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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Menos humos

El consejero madrileño de Sanidad lleva unas semanas hurgando en la fontanería legal de la ley antitabaco en busca de una fuga que le permita devolver a sus administrados la castiza costumbre de fumar en su lugar de trabajo. Dejando aparte lo grotesca que resulta esa actitud en el administrador de unos presupuestos públicos diezmados por la insuficiencia cardiaca, el infarto, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, el cáncer de pulmón y otras graves dolencias relacionadas con el tabaco, lo cierto es que iniciativas autonómicas de este tipo, sumadas al escaso entusiasmo de bares y restaurantes por colgar el cartel de no fumar en la puerta, y multiplicadas por la espeluznante carrera pendiente abajo de los precios de las cajetillas, parecen a punto de validar el viejo aforismo -hecha la ley, hecha la trampa- a poco más de un mes de su entrada en vigor.

Una ley que no puede cumplir sus fines no es una buena ley. ¿Es éste el caso de la norma promovida por Elena Salgado? La ley tiene dos grandes objetivos. El primero es evitar que los jóvenes se enganchen al hábito. Está siendo dinamitado por las marcas baratas, que han multiplicado sus ventas precisamente entre los consumidores más cortos de edad y de presupuestos. Y el segundo es impedir que los fumadores perjudiquen a quienes no lo son. Eso es difícil si ambos siguen respirando el mismo aire en casi cualquier bar o restaurante. Lo será más aún si el humo ya extraído de los centros de trabajo logra reintroducirse por cualquier fisura.

Pese a todo lo anterior, la mejor solución que puede adoptar la ministra de Sanidad es no hacer nada: ni endurecer la ley, como ha insinuado, ni suavizarla, como piden otros. Las iniciativas legales duras que puede tomar Sanidad -como otorgar incentivos a los bares que cuelguen el cartel- son poco relevantes en comparación con medidas como la aplicación a las cajetillas baratas de un impuesto creado para ellas por una directiva comunitaria de 2002, cosa que hubiera abortado hace más de un año la actual guerra de precios. Subir el precio del tabaco es la medida más eficaz para reducir el consumo, según los estudios epidemiológicos solventes. Economía ha actuado tarde pero bien: el viernes subió los impuestos del tabaco por tercera vez en seis meses. Menos jóvenes se engancharán, y en unos años serán ellos -no la ministra- quienes incentiven a los bares a que cuelguen el cartel, y quienes demanden en general espacios sin humos.

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