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Columna
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La responsabilidad remota

Telegrafío algunos sucesos acaecidos durante los últimos meses: 1) Grupo de vándalos destroza una discoteca ante el considerable retraso en el inicio de un concierto; los propietarios del local no culpan del incidente a los autores, sino al promotor del espectáculo. 2) Un instituto es escenario de agresiones con navaja entre estudiantes; la asociación de padres no culpa de la crisis al agresor o a sus tutores, sino al Departamento de Educación. 3) Dos niños mueren atropellados por una furgoneta; las asociaciones vecinales no culpan del hecho al conductor, sino a Diputación foral y Ayuntamiento.

Son ejemplos acabados de cómo funciona la responsabilidad remota, o abstracta, o de segundo grado, que aspira a liquidar la responsabilidad individual y con ella el concepto democrático de ciudadanía. En el ámbito privado se empieza a generalizar ese curioso desplazamiento de la culpa, aunque hay que reconocer que el fenómeno brilla con especial fulgor en el ámbito político. Así, de las embajadas e iglesias destrozadas en Oriente Medio no tienen culpa unas histéricas masas de incendiarios, sino el trato que Europa ha dado al Islam durante siglos. La supervivencia del régimen cubano no es imputable a Fidel, sino a la diplomacia estadounidense y su obstinación en prolongar el bloqueo. Incluso, entre nosotros, la responsabilidad remota suscita razonamientos miserables: todos hemos oído, en más de una ocasión, cómo alguien se saca de encima su indudable apoyo al terrorismo de ETA recordando que en África mueren de hambre cada día miles de personas.

La responsabilidad remota tiene una ventaja añadida; reviste a quien la practica de un halo seductor: sin duda lee prensa extranjera, cuenta con una amplia biblioteca y maneja información privilegiada. Nada de esto suele ser así, pero la presunción juega a su favor. Frente a quienes se quedan en la superficie de las cosas (aunque "la superficie" sea un asesinato, una ablación, una bomba lapa, un edificio en llamas, una multitud de vándalos) el defensor de la responsabilidad remota interpreta la realidad mediante creativas carambolas. A él no le engañan las apariencias: más allá del joven turco que asesina a un sacerdote están las cruzadas medievales y la batalla de Lepanto; más allá de la extorsión etarra nos esperan la abolición de los fueros vascos y el bombardeo de Gernika; más allá de los adolescentes que agreden a mendigos se encuentran la sociedad de consumo, el hedonismo y la programación televisiva. Los aficionados a la responsabilidad remota no imputan los delitos a sus autores, sino que hacen de la inculpación un arte impresionista (y a veces surreal). Por eso manejan causas difusas, causas ocultas, causas últimas, concausas: el desequilibrio en las relaciones internacionales, las fluctuaciones del precio del petróleo, la naturaleza eurocéntrica de la libertad de expresión. Para los partidarios de la responsabilidad remota no hay asesinos, estafadores o terroristas, sino desequilibrios planetarios, flujos y reflujos ideológicos, injustas relaciones comerciales y desencuentros culturales o religiosos. No conciben que la gente sea responsable de sus actos, pero sí que los destrozos deben imputarse a alguno de esos artefactos platónicos.

La responsabilidad remota rechaza identificar a los asesinos, pero explica los asesinatos por las injusticias del sistema. Se olvida de los secuestradores, pero considera que los secuestros responden a dominaciones seculares. Hordas de jóvenes incendian miles de coches en Francia pero la culpa es del Gobierno y del sistema educativo, del mismo modo que tras el genocidio en Ruanda poco se habló de genocidas, pero mucho de la extinta administración colonial.

Las realidades políticas, sociales y culturales son sin duda complejas y se configuran por efecto de un complicado concurso de variables. Pero no es de recibo aprovechar la naturaleza de la realidad, esencialmente compleja, para practicar el escapismo político, jurídico y moral. Cada vez que, a la vista de un crimen horrendo, oigo hablar de historia de las civilizaciones, economía internacional o insuficiencias del sistema educativo, me pregunto por qué tanto interés en olvidar al criminal.

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