Violencia mentirosa
De la corrupción política, judicial y policial de México informan casi cada día los periódicos, pero es improbable que los personajes que la sufren y que la causan sean tan tópicos, tan poco atractivos cinematográficamente hablando y tan poco trascendentes como los que retrata la producción Conejo en la luna, dirigida por el inédito en España Jorge Ramírez Santos.
Filmada como una discretísima serie de televisión, la película está dotada de una penosa dirección de actores de la que sólo se salva en alguno de los pasajes el matrimonio protagonista. Oprimidos sin duda por un retrato de personajes cargado de estereotipos, los intérpretes se pasan la película añadiendo un trazo aún más grueso a los roles-monigote que les han endilgado. Así, hay secuencias, como la de la confesión del mafioso Gordo Corona, en las que a alguno de los actores les falta guiñar el ojo a la cámara para dar al espectador aún más pistas sobre el momento en el que se va a pronunciar la frase clave de la trama. Conejo en la luna, bautizada con un título imposible para la taquilla y aderezada con una pizca de sexo que roza lo esperpéntico, contiene violencia de mentira mientras se ambienta en un territorio, México DF, en el que el asesinato está a la orden del día.
CONEJO EN LA LUNA
Dirección: Jorge Ramírez Santos. Intérpretes: Bruno Bichir, Lorraine Pilkington, Jesús Ochoa, Álvaro Guerrero. Género: thriller. México, Reino Unido, 2005. Duración: 95 minutos.
Los políticos que durante años se embolsan millones, legislan a su favor y lavan dinero en un país asolado por la corrupción son seres humanos; deleznables, pero seres humanos. Los que retrata la película no son más que fantoches incapaces de suscitar la menor antipatía ni interés, simplemente porque no son creíbles.
Babelia
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