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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Rajoy y la pregunta del millón

Allá que va el pepé montando bronca a cuenta de un todavía inconcluso Estatuto de Cataluña pidiendo firmitas a los vecinos para una pregunta que en realidad son tres y que sólo un insensato respondería sin más

Opiniones

Todas las opiniones son respetables, pero ello no nos obliga a respetarlas todas. Cuando a Rajoy le da por preguntar por ahí lo que el vecindario considera conveniente para España, se olvida de que los resultados electorales son la madre de todas las preguntas y el padre de todas las respuestas. Todos tenemos derecho a opinar, faltaría más, pero no sólo a una de esas preguntas insidiosas que contiene ya su propia respuesta. Puestos a preguntar con tino, Rajoy podría también someter a una errática consulta de esa clase si el personal cree que Aznar metió la pata al enfangarnos en la guerra de Irak, si invitaría usted a Acebes y Zaplana a tomar café sin asegurarse antes de que no peligran los cubiertos, o si cree que don Mariano tiene la exclusiva en los malévolos desvaríos que atribuye a Zapatero. Preguntar no es ofender, pero a veces es ridículo. Como esa mujer de Cádiz, que afirmó ante las cámaras que firmaba contra Cataluña.

La guerra del tabaco

La compañía Philip Morris reduce el precio de venta de sus productos, y un grupo de estanqueros solicita del Gobierno que garantice la estabilidad de sus ingresos, que viene a ser como si se derrumba el precio de las coles y los tenderos corren a reclamar subvenciones. Debe ser el efecto mariposa, porque ya me explicarán qué culpa tenemos todos, que somos los que financiaríamos las presuntas pérdidas de los expendedores de tabaco, de las consecuencias de la guerra entre tabacaleras. Y todo en un contexto en el que casi todo el mundo que lo hace desea dejar de fumar, perspectiva que, de pasada, dista de ser halagüeña para las expendedurías. No se puede acatar sin rechistar la subida del recio Ducados y protestar por la bajada de otras labores, como no se puede desear acaso en secreto el fracaso del Plan Antitabaco a la vez que se reclama ayuda urgente de la Administración. Y menos ahora que Artur Mas se ha chivado de que Rodríguez Zapatero es fumador.

Europa, Europa

Como era de esperar, al rebufo del año Mozart se han reunido en Salzburgo tres centenares de personalidades europeas para discutir qué diablos es eso de Europa, asunto que parece todavía poco claro y que se presta a toda clase de trivialidades. Juzguen, si no, la aportación del exquisito Dominique de Villepin: "Europa atraviesa tiempos de crisis"; "Europa siempre ha hecho de las crisis una plataforma para dar un salto adelante"; "El no concluir algo es una de las principales características de Europa". No parece muy estimulante. Sobre todo cuando añade, aturdido por la música de fondo: "Schubert no concluyó su octava sinfonía, Mozart murió sin escribir las últimas notas de su Réquiem, Bach cerró los ojos sobre las últimas notas de una fuga inconclusa". Que nadie se alarme, ya que "no terminar no significa fracasar, es una llamada a las generaciones siguientes a continuar la obra y a superarla". Y a continuación, resuelto a convertir el azar en destino, se postula como nueva generación, no se sabe si en calidad de Schubert, de Mozart o de Bach. O de los tres a la vez.

Y tan contentos

En la tediosa, interminable gala de los Goya se dejó ver una vez más la pertinaz endogamia y la insufrible autocomplacencia de nuestros artistas de la escena o de la pantalla, en un acto de reafirmación profesional al que los invitados asisten más contentos que unos críos con zapatos nuevos y donde no están mal vistas las efusiones dignas de patio de colegio. Aunque justo es decir que aquello, más que la noche grande del cine español, parecía celebrar el día de la familia, tan socorrido fue el recordatorio de los galardonados a sus padres, madres, tíos abuelos y demás parentela, en una ingente demostración de cariño que consumió más o menos la mitad de las dos horas y media de la entrega. Y todos tan contentos como en una fiesta de cumpleaños de primaria.

Ordalía del aniversario

Resulta inevitable que la sociedad y sus representantes institucionales celebren los aniversarios de ciertas personas que devinieron en personalidades, como homenaje, autohomenaje emboscado o simple reconocimiento a quienes nos precedieron. También es inevitable que tales celebraciones banalicen en más de un sentido la obra que así conmemoran, pero nada pueden contra la sustancia misma de tales obras, ya que nada del valor que se les atribuye por una mayor difusión sobrevenida. Así las cosas, y más allá de la tabarra propia de tales parafernalias, llama la atención la actitud de algunos que se la montan de elitistas y que lamentan la nueva resonancia del músico o escritor de sus amores, como si el autor conmemorado fuera responsable de los actos que en su memoria se convocan.

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