Correspondencia(s)
Una ola y otra, y otra más. En la tierra que acarician esas olas: hombres y perros y patos van y vienen, frágiles, fugitivos. Y las olas parecen medir el tiempo como las tres Parcas, olas ahora en calma y después alzándose en una tormenta en la noche para apaciguarse con el nacimiento del nuevo día y seguir así su rítmico, sinuoso movimiento. El espectador, ante el mar que el cineasta iraní Abbas Kiarostami filmó con una pequeña cámara digital, se siente tan quebradizo, tan pasajero como esos patos y perros y hombres que van y vienen para hacer algo, para llenar sus cortas vidas con su ir y venir, mientras el agua inquebrantable, victoriosa, forma olas que se retirarán para volver de nuevo, en un eterno retorno.
Esta es la sensación que me invade mientras contemplo el cortometraje Five de Kiarostami, en la exposición Erice-Kiarostami. Correspondencias, en el CCCB. El título se refiere a la correspondencia, epistolar y cinematográfica, que mantuvieron el director de El espíritu de la colmena, Víctor Erice, y Kiarostami, el director de El gusto de las cerezas; pero sobre todo recrea, a través de instalaciones, videoinstalaciones, cortometrajes, fotografías y cartas, esas correspondencias sutiles que existen entre la obra de ambos cineastas, aquellas según las que, como escribía Baudelaire en Correspondencias, "les parfums, les couleurs et les sons se répondent". El visitante puede entrar por la parte de Kiarostami o de Erice e independientemente del sentido de la marcha, se le impone el paralelismo entre las obras de ambos. Cada pieza reanima el recuerdo de la pieza paralela en esta exposición simétrica. La obra de ambos creadores está estrechamente unida a su infancia, a la minuciosa observación del paisaje, los caminos, las aldeas y sus habitantes, al silencio y a la reflexión. Esta correspondencia filmada, un experimento cinematográfico inédito e insólito, es un homenaje mutuo.
Contemplo La mort rouge, el cortometraje en el que Víctor Erice habla de la primera película que vio, siendo un niño, a mediados de la década de 1940 en su San Sebastián natal. Las imágenes de esa película, La garra escarlata, se quedaron tan profundamente grabadas en su memoria que Erice se propuso entonces convertirse él mismo en hacedor de películas. Paseo por la exposición contemplando las fotografías y los fotogramas: los rostros de los aldeanos de la España profunda y de las montañas de Irán, los niños con su vida interior que retrata Erice y los de Kiarostami, ensoñados al observar un geranio como una sonrisa en la ventana. Contemplo los caminos de Erice con una casa por destino, y los de Kiarostami, cuyo destino es el infinito. Los campos iluminados por el sol de Castilla y las colinas nevadas del paisaje iraní, cuyo único adorno es un árbol de retorcidas ramas desnudas, única promesa de que un día llegará la primavera, de que todo pasará, también el frío y la nieve, ese incentivo para fijarnos en este momento único, en esta atmósfera única, en esta correspondencia única entre la blanca y la negra sinuosidad.
Me encuentro a continuación en un bosque de troncos sin ramas, una especie de columnas. "La nature est un temple où de vivants piliers", así veía el bosque Baudelaire en su poema Correspondencias. Se trata de una de las instalaciones de Kiarostami. Paseo entre los troncos del bosque y noto algo extraño: mientras que en el templo de la naturaleza según Baudelaire se conjugan los perfumes con los sonidos, el bosque de Kiarostami carece de olor; sus troncos son tubos metálicos recubiertos por la representación fotográfica de la corteza, que se alzan entre cuatro paredes tapizadas con espejos. Es un bosque artificial, un bosque-ilusión, como el cine es una ilusión de la realidad. Y de pronto siento que me he convertido en uno de los personajes de esa entrañable película de Kiarostami, A través de los olivos.
Otra vez ante una pantalla, ahora sigo el viaje de un membrillo por el agua: primero se lo lleva el hilo de un arroyo que pronto se convierte en un riachuelo, siempre jugando con el membrillo en sus olas, como un mensaje en una botella, como una misiva de Kiarostami a Erice, director, este último, de El sol del membrillo. El riachuelo se va uniendo a ríos, cada vez más grandes, y yo ya sé, aunque no lo veo, que al final el río depositará el membrillo en las olas del mar, de ese mar de Kiarostami que he visto al principio, para que todas las cosas se encuentren y se unan y se amalgamen, eternas como las olas del mar que todo lo absorben para luego convertirlo en algas y coral y peces abigarrados, en ese mundo que no se ve pero se intuye, como los lazos que unen a dos creadores, como las correspondencias que existen entre dos magníficos artistas.
Salgo de la exposición y en mi mente surgen las palabras que una vez me dijo Jiri Kolar, un artista entonces ya muy mayor: "Dos vecinos raramente se llevan bien porque no se comprenden; en cambio dos creadores se entienden a la perfección, aunque no tengan un idioma en común y aunque provengan de dos polos opuestos de la tierra". Y tenía razón. La correspondencia filmada entre Erice y Kiarostami lo demuestra.
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