Soy una disidente del islam
Estoy aquí para defender el derecho a ofender.
Creo firmemente que este vulnerable empeño llamado democracia no puede existir sin libertad de expresión, en especial en los medios de comunicación. Los periodistas no deben renunciar al deber de hablar libremente, un derecho que en otros hemisferios se le niega a la gente. Mi opinión es que el Jyllands-Posten hizo bien en publicar los dibujos de Mahoma y que otros periódicos europeos hicieron bien en reproducirlos.
Repasemos el caso. El autor de un libro para niños sobre el profeta Mahoma no podía encontrar ilustraciones para su texto. Dijo que los ilustradores se autocensuraban por miedo a reacciones violentas de los musulmanes, para quienes está prohibido representar al Profeta. El diario Jyllands-Posten decidió investigarlo. Pensaron -con razón- que ese tipo de autocensura tiene consecuencias importantes para la democracia. Como periodistas, su deber era solicitar y publicar los dibujos.
Debería darles vergüenza a esos políticos que afirmaron que publicar y reproducir los dibujos era "innecesario", "insensible" e "irrespetuoso"
Debería darles vergüenza a los periódicos y canales de televisión que no tuvieron el valor de mostrar a sus lectores las famosas caricaturas. Esos intelectuales que viven gracias a la libertad de expresión, pero aceptan la censura, esconden su mediocridad de espíritu detrás de palabras grandilocuentes como "responsabilidad" y "sensibilidad", pero son unos cobardes.
Debería darles vergüenza también a esos políticos que afirmaron que publicar y reproducir los dibujos era "innecesario", "insensible" e "irrespetuoso", que estaba "mal". Creo que el primer ministro de Dinamarca, Anders Fogh Rasmussen, actuó acertadamente cuando se negó a entrevistarse con representantes de los regímenes tiránicos que le pedían que reprimiera a la prensa. Deberíamos ofrecerle nuestro apoyo moral y material; es un ejemplo para todos los demás líderes europeos. Ojalá mi primer ministro tuviera las agallas de Rasmussen.
Debería darles vergüenza a esas empresas europeas que han puesto anuncios en los que proclaman "no somos daneses" o "no vendemos productos daneses". Eso es cobardía. Después de esto, el chocolate Nestlé nunca volverá a saber igual, ¿verdad? Los Estados miembros de la UE deberían compensar a las empresas danesas por el daño que les han supuesto los boicoteos. La libertad no es barata. Merece la pena pagar unos cuantos millones de euros por defender la libertad de expresión. Si nuestros Gobiernos no ayudan a nuestros amigos escandinavos, confío en que los ciudadanos organicen una campaña de donaciones para las empresas danesas.
Nos han inundado de opiniones sobre el mal gusto y la falta de tacto de los dibujos, han subrayado que éstos no han engendrado más que violencia y discordia. Muchos se han preguntado para qué han servido. Pues bien, su publicación ha servido para confirmar que existe un miedo generalizado entre los autores, cineastas, dibujantes y periodistas que desean describir, analizar o criticar los aspectos intolerantes del islam en toda Europa.
También ha desvelado la presencia en Europa de una minoría importante que no comprende o no acepta los mecanismos de la democracia liberal. Unas personas -muchas de ellas, con pasaporte europeo- que han propugnado la censura, los boicots, la violencia y unas leyes nuevas que prohíban la islamofobia.
Además, los dibujos han mostrado a la opinión pública que existen países dispuestos a infringir la inmunidad diplomática por motivos de conveniencia política. Gobiernos perversos como el de Arabia Saudí organizan movimientos populares para boicotear la leche y el yogur de Dinamarca, cuando, en realidad, aplastaría sin piedad cualquier movimiento popular que luchase para obtener el derecho al voto.
Hoy estoy aquí para defender el derecho a ofender dentro de los límites que marca la ley. Es posible que se pregunten: ¿Por qué Berlín? ¿Y por qué yo?
Berlín es un lugar importante en la historia de las luchas ideológicas sobre la libertad. Ésta es la ciudad en la que un muro mantenía a la gente dentro de los confines del Estado comunista. Fue la ciudad en la que se centró el combate de las ideas. Los defensores de la sociedad abierta hablaban a la gente sobre los defectos del comunismo. Pero la obra de Marx era objeto de discusión en las universidades, las páginas de opinión de los periódicos y las escuelas. Los disidentes huidos del Este podían escribir, hacer películas, dibujar y utilizar su creatividad para convencer a los ciudadanos de Occidente de que el comunismo no era, ni mucho menos, el paraíso en la Tierra. A pesar de la censura brutal en el Este y la autocensura de muchos occidentales que idealizaban y defendían el comunismo, la batalla acabó por ganarse.
Hoy, el reto al que se enfrenta la sociedad libre es el islamismo, una doctrina atribuida a un hombre que se llamaba Mahoma Abdulá, que vivió en el siglo VII y a quien se considera un profeta. Muchos de sus seguidores son personas pacíficas; no todos los musulmanes son unos fanáticos, y quiero dejar muy claro que tienen perfecto derecho a ser fieles a sus creencias. Sin embargo, dentro del islam, existe un movimiento intransigente que rechaza las libertades democráticas y pretende destruirlas. Estos islamistas tratan de convencer a otros musulmanes de que su forma de vida es la mejor. Pero, cuando quienes se oponen al islamismo intentan denunciar las falacias ocultas en las enseñanzas de Mahoma, entonces se les acusa de ser blasfemos, socialmente irresponsables e incluso islamófobos o racistas.
No se trata de raza, color ni tradiciones. Se trata de un conflicto de ideas que trasciende las razas y las fronteras.
¿Por qué yo? Yo soy una disidente, como aquellos habitantes de la parte oriental de esta ciudad que huían a Occidente. Yo también he huido a Occidente. Nací en Somalia y crecí en Arabia Saudí y Kenia. Seguí con fidelidad las normas dictadas por el profeta Mahoma. Como los miles de personas que se han manifestado contra los dibujos daneses, pensaba que Mahoma era perfecto, la única fuente del bien, el único criterio para distinguir entre el bien y el mal. En 1989, cuando Jomeini ordenó que mataran a Salman Rushdie, pensé que tenía razón. Ahora no.
Creo que el profeta se equivocó al situarse a sí mismo y sus ideas por encima de las críticas.
Creo que el profeta Mahoma se equivocó al dictar que las mujeres estuvieran subordinadas a los hombres.
Creo que el profeta Mahoma se equivocó al decretar que se asesinara a los homosexuales.
Creo que el profeta Mahoma se equivocó al decir que había que matar a los apóstatas.
Se equivocó al decir que a las adúlteras había que azotarlas y lapidarlas y a los ladrones había que cortarles las manos.
Se equivocó al decir que quienes mueren en nombre de Alá serán recompensados con el paraíso.
Se equivocó al afirmar que sólo se podía construir una sociedad justa basándose en sus ideas.
El profeta Mahoma hizo y dijo cosas buenas. Animó a ser caritativos con los demás. Pero pienso que también fue irrespetuoso e insensible hacia quienes no estaban de acuerdo con él. En mi opinión, está bien hacer dibujos y películas que critiquen a Mahoma, y es necesario escribir libros sobre él, para educar a los ciudadanos.
No deseo ofender ningún sentimiento religioso, pero no estoy dispuesta a someterme a la tiranía. Exigir que unas personas que no aceptan las enseñanzas de Mahoma se abstengan de hacer dibujos de él no es reclamar respeto, sino sumisión.
No soy la única disidente que existe en el islam. Hay más como yo en Occidente. Si no tienen guardaespaldas, viven con identidades falsas para protegerse. Y también hay otros que se niegan a conformarse: en Teherán, en Doha y en Riad, en Ammán y El Cairo, en Jartum y Mogadiscio, en Lahore y Kabul.
Los disidentes del islamismo, como los del comunismo, no tenemos bombas nucleares ni armas de ningún otro tipo. No contamos con dinero del petróleo como los saudíes. No quemamos embajadas ni banderas. Nos negamos a dejarnos arrastrar por un frenesí de violencia colectiva. Somos demasiado pocos y estamos demasiado dispersos para ser un colectivo. En Occidente, nuestra presencia electoral es prácticamente nula.
Lo único que tenemos son nuestras ideas; y lo único que pedimos es la oportunidad de expresarlas.
Nuestros oponentes emplean la fuerza para callarnos. Utilizan la manipulación; aseguran que se sienten mortalmente ofendidos. Explican que tenemos un desequilibrio mental y que no se nos puede tomar en serio. Los defensores del comunismo también empleaban esos métodos.
Nuestra lucha puede parecer difícil y confusa, pero soy optimista. Berlín es una ciudad que anima al optimismo. El comunismo fracasó. El muro se derribó. Un día, el muro virtual que separa a los amantes de la libertad de quienes sucumben a la seducción y la seguridad de las ideas totalitarias también caerá.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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