Qué es esto
No sé lo que me pasa, pero tengo la sensación de haberme quedado vacío de realidad. Si les soy sincero, tampoco me importa demasiado, porque he llegado a la conclusión de que la realidad nunca me ha gustado mucho. Es posible que ésta última sea una de esas conclusiones a posteriori, una de esas reflexiones para las que es preciso disponer de una atalaya: una roca sobre el mar desde la que poder hacer libre uso del desdén. Y eso es algo de lo que no se dispone cuando uno está lleno de realidad. Fíjense, vacío de realidad, lleno de realidad, como si ésta estuviera dentro de nosotros y no afuera, y como si una vez que nos desocupara dejara de existir. De repente, nos interpela un exterior, y al responderle nos sabemos instalados en la distancia. ¿Cómo actuar con eso que nos ha quedado fuera? Bien, pienso que sólo la imaginación puede conseguir que todo eso que de repente es tan exterior llegue a ocuparnos, que volvamos a estar otra vez llenos de realidad.
Hay épocas más propicias que otras para la imaginación. No sé cómo explicarles, pero no se está lleno de realidad siempre de la misma forma. No se está lleno de ella de igual manera cuando nos interpela y acudimos a ella para absorberla que cuando, tras habernos invadido, nos hace hablar como ventrílocuos de sí misma. Hablemos de grados de dramatismo en esas formas de ocupación. Y los paisajes no son los mismos cuando el drama nos convierte en parte de ellos, en dramatis personae o árboles de la sangre, que cuando el drama se retira y quedamos en suspensión ante una luz extraña. En esta segunda situación, podemos quedar anonadados, ése es el riesgo que corremos. O, imantados por el poder del drama, podemos ansiar su regreso, su omnipotente realidad que se habla en nosotros y por nosotros. Pienso que ése es otro de los riesgos que corremos y que nuestra reacción más noble ante lo que, desocupados, nos interpela es la de hacerlo nuestro a través de la imaginación.
Hemos vivido ocupados por la realidad, llenos de ella hasta convertirnos en aspavientos de su poderío. Ésa es la voz de la tragedia, y uno termina arrancándose los ojos. Lo que existe nos desborda en el interior hacia un afuera sin retorno. ¿Podemos afirmar que eso ha pasado ya, que este vacío de realidad que nos desocupa es sólo un tiempo de espera, un momento de desperece que se toma la imaginación, o todo esto no es sino fruto del desaliento? La tragedia sigue viva, me asegurarán algunos, y basta con abrir los ojos para comprobarlo. La tragedia, sin embargo, no requiere de ojos, no al menos para ser vista. Es ella la que mira en nuestros ojos, se la vive, más que se la observa, y es nuestro propio ánimo el que nos da constancia de su apaciguamiento, de que se halla en retirada. Lo digo sin ánimo de ser injusto, sin querer olvidar sus rescoldos, sin ignorar los peligros del abandono, de dejar a un lado a quienes tal vez jamás puedan desprenderse de ella. Lo digo sin ignorar esa gran pregunta en que se convirtió la pasada semana el pueblo de Azkoitia: ¿de dónde brota tanta inhumanidad en gente habitualmente sensible? Ante esta pregunta aún no cabe apelar a la imaginación, sino quizá a la piedad, pues en ella todavía habla la tragedia.
No obstante, sí que es preciso estar ciego para no percibir que algo bulle ya fuera de nosotros, en el afuera, y que eso nos reclama de una forma nueva. Miren, yo escucho a ratos, y a saltos, emisoras de radio que me transmiten mensajes apocalípticos. No es sólo que no me los crea; es que tampoco me puedo creer a quienes los enuncian. España, hoy, no es un motivo de tragedia. Tampoco lo es Cataluña. Salvo que, ansiosos de una realidad brutal, de ésa que nos ocupa sin que la reclamemos, de ésa que hemos vivido aquí -sobre todo aquí-, acabemos por imponer el espanto. No podemos resignarnos al estupor ante lo que se nos revela y nos reclama la mirada. Tampoco podemos anclarnos en la intensidad de una realidad maldita. Sí, tengo la sensación de haberme quedado vacío de realidad, y no creo ser el único en tenerla. Pero percibo también aspectos, destellos que no provienen de mí y que antes no nos eran perceptibles. Por ejemplo, que Guipúzcoa existe, o que San Sebastián existe, que no son sólo Euskadi. Es un dato entre otros. Y tendremos que hablar de ello.
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