Delegaciones y purgas en el oasis
El cada vez más agitado oasis catalán se ha visto conmocionado por un episodio de caza de brujas mediáticas, un trasunto de macartismo de barretina que ha saltado a la palestra gracias a la publicación de un informe confidencial de 1993, pagado con dinero público, acerca de la lealtad política partidista y nacionalista de los profesionales de la información. En esta fase del tardopujolismo, con las corruptelas endógamas bien arraigadas en el aparato institucional de Convergència Democràtica, alguien quiso emular al tristemente famoso senador de Wisconsin, que fue puesto en la picota precisamente por un periodista televisivo, Ed Murrow, como acaba de explicarnos la película Buenas noches y buena suerte. Esta escaramuza del macartismo convergente corrobora el aforismo marxista que asegura que la repetición de la historia adquiere la forma de farsa. En esta farsa delatora los periodistas Àngels Barceló y Salvador Alsius, de la televisión pública catalana, fueron acusados de "quintacolumnistas", "colaboracionistas" y "traidores" que propagaban "veneno" con sus mensajes. Esto sucedía, por cierto, mucho antes de que la Barceló decidiese exiliarse de la patria catalana, para colaborar profesionalmente en una cadena cuya base está ubicada en la hostil y abominable tierra madrileña.
El informe delator, a cuya redacción se asegura que contribuyó la veterana jefa de personal de TV-3, Montserrat Durà, no tiene desperdicio, a juzgar por las perlas que nos ha filtrado la prensa. Al presentador del programa 30 minuts se le acusa de ser neutral, es decir, de no practicar el partidismo manipulador. Y a la Ariadna Gil que conducía Graduïs, ara pot se la hacía culpable de poner textos en castellano en boca de poetas canarios. Y el reportaje El legado de Hitler era descalificado porque mostraba cómo el nacionasocialismo derivaba de la radicalización de un movimiento político nacionalista en Alemania.
De este lamentable episodio pueden extraerse muchas enseñanzas. La primera es la evidencia de que muchos políticos consideran al llamado cuarto poder como un peligro para sus intereses, porque perciben la independencia informativa como una amenaza. En consecuencia, exigen a los medios de comunicación su lealtad a su canon partidista, según el principio de que "quien no está conmigo está contra mí". Este principio, que es válido para todos los partidos que aspiran a instrumentalizar a los medios, resulta especialmente estridente cuando el agente interventor se define por la radicalidad nacionalista, pues el nacionalismo es antes un estado emocional que una ideología. Y ya se sabe lo peligroso que resulta la deriva emocional en política. Un ejemplo de tal deriva se halla en las numerosas amonestaciones de policía lingüística que se contienen en este informe confidencial y que llegan al extremo de reprochar a un enfermo de sida que se expresara ante las cámaras en "andaluz", preguntando malhumoradamente el informante si no existen en Cataluña enfermos de sida que hablen catalán.
Este informe ha propinado un mazazo al arraigado mito de la madurez y serenidad de la clase política catalana, en contraste con las de otras comunidades, supuestamente más primarias, viscerales y vocingleras. Que el partido que supuestamente encarna el seny de la burguesía tradicional catalana, heredera del legado bienpensante y moderado de Prat de la Riba y de Cambó, haya cedido a la tentación de las delaciones y las purgas en los medios de comunicación, constituye una gravísima señal de alarma. Nadie está a salvo en una sociedad en la que el poder político se propone como objetivo instrumentalizar a los medios de comunicación al servicio de intereses partidistas. Creíamos ingenuamente que el síndrome Urdaci era sólo una anécdota pintoresca que nos llegaba de más allá del Ebro. Parece que no es así. Tenemos a los demonios habitando entre nosotros y residiendo en los barrios más pudientes y respetables de nuestras ciudades. Ante esta amenaza no podemos bajar la guardia.
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