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Columna
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El corte de Faraón

Alberto Ruiz "Faraón" no es partidario de los desenfrenos carnavalescos en su corte, impecable en su disfraz de enterrador de la sardina, el alcalde, envarado a diario en sus trajes de luto, ahorcado por discretísimas corbatas a juego, hace todo lo que puede por desterrar la bullanga y la charanga de las fiestas populares, no le veréis cantando villancicos en el balcón de la Casa de la Villa, ni bailando el chotis sobre uno de los millones de ladrillos que se reproducen sin freno en las calles de la urbe. La perenne sonrisa que luce en sus comparecencias públicas parece más de pésame que de felicitación, un rictus impostado, una mascarilla políticamente correcta, un gesto contenido y profesional, ensayado en sus años de aprendizaje, cuando los políticos apenas sonreían y desde luego nadie osaba reírse de ellos en su cara.

Prohibidos ayer, subvencionados hoy, los carnavales no son lo que eran. Desde los tiempos en el que el sabio y viejo profesor los resucitara en Madrid, siguiendo la clásica receta de panem et circenses, los carnavales han tenido sus detractores, críticos, tan severos como desinformados, que niegan la tradición de las carnestolendas madrileñas; los "negacionistas" refutan de un plumazo a Mesonero Romanos y a don Francisco de Goya, al seductor Casanova, veneciano experto en el tema que los conoció en sus carnes pecadoras y salió ayuno de ellos y a don José Gutiérrez Solana, que los retrató al óleo y en la prosa tremebunda de sus Escenas y costumbres. El Entierro de la sardina, paradójica ceremonia póstuma en el umbral de la Cuaresma antes de convertirse en reglamentada procesión de cofrades enlutados que parece que sólo se ríen una vez al año, fue una fiesta bárbara y espeluznante que según relata el pintor y cronista finalizaba muchas veces a las puertas del depósito de cadáveres municipal, donde muchos cofrades acudían en la mañana del Miércoles de Ceniza a identificar a las víctimas de la desenfrenada bacanal, al amigo muerto: "Con traje de trapo, lleno de manchas de vino y sangre, la boca negra abierta, las manos crispadas y el pelo negro pegado a las sienes, duro y espeso por la sangre seca, vestido de mamarracho, y en el cinto la bota de vino extenuada...".

El alcalde de Madrid, nombrado y aclamado como faraón este año por murgas y comparsas a causa de sus muchas y magnificentes obras públicas, ha pasado de puntillas y de perfil por los devaluados carnavales. A diferencia de los faraones fetén, Albertofis I, no construye grandiosos monumentos funerarios sino enterramientos para vehículos, nudos gordianos para autopistas y trampas para peatones y se sabe que, pese a su imperturbable sonrisa, no son de su agrado las críticas, ni las chungas, ni las coplas ni los motes, y de momento, este año ha conseguido que el Entierro de la sardina llegue a la chita callando, antes de que muchos ciudadanos se dieran por enterados del reinado efímero de don Carnal. Alberto Ruiz Faraón, hierático como un relieve egipcio, sin descomponer la pose, ha escamoteado los carnavales en su chistera de cofrade enterrador.

Entre los variados estereotipos de la egiptología satírica contemporánea, hacer el egipcio se representa con una figura humana de perfil, una mano delante y otra detrás, ambas extendidas en posición petitoria; hacer el egipcio es recibir a manos llenas, a derecha e izquierda, por derecho y por cohecho. Un matiz inaceptable para el edil, un hedor ofensivo que le hace fruncir sus aristocráticas napias. Mas no se trata de prohibir los carnavales, sino de olvidarlos en el cajón de los desastres de las arcas municipales, desmotivarlos y diluirlos. Para la supervivencia de estas fiestas que fueron de transgresión y trastoque vienen mejor las prohibiciones que las subvenciones que domestican la sátira y amansan las críticas más fieras.

Nota: en vísperas de los carnavales, se celebró en la calle del Pez una extemporánea procesión, ensayo generalísimo del Entierro de la sardina, presidida por el distinguido cofrade Blas Piñar y amenizada por oraciones, juramentos e himnos cristianos y patrióticos. La sardina a enterrar era el darwiniano pez con patas que anuncia el revelador espectáculo de Leo Bassi. Se adelantó la Cuaresma, se adelantaba...

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