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Reportaje:EL ÚLTIMO TABÚ

La batalla también se libra en Turquía

Esto no es una historia sobre las caricaturas, pero enfrenta también a la libertad de expresión con las minorías y la religión: en Turquía, país musulmán que ha iniciado las negociaciones para incorporarse a la Unión Europea, una quincena de intelectuales afrontan el peligro de ir a la cárcel por "insultos a la identidad turca". En la mayoría de casos, simplemente, se atrevieron a romper el tabú que aún rodea todo lo relacionado con la matanza de armenios -cristianos- durante la I Guerra Mundial a manos del Imperio Otomano.

Erguida sobre una islita en el lago de Van, al este de Turquía, rodeada de montañas nevadas, la iglesia de Aghtamar es quizá la mayor joya armenia en el país. Tras décadas de abandono, el templo, del siglo X, está siendo restaurado, todo un símbolo de que el tabú empieza a resquebrajarse.La restauración es uno de los pasos emprendidos por el Gobierno del islamista moderado Recep Tayyip Erdogan para dejar claro que Turquía respeta a las minorías y que está lista para adherirse al club.

El asunto armenio está detrás de muchas de las causas judiciales. El artículo 301 del Código Penal castiga con cárcel los "insultos a la identidad nacional"

Los treintañeros Ragip y Nurulla se han instalado en la islita a sueldo del Estado, con la misión de evitar que los exaltados nacionalistas repitan los asaltos de antaño. Simultáneamente, Orhan Pamuk, uno de los más respetados escritores turcos, recibía una citación judicial y se exponía a tres años de cárcel. El delito, afirmar en un periódico suizo que "30.000 kurdos y un millón de armenios fueron asesinados y nadie se atreve a hablar de ello".

Turquía ha encontrado la fórmula técnica para archivar el caso sin entrar en el fondo. Pero el artículo 301 del Código Penal aprobado el pasado junio, que castiga con cárcel los "insultos a la identidad nacional", persiste y amenaza todavía a una quincena de intelectuales, pese a las protestas de la Unión Europea. Ante la vaguedad de la definición, son los tribunales los que deciden qué se considera insulto y cuáles son los límites de la libertad de expresión.

"Estamos acostumbrados a estas cosas; lo sorprendente es que ahora se hacen basadas en una nueva ley que en teoría nos acercaba a Europa", explica Murat Belge, editor de Pamuk. "Aquí la ley no sirve para defender los derechos humanos, sino para castigar a los que se consideran enemigos".

También sobre Belge pende el artículo 301. El martes acudió junto a otros cuatro colegas ante el juez por criticar un auto que ponía pegas a una conferencia universitaria sobre el asunto armenio. Fue abucheado, al igual que Pamuk hace unos meses, y la vista se ha aplazado hasta abril.

La historia se remonta a 1915. En plena I Guerra Mundial y con el Imperio Otomano en descomposición, un grupo de oficiales quiso cortar de raíz la colaboración de los armenios, en su mayoría cristianos que vivían al este de Anatolia, con Rusia. A lo largo de ocho años, 1,5 millones de armenios fueron obligados a marcharse. Muchos murieron, ya sea asesinados o durante un desplazamiento tan sistemático y brutal que algunos historiadores internacionales califican de genocidio. Según Armenia, cuya frontera con Turquía sigue cerrada, las víctimas superaron el millón de personas.

En Turquía, el debate lo cerró por decreto la creación misma del Estado kemalista, en 1923, sobre las cenizas del enfermo de Europa. "Los armenios apoyaron a los rusos y atentaron contra civiles turcos; como reacción se devolvió el ataque y hubo miles de víctimas en ambos lados. Para prevenir una guerra civil y de religión se desplazó a los armenios hacia otro lugar", resalta Idris Bal, director del Centro de Investigaciones Globales de Ankara, próximo a la oficina del primer ministro.

El epicentro de la masacre

En los museos de todo el país se repite la versión canónica redactada desde Ankara. En Van, a 60 kilómetros de la iglesia de Aghtamar, el museo municipal está en obras, pero el libro oficial insiste en la "traición" armenia y la muerte de turcos. Hoy apenas quedan armenios en esta ciudad de 450.000 habitantes, que en 1915 fue el epicentro de la masacre.

Víctor Bedoian, de 52 años, es de los pocos ciudadanos de origen armenio en Van. Nacido en EE UU, nieto de supervivientes huidos de la ciudad, decidió hace cinco años instalarse en Van y abrir un hotel creyéndose libre del pasado. "No hubo problemas hasta que compré el terreno", cuenta. A partir de aquel momento se vio inmerso en una carrera de obstáculos: amenazas a los clientes, visitas de agentes secretos, advertencias de matones -"no queremos armenios"-, denuncias de la prensa teledirigida sobre "un compló armenio para recuperar Van". Finalmente, expropiación del hotel.

Pese a todo, Bedoian y su esposa, Kristy, siguen en la ciudad, al menos mientras pelean en los tribunales europeos para recuperar el millón de dólares invertido. "Regresé como empresario estadounidense; ¡ellos me han convertido en armenio!", se queja. Junto a su esposa, forma parte del exiguo círculo cristiano de la ciudad, que cifra en 30 personas. Ni se plantean abrir un templo. "¡Ya vi lo que pasó cuando traté de abrir un simple hotel!", exclama.

Los políticos sostienen sin fisuras que el asunto armenio está cerrado, aunque sólo la ultraderecha exige cárcel para los "revisionistas". El ministro de Justicia, Cemil Cicek, que encontró la argucia técnica para archivar el caso Pamuk, había pedido antes que se disculpara. Y Mehmet Agar, presidente del Partido de la Recta Vía, muestra su "total desacuerdo" con declaraciones que "no coinciden con la realidad histórica". Defiende, eso sí, el "derecho a la libre expresión". "Hay que caminar [hacia una mayor democratiza-ción] siguiendo la iniciativa del pueblo y no por presiones extranjeras", subraya.

El asunto provoca aún tanto resquemor que ni siquiera en el cosmopolita barrio de Estambul donde Pamuk tiene su estudio encuentran complicidades las tesis del escritor. "No es correcto hablar mal de tu país", afirma el camarero del Café Susam. Müge Sentürk, ejecutiva de 30 años, añade: "Los vecinos lo hemos apartado de nuestros corazones; nos apena que ataque a Turquía".

En Turquía viven unos 60.000 ciudadanos de origen armenio y la mayoría se concentra en Estambul. En el barrio de Kum Kapi quedan varias escuelas -en la fachada de la de Bezciyan, de 1830, sobresale una frase esculpida de Atatürk: "¡Qué feliz es una persona que se siente turca!"- e iglesias. En la de Santa María, una mujer que vende velas frunce el ceño cuando se le pregunta por 1915. "Aquí no tenemos problemas y cada vez que estos intelectuales quieren remover el pasado la gente empieza a mirarnos mal", afirma.

Su opinión y la de otros feligreses coincide con la del patriarca armenio de Estambul, Mesrob II, que ha mostrado su enojo ante la insistencia, entre otros, de Hrant Dink, de 52 años. Dink dirige el único semanario armenio del país, Agos, con una tirada de 6.000 ejemplares, y es también víctima del artículo 301. Debe afrontar tres casos judiciales. Uno de sus pecados fue declarar: "No soy turco; soy armenio de Turquía".

Pese a los problemas y a las "discriminaciones" de que dice ser objeto, Dink es optimista: "Aún no hay libertad total, pero el tabú se está resquebrajando", asegura en su despacho de Agos, que por la profusión de objetos armenios parece un museo en miniatura. "Hay progreso gracias a las negociaciones con la UE", recalca.

La UE es la gran esperanza de los demócratas en un país en que el Ejército ha dado tres golpes de Estado en los últimos 50 años en nombre de las esencias kemalistas. Paradójicamente, los mismos que sueñan con la UE son los que piden más cautela para que los intentos de los extremistas turcos de dinamitar las negociaciones no acaben triunfando. "Los europeos que ponen trabas a Turquía son los mejores aliados de los fascistas turcos", sostiene Murat Belge.

El tabú armenio empieza a agrietarse, pero el país afronta aún la misma encrucijada que se expresa en Van, donde la restauración de la iglesia de Aghtamar contrasta con la antigua ciudad devastada en 1915. La de nuevo cuño, levantada ya sin armenios a cuatro kilómetros de la antigua, se resiste aún a remover los cimientos de su pasado cubiertos por la nieve.

Murat Belge (derecha), editor en Turquía del escritor Orhan Pamuk, a su llegada al juzgado el pasado martes en Estambul.
Murat Belge (derecha), editor en Turquía del escritor Orhan Pamuk, a su llegada al juzgado el pasado martes en Estambul.REUTERS

Dolidos por las viñetas

NI SIQUIERA TURQUÍA, uno de los Estados más laicos del mundo, ha quedado a salvo de las airadas respuestas por la publicación de las caricaturas de Mahoma. La asociación de comerciantes turcos impulsa el boicot de los productos daneses, manifestantes indignados han quemado símbolos daneses y franceses en las calles de Ankara y Estambul, y en Trabzon, al norte, se vivió uno de los episodios más dramáticos de la crisis: el párroco italiano Andrea Santoro, de 61 años, falleció en su iglesia por los disparos de un adolescente de 16 años que antes de apretar el gatillo gritó: "¡Alá es grande!".

La Iglesia católica considera a Santoro el último mártir del cristianismo. Y aunque la tensión del momento contribuyó probablemente a su muerte, se trata de un hecho aislado en el que el fanatismo parece desempeñar un papel secundario. Tras las primeras investigaciones, las autoridades subrayan que el asesinato no tiene conexión directa con la agitación por las viñetas.

El chico, A. G., ha sido detenido, y su abogado niega que estuviera vinculado a un grupo radical. El padre apuntó otra causa: "Mi hijo no tenía ningún contacto con sectas religiosas; estaba en tratamiento psicológico".

El Gobierno turco, dirigido por los islamistas moderados, ha condenado todo desmán violento en un país de 72 millones de habitantes en el que los musulmanes son el 99,9% de la población. La minoría cristiana no llega a las 70.000 personas, la mayor parte ortodoxos de origen armenio. El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, ha firmado, junto al jefe del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, un artículo llamando a la calma e insistiendo en la Alianza de Civilizaciones. El Ejecutivo turco ha subrayado al mismo tiempo su malestar por la publicación de las viñetas e insiste en que la libertad de expresión debe tener límites: "La libertad de la prensa debe existir, pero los valores de los pueblos deben respetarse", afirmó el ministro de Exteriores, Abdulá Gül.

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