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Columna
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Monumentos vivos

La frase se hizo célebre, aunque pocos recuerden a su autor verdadero, un geógrafo y escritor berlinés fusilado por los nazis en 1945, cuando faltaban sólo unas semanas para que Adolf Hitler se quitara la vida en su búnker y acabara la II Guerra Mundial. Se llamaba Martin Niemoller y la suya (su frase famosa) fue toda una advertencia: "Primero vinieron los nazis y se llevaron a los judíos. Naturalmente yo no protesté porque yo no era judío. Después vinieron y se llevaron también a los comunistas. Yo tampoco protesté porque yo no era comunista. Luego vinieron y se llevaron a todos. Entonces sí protesté".

Me he acordado de Martin Niemoller viendo el gran monumento que desde ahora recordará a las víctimas del franquismo en el parque bilbaíno de Doña Casilda. Una gran escultura de Néstor Basterretxea y un poema imborrable de Blas de Otero: Nos llamarán a todos. Recuerdo a Paco Ibáñez cantando ese poema en el que Dios tampoco se salvaba; Dios terminaba en el barranco de Viznar igual que García Lorca, igual que Lauaxeta, igual que todos. "Aquí no se salva ni Dios. Lo asesinaron". Asesinaron, en el otro bando, al ingenuo y tronado Fernando de la Quadra, haciéndole pasar, antes del fin, por toda clase de burlas homófobas en un barco prisión convertido en infierno flotante. El gran Pedro Eguillor, una especie de Chesterton bilbaíno cuyo único delito era estar gordo y presidir tertulias en el Lyon D'Or, también fue asesinado. A todos, igual que en el poema, los llamaron, por turnos o por barrios, por colores o, desdichadamente, por mala potra o por casualidad.

Blas de Otero luchó (es un decir) en los dos bandos en la guerra incivil de la que se celebran (es otro decir) los primeros setenta años. Blas de Otero tenía un gran defecto: no podía mentir. Cuantos le conocieron certifican esta incapacidad biológica suya para el fingimiento. Por eso nunca dijo que en la guerra (de la que recordaba los horribles camiones y las banderas sucias) batallase en defensa de la libertad y de la democracia. Pero los monumentos suelen ser construcciones ideales, platonismo convertido en acero, bronce o mármol. Platonismo pesado. Y a lo mejor por eso el consejero de Vivienda del Gobierno vasco, Javier Madrazo, como sus compañeros de Gabinete, ha decidido que el monumento sirva para homenajear a quienes "lucharon en defensa de la libertad y de la democracia". Quienes lucharon por la democracia y por la libertad (ajena, que es lo bueno o lo malo, según se mire) en la Guerra de 1936-1939 que levanten la mano, el puño, el brazo o el muñón. Recuperamos la memoria histórica o nos volvemos todos amnésicos perdidos. Casos como el de Azaña, que en 1938 pide desde el Ayuntamiento de Barcelona, entonces sede del Gobierno central, nada menos que "paz, piedad y perdón", son habas contadas, excepciones que confirman la regla de un odio fraternal. Regresamos a Larra: "Aquí yace media España: murió de la otra media".

Lo malo de la guerra es que no terminó en abril de 1939. La posguerra sería interminable y despiadada. Las cifras sobrecogen: sólo en nuestro país 45.000 detenidos y encarcelados, 150.000 exiliados, incluyendo a los llamados niños de la guerra. No conviene olvidar estas cosas. Las guerras siempre tienen, por más que algunos crean otra cosa, vencedores y vencidos. ¿Servirá el monumento de Bilbao como reparación moral a los vencidos y a sus descendientes? Ojalá sea así. Demasiadas víctimas del franquismo, por desgracia, no podrán ser resarcidas nunca. El franquismo, tampoco hay que olvidarlo, no terminó el 20 de noviembre de 1975. Nada acaba cuando acaba, porque quizás sucede que, en el fondo, nada termina nunca. ¿No es ETA una metástasis franquista?

La mejor prueba es que el antifranquismo no termina, sino bien al contrario, con la muerte del viejo dictador. Hay un antifranquismo -básicamente comunista- contra Franco (que se paga con muerte o con cárcel) y hay un antifranquismo bullicioso, visible y ostentóreo contra el fantasma del general difunto. Aquellos antifranquistas ciertos (y yo conozco algunos) se merecen todos los monumentos de este mundo. Aunque seguramente no los necesitan. Ellos son silenciosos, discretos monumentos vivos a la fraternidad y a la decencia. A veces, como Vidal de Nicolás, escriben versos.

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