asalto y una granada. Su anterior director, Roberto Javier Mora García, fue asesinado a puñaladas en marzo del 2004. Han renunciado al periodismo de investigación, a atar cabos, a señalar culpables. En el informe Terror en la frontera, publicado recientemente por el CPJ, un periodista afirma: "Se vive una situación de terror e impotencia. Tenemos vetada la investigación y la profundización. Ir más allá de lo permisible puede ser peligroso".
Euskadi no es Montenegro, ni Chechenia ni Nuevo Laredo. Tampoco somos Murcia desgraciadamente, y cargamos con nuestros problemas que nos hacen diferentes, en lo bueno y en lo malo. La noticia hoy no es que hay referéndum en mayo en Montenegro. La noticia es que ETA no ha doblegado nuestra capacidad de discutir de nosotros mismos.
Eso es lo que muestran los quioscos de periódicos: que unos quieren referéndum vasco y otros no. Que la política en Euskadi sigue viva, y que quizás algún día derrote a la violencia.
Borja Bergareche es abogado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.