Tres días de oro
Musika-Música se ha convertido en una cita obligada en el calendario de la temporada. Bajo el título este año de La armonía de las naciones, el Palacio Euskalduna de Bilbao acoge hasta hoy 54 conciertos que desde el mediodía a casi la medianoche ofrecen el panorama de la música europea del barroco -Alemania, España, Francia, Inglaterra, Italia y Portugal-, por muy poco dinero, a un público que crece de año en año. Y lo hacen intérpretes de primera clase pero también jóvenes alumnos de conservatorios como el Juan Crisóstomo Arriaga bilbaíno, que recibía a los asistentes a las sesiones del viernes en el vestíbulo del Euskalduna con un formidable Gloria de Vivaldi dirigido con arrojo por Maite Aurrekoetxea.
No se puede ir a todo, muchos conciertos coinciden, cabe la posibilidad de asistir a la primera mitad de uno y a la segunda de otro, de tomárselo con calma o por lo nervioso -de comprar discos también-. La fiesta se abría con la Sinfónica de Bilbao y Juanjo Mena dirigiendo, como no podía ser de otra manera en estas fechas, un miniprograma Arriaga: la obertura de Los esclavos felices y la Sinfonía en re mayor. Mena negoció muy bien -estupendas las cuerdas- ese par de obras maestras que al final de este segundo centenario debieran pasar al repertorio de cualquiera de nuestras orquestas.
El gran atractivo de este primer día de Musika-Música era El Mesías de Händel a cargo de un coro de cámara y una orquesta extraordinarios: el RIAS y la Akademie für Alte Musik de Berlín. Los dirigía Daniel Reuss. La versión fue decepcionante por varias razones. La primera, la falta de relieve del concepto del maestro holandés, tendente a la monotonía expresiva en lo orquestal y sin darle vuelo a un coro excepcional que aquí no lució toda la enorme clase que atesora. La segunda, unos solistas -demasiado frecuente en este tipo de conciertos- de pequeño formato, con un par de voces femeninas -Malin Christensson y Marianne Beate Kielland- cortitas y dos masculinas -Thomas Walker y Konrad Jarnot- claramente insuficientes. Fue un Mesías aburrido y plano con un tufillo inevitable a mero cubrir el expediente. Uno llegaba a pensar si no hubiera sido mejor irse a escuchar al veterano Michel Corboz -un pionero a su manera- con el Ensemble Vocal de Lausanne y la Sinfonía Varsovia -una orquesta tan humilde como eficaz- con un programa Bach y..., pues sí: Händel.
Menos mal que, antes de volverse a Madrid, este crítico se sacó la espina con el pianista Josep Colom y su precioso recital dedicado a Blasco de Nebra, Antonio Soler y Domenico Scarlatti. El catalán es un intérprete de primerísima fila, sensible, técnicamente impecable y dotado de una modestia que le hace aún más grande.
Babelia
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