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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Patriotismo económico

El compromiso de una Europa unida y de un mercado interior integrado se compadecen mal con los frenos y obstáculos que están suscitando diversos proyectos de fusión, sobre todo en el sector energético. Es lógico que los socios comunitarios no quieran que les pille desprevenidos la apertura total del mercado cuando ésta alcance también a los consumidores en 2007, y que exijan reciprocidad y eliminación de blindajes. Sin embargo, muchas de las acciones de las últimas semanas esconden un proteccionismo opuesto a los fundamentos de la Unión Europea. El presidente de la Comisión, Durão Barroso, ha solicitado a los Veinticinco que no recurran a la "retórica nacionalista", porque es mala para todos y para Europa.

Operaciones emblemáticas del actual panorama son el intento de la alemana E.ON por hacerse con Endesa, respondido por el Gobierno español con una batería de medidas para dificultar la adquisición que van a examinarse con lupa en Bruselas; y la réplica del Gobierno francés al proyecto de la italiana Enel de apropiarse de Suez, desbaratándolo y anunciando a bombo y platillo la adquisición de ésta por Gaz de France, lo que convertirá al conglomerado en el principal grupo energético europeo. Italia ha puesto el grito en el cielo y solicitado la intervención de la Comisión Europea, que ha dado dos semanas a París para que argumente sus razones. Romano Prodi, ex presidente del Ejecutivo comunitario y aspirante a derrotar a Silvio Berlusconi en las elecciones italianas del mes próximo, amenaza con bloquear futuras fusiones francesas si llega de nuevo a gobernar. El primer ministro francés, Dominique de Villepin, niega que se trate de un gesto proteccionista, sino de defensa de los intereses nacionales. Su homólogo español, Rodríguez Zapatero, también en ese estilo, ha hablado de la importancia de que prevalezcan "los intereses de los ciudadanos y los del país" con el fin de permitir la creación de grupos españoles fuertes en un sector "estratégico".

Puede que los argumentos de rechazo pretendan el beneficio ciudadano, pero cuestionan bastante la sinceridad de los Veinticinco de desarrollar al máximo el mercado único, y en particular el del sector energético. Como bien señala Bruselas, este ámbito continúa estando fuertemente concentrado, con estructuras empresariales heredadas de los antiguos monopolios; es poco transparente; los mecanismos de formación de precios son poco fiables y no son competitivos, y tiene una seria carencia de infraestructuras de interconexión. Y lo peor es que dos de los socios fundadores de la Unión, Alemania y Francia, están a la cabeza de quienes más se resisten a romper con esta situación.

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Fiar el éxito de fusiones sólo a la realidad del mercado puede resultar ingenuo, dado que muchas arrastran un fuerte componente político, como lo demuestra el protagonismo de los gobernantes. Pero éstos tienen la obligación de huir de argumentaciones ligadas al "patriotismo económico" o a las lógicas nacionales -según que la empresa de su país sea la adquiriente o la adquirida-, que casan mal con la idea de aspirar a una Europa unida.

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