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Reportaje:

La ONU teme fracasar en Haití

El jefe de la Misión de Naciones Unidas espera que las elecciones den paso a la estabilización política del país caribeño

"Aparentemente, el miedo se ha evaporado como la niebla, pero en Haití la crisis tiene raíces muy profundas". Así describe la situación en el país caribeño el chileno Juan Gabriel Valdés, encargado en nombre de la ONU de llevar a buen puerto la transición haitiana. Mañana tendrá una prueba de fuego con las elecciones presidenciales y legislativas, que fueron aplazadas en cuatro ocasiones por falta de condiciones. Valdés asegura que "la gente se ha inscrito en masa" y dice que es prácticamente imposible que haya fraude.

A punto de concluir su mandato, este político de 58 años hace balance, ante un grupo de corresponsales españoles, de 20 meses al frente de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah). La violencia ha disminuido considerablemente en los últimos días en Haití, por motivos no del todo explicables, pero nadie pondría la mano en el fuego por una jornada electoral exenta de incidentes. Se respira una sensación de victoria del candidato y ex presidente René Préval, que despierta la ilusión de los pobres y la desconfianza de los ricos. Según Valdés, "las élites sienten que están ante la última oportunidad". Puede que también la ONU afronte esta semana un examen decisivo.

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"Si la Misión fracasa, el Consejo de Seguridad tendría que entregar a un mando exterior la conducción del país. Haití se encaminaría hacia un protectorado, lo que probablemente generaría resistencia armada". Éste sería el peor escenario, en opinión de Valdés, que defiende la permanencia de la Minustah un mínimo de dos o tres años hasta estabilizar políticamente Haití, crear una policía eficaz (los 5.000 agentes actuales tienen que llegar a 20.000) y poner en pie un poder judicial colapsado. La asignatura pendiente es el desarme de los grupos irregulares, a pesar de ser la prioridad del mandato de la Minustah, aprobada por el Consejo de Seguridad en abril de 2004. Valdés, reconoce que hay todavía muchas armas fuera de control.

Pese a este agujero negro, el diplomático chileno hace un balance positivo de la Misión de la ONU tras el derrocamiento del presidente Jean-Bertrand Aristide, que escapó de Haití en medio de una revuelta popular el 29 de febrero de 2004 en un avión militar estadounidense. "El país estaba al borde de la división física, había grupos armados por todas partes", recuerda Valdés. "En Puerto Príncipe había 12 zonas donde no entraba la policía. Hoy sólo queda Cité-Soleil, donde se han refugiado muchos de los jefes de las bandas armadas de otros barrios. Lograremos en Cité-Soleil lo mismo que hemos conseguido en otros barrios". Para ello, la ONU cuenta con 7.400 soldados (200 españoles) y 2.000 policías de diversos países, más los 5.000 agentes de la embrionaria Policía haitiana.

Valdés subraya la importancia de la reorganización de los cuerpos de seguridad de Haití, sin Ejército desde su disolución por Aristide, y destaca el papel del jefe de la Policía, Mario Andresol, comisario en el régimen anterior hasta que huyó del país para instalarse en Brooklyn. Desde su regreso ha protagonizado algunos golpes de amplia repercusión, como la detención, en diciembre, de dos altos mandos policiales y de una veintena de agentes acusados de corrupción y participación en secuestros.

Tras la caída de Aristide, la comunidad internacional aprobó una ayuda al país caribeño por 1.500 millones de dólares, que en realidad quedó reducida a 1.240 millones. De éstos, teóricamente han llegado a su destino 400 millones de dólares. "Yo no los he visto", dice Juan Gabriel Valdés, que se queja amargamente de la lentitud en el desembolso de los fondos internacionales. La tardanza en la financiación de proyectos de desarrollo se convierte en un problema político al provocar la desesperanza de la población.

Con ayuda se pueden obtener resultados, insiste el jefe de la Minustah. Bel-Air es un buen ejemplo. Hace un año la inseguridad era un obstáculo para todo forastero con ganas de visitar este antiguo barrio acomodado de la capital. La paz ha vuelto con los cascos azules brasileños, pero sus moradores siguen sin empleo, sin agua potable y sin escuelas. "Hemos expulsado a los bandidos, pero las condiciones de vida no han mejorado", se lamenta Valdés. "Aristide construyó un sistema corrupto con los líderes locales, basado en el tráfico de armas, droga y distribución de alimentos. Cayó el presidente y, ante la ausencia del Estado, los bandidos aumentaron su poder. Hay que construir redes sociales que lleguen a la gente".

Juan Gabriel Valdés (centro), en Puerto Príncipe.
Juan Gabriel Valdés (centro), en Puerto Príncipe.EFE

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