_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Insultos

Se contaba esta semana en un restaurante que, en un pueblo de Granada, se jubilaba un magistrado y sus compañeros asistieron a su último juicio. Se conocía de un pequeño delito. El magistrado cuando concluyó la vista dictó sentencia in voce y condenó, se supone que como gracia, al modesto chorizo a más de 50 años de prisión. Sus compañeros, enfervorizados por aquel acto de despedida se levantaron y en pie se pusieron a aplaudir. El pobre acusado, atónito, olvidó su condena, y se unió a los aplausos como uno más.

Pues, bien, esta semana y también en un pueblo de Granada, hemos tenido una de estas gracias. En esta ocasión, además, no es un chascarrillo, siempre bienvenido en este tipo de reuniones. Ha sido real. Ha sido en un pleno del Ayuntamiento de Almuñécar. El alcalde ha dicho de una de las ediles del Ayuntamiento que "determinadas carreras políticas de personas provenientes del transfuguismo sólo se entienden por las relaciones íntimas entre su secretario personal y la afectada". Y, claro, cuando se conocen estos comportamientos, lo menos que se espera es que este representante municipal rectifique, pida disculpas y se vaya.

El insulto no puede ser el instrumento de debate ni dentro ni fuera de la Corporación. Menos, aún, cuando se actúa sobre el honor y la intimidad de las personas. Sin embargo, está visto que no es así. El alcalde se queda y abandona el PA porque -dice- que no le protege. Son decisiones cada vez más frecuentes y que enseñan las vergüenzas de quiénes una vez instalados en el poder se identifican con el mismo hasta el punto que desprecian lo que representan como alcalde y como miembro de un partido. Lo peor de todo es que estos personajes cada vez tienen más apoyos. Sucede, como esos compañeros del chascarrillo, que aplauden a la persona. No censuran ni rechazan sus actos, sino que, como vulgares cómplices, ayudan a su sostenimiento. Menos mal que, en esta ocasión, la ofendida, a diferencia de aquel acusado, no se ha unido a la fiesta. Ha decidido actuar frente a la ofensas con los instrumentos que le concede el Estado de Derecho y no con los gruñidos groseros de para quiénes el futuro de una sociedad es sólo su presente.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_