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Columna
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¡Viva Zapatero!

Antonio Elorza

Zapatero es muy popular en Italia. A la película se suman la entrevista de Paolo Flores d'Arcais en Micromega, resumida en La Repubblica, y un libro de entrevistas, con la de Zapatero en primer plano, a cargo de Marco Calamai y Aldo Garzia, editado por Feltrinelli. Frente a la heterogeneidad y las vacilaciones de "olivos", "margaritas" y demás componentes del centro-izquierda italiano, nuestro presidente ofrece la imagen de una nueva izquierda rotunda y diáfana, sin compromisos con la Iglesia y el capital, que precisamente por eso habría obtenido una victoria contra pronóstico en las elecciones de marzo de 2004. Si pasamos de Aznar a Berlusconi, la enseñanza resulta inequívoca: no es acumulando compromisos y renuncias como se puede derrotar al monstruo, sino ofreciendo a rostro descubierto las ventajas de una nueva política, sinceramente reformadora. Dudoso servicio a Prodi en período electoral.

Zapatero insiste en esta autodefinición al conversar con Flores d'Arcais: "La izquierda debe hacer una política auténtica porque los electores, los ciudadanos de izquierda, tienen en el voto su principal recurso. Los poderosos, la derecha económica, los grupos de presión, no tienen necesidad de la política para vivir y mandar". En cambio, para el ciudadano el voto es "su mayor patrimonio, el único instrumento de que dispone para realizar sus ideas y mejorar su vida". Si le defrauda, la izquierda provoca la propia derrota. Perfecto. Lo refleja el título del libro: El socialismo de los ciudadanos. El "republicanismo" de Philip Pettit ocupa el pedestal dejado libre por Marx.

La imagen idealizada que de sí mismo ofrece Zapatero, con el refuerzo del pequeño grupo de colaboradores y amigos de El socialismo de los ciudadanos, es a pesar de todo útil. No siempre, porque en el plano de la cultura resulta difícil admitir que la Biblioteca Nacional ha superado una especie de edad de piedra, introduciendo "el horario continuado, las exposiciones y debates o presentaciones de libros". Tampoco el apartado asignado a Leire Pajín va más allá de los tópicos sobre la especial sensibilidad de España sobre el tema árabe o la pobreza como factor del fundamentalismo. Zapatero y Moratinos no permiten aquí otra cosa. En cambio, son esclarecedoras, de cara a un público exterior, las colaboraciones de Antonio Gutiérrez, sobre política económica, y de Diego López Garrido, con alcance más general. Vale la pena resaltar los aspectos más positivos, apuntando al fin de las discriminaciones contra mujeres y homosexuales.

Es en las palabras del presidente, tanto en el libro como en la entrevista de Micromega, donde cabe apreciar lo que es al mismo tiempo base de su eficacia como expositor y punto débil de su acción democrática. De entrada, está muy bien que su sensibilidad hacia quienes sufren la represión y la violencia tenga como origen el hecho trágico del fusilamiento de su abuelo. Pero esa preocupación no lleva a ZP en el libro a mencionar siquiera a otras víctimas, las del terrorismo de ETA, del mismo modo que ni ahora, cuando la manifestación ha forzado a tomarlas en consideración, ello repercute en el plano político, salvo para desarrollar una línea humanitaria, necesaria pero no suficiente. ¿De qué sirve entonces la referencia a los orígenes, si no es para la autolegitimación? Poco hay de Pettit en esto. A tal voluntad de encubrimiento, se ajustan las respuestas sobre la reforma de los Estatutos, o sobre la supuesta independencia de la televisión pública, por no hablar de la revisión inducida a la UE respecto de Cuba, con la liberación de Raúl Rivero a modo de signo indirecto de acierto en el viraje a favor de Castro. "Cuando un político quiere manipular la información -proclama ZP- es porque no confía en los ciudadanos y teme una información veraz". Y nunca hay una pregunta en las entrevistas sobre temas conflictivos que encuentre una respuesta directa.

También en Italia, ha tenido lugar la recuperación de un clásico cinematográfico sobre la revolución cubana: Soy Cuba, un filme de 1964, nunca proyectado en la isla, con maravillosas imágenes a cargo de un discípulo del cámara de Eisenstein. En la escena final, los guerrilleros bajan triunfantes de la Sierra. Nada nubla su entusiasmo, tal vez porque como sucede en el caso de nuestro nuevo héroe político, no saben demasiado adónde se dirigen.

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