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Columna
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Equilibrios

Josep Ramoneda

No saber acabar a tiempo se paga. También cuando se trata de un grupo terrorista. Si ETA hubiese aprovechado la oportunidad que se le presentó cuando las conversaciones de Argel posiblemente se hubiese podido presentar en sociedad con algunas modificaciones legislativas e incluso constitucionales como botín. Basta visitar la hemeroteca para darse cuenta de que en la siguiente oportunidad -las negociaciones con el Gobierno del PP durante la última tregua- ETA con toda probabilidad habría conseguido mejoras penitenciarias e incluso una excarcelación relativamente rápida de sus presos. Ahora, sin embargo, ETA puede conseguir muy poco, a lo sumo una cierta parafernalia que haga menos evidente su claudicación. Esto es así por varias razones: por la falta de perspectiva de futuro que tiene un terrorismo ahogado políticamente, debilitado orgánicamente y aislado socialmente; por el cambio del marco global a raíz de la irrupción del terrorismo islamista; por la desmitificación de la organización terrorista, incluso en la sociedad vasca; por la extendida sensación de que su tiempo ha pasado; y porque la sociedad, que hace tiempo perdió cualquier síndrome de Estocolmo respecto a ETA, no entendería fácilmente concesiones innecesarias. Hasta tal punto está socialmente amortizada que, en este momento, el mundo abertzale tiene más necesidad de resolver el problema de ETA que la propia sociedad española.

En estas circunstancias, el discurso del Partido Popular y especialmente del ex presidente Aznar, al que una enfermedad asfixiante llamada resentimiento le ha dejado sin rastro de dignidad en su cuerpo, es especialmente disparatado porque da a ETA unas esperanzas que ya no tenía. A fuerza de repetir que el Gobierno claudica y se humilla ante los terroristas, que está dispuesto a cambiar paz por autodeterminación, lo único que hace el PP es transmitir a ETA que tiene unas bazas de las que en realidad no dispone. Y con eso, por mucho que le indigne a Rajoy, se puede afirmar que el PP está poniendo palos al proceso de fin de la violencia.

Pero también Cataluña entra en este complejo juego. En principio, el Estatut está prácticamente cerrado. En política las borrascas se desplazan con suma facilidad. El Estatut va abandonando el cielo madrileño para volver a recalar pronto en las costas catalanas. Lo que se había convertido en un problema para Zapatero es ahora una tempestad que amenaza con desbordar las agitadas aguas de la política catalana. El tripartito cuelga de un hilo, los papeles se invierten, ahora Carod está por el y Puigcercós, ofendido por el ninguneo socialista, está por el no, el referéndum empieza a dar miedo, en fin, es el sainete catalán.

Sin embargo, las circunstancias han querido que los intereses, a menudo divergentes de Zapatero y Maragall, coincidan en un punto: la conveniencia de incorporar a Esquerra al consenso estatuario. Las razones de Maragall son obvias: el voto afirmativo de Esquerra es condición indispensable para el mantenimiento del tripartito y es un factor determinante para que el referéndum no se convierta en un verdadero desastre. El interés de Zapatero es otro. Independientemente de su preferencia por CiU en Cataluña y en España, la incorporación de Esquerra es una señal muy útil para el proceso vasco. Demostrar que los independentistas también pueden ser de la partida es un signo de capacidad inclusiva que sirve como señal de lo que podría ser una normalidad vasca. En una situación en que lo que ETA puede obtener a cambio del fin de la violencia es muy poca cosa, todo lo que sea dibujar un futuro para el abertzalismo es positivo. Al fin y al cabo, lo que se está jugando con la hipotética tregua es que Batasuna pueda estar en las próximas elecciones. Y aunque Esquerra y Batasuna se parecen muy poco, no sólo por su opuesta posición en el tema de la violencia sino también por cuestiones de tradición y cultura, la simetría puede funcionar a efectos digamos simbólicos. Con lo cual cabe pronosticar que los últimos renglones del Estatut catalán se escribirán en vigilias del pleno, cuando Zapatero haga el gesto que remate las instrucciones que ya ha dado a sus negociadores: encontrad alguna manera para que Esquerra pueda entrar. Son los extraños equilibrios de esta nación de naciones con forma de piel de toro.

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