La renuncia
Ante la noticia de la aceptación, por el Papa Benedicto XVI, de la renuncia de Peter Hans Kolvenvach, superior general de los jesuitas y un año más joven que el Papa, se ha producido una cierta confusión interpretativa. No sólo por la importancia de la orden que agrupa a 19.850 jesuitas en todo el mundo, sino por su influencia en el mundo de la formación, con más de 200 universidades, 445 escuelas superiores, 3.450 instituciones educativas y 2.440.000 alumnos actuales esparcidos por los cinco continentes, y en particular por su labor en tradicionales tareas evangélicas, con una indudable influencia social, a través de miles de fundaciones y antiguos alumnos.
Es la primera vez que tal hecho se produce en 500 años de existencia de la Compañía, pues las Constituciones redactadas por Ignacio de Loyola no lo preveían, aún cuando me recuerda el jesuita Xavier Quinzá la interpretación de la norma no como ad vitam, sino ad vitalitatem. Pedro Arrupe, anterior general, la presentó en 1980 ante Juan Pablo II, basándose en la autorización de la Congregación General XXXI, no siéndole aceptada por el Papa, que se resistió a que los jesuitas convocaran la correspondiente congregación que debía elegir al nuevo general e interrumpiendo más tarde, ante la enfermedad de Pedro Arrupe, el proceso normal de su sustitución con el nombramiento de un delegado papal, hasta que el 13 de septiembre de 1983 sería elegido Kolvenvach en fino equilibrio entre la continuidad de Arrupe y la armonía con la Santa Sede.
Hoy 23 años más tarde parece que las dudas subsisten y que la refundación de la Compañía iniciada por Arrupe, avalada por el Concilio Vaticano II y sostenida por Kolvenvach, no ha sido suficiente para despejar los temores que se extienden desde su fundación, cuando Ignacio de Loyola afirmaba: "No sé si seremos crucificados en Roma, pero sí sé que Jesús nos será propicio". Y ello se produce tras las reuniones celebradas entre el 26 de noviembre y 13 de diciembre del pasado año, precisamente en Loyola, en las que todos los superiores mayores acordaron la convocatoria de la XXXV Congregación General con el fin de reflexionar sobre cómo continuar siendo ellos mismos lo que deben ser a mayor Dios gloria (A.M.D.G.), pero también como mayor gloria de los hombres.
En la Congregación General convocada en Roma para enero de 2008, cuando Kolvenvach alcanzará los 80 años, edad con la que los cardenales dejan de participar en la elección de nuevo Papa y en la que puede realizarse su sustitución tras 25 años de superior general, está previsto se aborden cuatro grandes temas, planteados en Loyola: el gobierno de la Compañía; la labor evangelizadora, prioritaria en África, China, trabajo intelectual, refugiados y emigrantes; la formación de los jóvenes jesuitas intentando responder al proceso de globalización; y la colaboración de los laicos. La preparación de la Congregación se produce este año en lo que se considera un año jubilar. Efectivamente es el año del 500 aniversario del nacimiento del primer misionero jesuita Francisco Xavier, también de Pedro Fabro, y del 450 aniversario de la muerte del fundador de la orden, Ignacio de Loyola.
¿Qué queda pues en los actuales tiempos de las enseñanzas de aquellos sus fundadores? Nos han cambiado la Compañía o continúa siendo la misma que cuando Arrupe pensó en los campos de refugiados y mandó a los suyos a servir a los más pobres, los que no tienen casa, ni patria, ni un papel que certifique su nombre y apellido, afirma el también jesuita Ignacio Iglesias. ¿Qué tienen en común sus antiguos alumnos repartidos por todo el mundo, para que puedan ser identificados con los actuales jesuitas?
Pedro Arrupe dio la respuesta ante la incomprensión de muchos de quienes le escuchaban, pronunciando en Valencia el famoso discurso del Congreso Europeo de 1973, al afirmar que si los jesuitas querían ser fieles a sí mismos, y si no querían cambiar y traicionar el rasgo más profundo de su espíritu, paradójicamente, debían cambiar sus concepciones de épocas pasadas, pues en contraste con otras órdenes religiosas fijadas en lo esencial al espíritu de la época, los jesuitas habían sabido cambiar con los tiempos situándose en la dirección de la historia. Hoy Kolvenvach, con su renuncia personal, impulsa la fórmula que lleva en sí misma los cambios necesarios para poder reconocer la Compañía de siempre.
Alejandro Mañes es licenciado en Ciencias Económicas y Derecho.
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